Hay cosa imposibles que pueden ser verdades, afirmación de Aristóteles.
Que me mientan me aclara dudas, cuando las tengo. Cuando no tengo dudas, no experimento sentimiento alguno.
Nunca sentí la necesidad de que me mienta. Las personas no mienten. Mienten los Individuos humanos, aquellos que comen de la mano del amo. Miente el individuo humano reptante para comer el humus, del que vive.
Los irracionales, o creyentes abrahamnicos representan al ser que miente como serpiente que miente a cerca de su condición de reptante, mostrándose como ser erecto al valerse del árbol que rodea y del que toma el conocimiento para ofrecerlo como propio.
Aquel ser que manifiesta conocimiento propio el ajeno, es el que miente.
No es tarea del engañado extraer de la mentira la verdad. Esta tarea la realiza un tercero al que se le nombra como detective y, a su acción, detección.
Este procedimiento de detección, nada tiene que ver con el de diagnóstico.
Ciñan Doyle conformó un personaje, que no una persona, como detective, o detector de mentiras, al que dio en llamar Sherlock Holmes. El personaje de policía, nunca lo configuró con la maestría que tuvo el Inspector Maigret. El policía diagnostica, no detecta, una mentira.
Recordar que el detective Sherlock Holmes era irracional, creyente. Siempre necesita de un ser racional que, en un segundo plano de la escena, cerraba racionalmente el caso de la mentira detectada por el detective.
A quien interese distinguir entre la labor del médico detector de una no manifestada mentira y el médico diagnosticador de una manifestada mentira, le recomiendo leer/estudiar a Conan Doyle y a Georges Simenon. En un segundo tiempo leer/estudiar al semiólogo Umberto Eco. Y, a Agatha Christie, tras la lectura de estos. Podrán disfrutar del método médico y, necesariamente, el enjuiciamiento de estos le cambiará, cuanto menos su amígdala y, comprenderá cuantas veces ha pedido al médico eso de "miénteme que me gusta", como manifestación de su sentimiento de duda: hay cosas imposibles que puedan ser verdades.
Augusto Pérez me dijo que le mintiese ante la imposible verdad que envolvía a su hermana. Estuvo solo, en un frío de soledad obscura frente a mi. Lloró y aún llora, cuando la mentira no le sirvió de nada a su hermana, azul intenso y que como una seda fría le cubrió el rostro, frío que le sigue atenazando. Y, me dice que siga el frío siempre en él, que no pierda su memoria.
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