Me enteré por el periódico La Nueva España de la acción villana del Ejecutivo de la Comunidad Autónoma de Asturias habida sobre el Señor Don Ramón Abascal García, Doctor en Medicina y Cirugía, Especialista en Urología, Médico del Hospital General de Asturias y Jefe del Servicio de Urología del Hospital Universitario Central de Asturias.
Digo acción villana, por traidora, por envidiosa. Acción despreciable, reptante, por no saber lo que es "dar la cara", "mirar a los ojos.
Don Ramón, leí la noticia tras levantarme muy de mañana, mientras Oviedo dormía. Me gustaría que sintieras cercana a tí a la Sociedad de Asturias, no a la Comunidad Administrativa de Asturias. Ten cuidado, pronto llegará el frío invierno de los cobardes reptantes, hábiles y rudos. Pronto está el dia que sentirán la vara de la justicia, después de una vida en el fango de la envidia no consiguiendo tan siquiera alcanzar el nivel de anfibio y, con ello, no superar la visión del mundo unidinensional desde sus ojos, nunca perplejos por sumidos en la profunda caverna de la ignorancia.
Al caminar, sin fin alguno, bajé por Cimadevilla hasta que de pronto me encontré con la Señora fría y rígida, con la mirada perdida, en la plaza de Alfonso II. Pensé que solo un pueblo umbilical es capaz de imponer la expresión de la Envidia, de la Injuria, en el Parlamento del Mediodía. Torcí mis pasos a la Corrada del Obispo, intuitivamente por haberme encontrado con la Señora. Al fin de mis pasos encontré la capilla donde se casó Doña Jimena, hija de la envidiada, con Don Rodrigo, envidiado y castigado por Alfonso VI, su rey, al que hizo jurar no haber participado en la muerte de su hermano el rey Sancho. Apreté el paso cuando llego al lugar del palacio regio donde los envidiosos condes Scipión y Sonna, urdieron vengarse del cuñadísimo y, a la muerte del rey Alfonso, elegido rey, príncipe, o principal de los nobles de Asturias. No pudieron con la envidia del elegido Conde San Díaz y traicionaron su elección, conspiraron desde palacio y, no contentos con haber sido vencido por los interesados nobles gallegos con Ramiro, se aprestaron a cegarle. No podían soportar que siempre miraba a los ojos, mientras ellos miraban a sus piés, en actitud reptante y suplicante. Y, para prolongar su pena lo encerraron en monasterio junto a sus hijos. No sabían que sus hijos venían de él, pensaron que, como ellos, hubieran sido nombrados. Y, ni tan siquiera sabían que el señor Ramiro al que servían tenía por hijo a Ordoño, hijo del que envidiaban. Rudos y Reptantes.
Bueno Ramón, todo tiene un fin y, la Justicia de la Nación de Asturias, de la Sociedad de Asturias, hará que tengan que jurar ante ella, el motivo de su acción villana y, suplicar el perdón a tí. No te sientes ofendido, lo sé. Tú hablas y trabajas por Asturias que te reconoce como hijo. Ellos comen tus migajas, caídas, que no dadas.
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