La tesis de Nancy
Ramón J. Sender
Comencé a leer asiduamente la Biblia, particularmente el Nuevo Testamento. La Sagrada Escritura es un lugar de encuentro teológico privilegiado. En ella, parafraseando a Schneider, hay multiplicidad de “encuentros teológicos. (...) Todos ellos encuentros únicos e irrepetibles en los que Jesús se revela de una manera siempre nueva.” Fue gracias a estos encuentros bíblicos cómo pude irme familiarizando y fascinando con la persona de Jesús. No fueron pocos los pasajes que me dejaron absorto y otros, lo reconozco, desconcertado. Mi lectura siempre fue muy crítica y no podía aceptar ciertos pasajes de forma literal aunque al interpretarlos a la luz de mi experiencia de Dios casi siempre pude encontrar en ellos un sentido profundo compatible con mi sensibilidad espiritual.
En un primer momento los pasajes evangélicos sobre el llamamiento y seguimiento de Jesús fueron muy significativos. Me gustaba imaginar que Jesús también me llamaba cuando leía sobre cómo él iba llamando a sus discípulos. Sentía que los pasajes estaban dirigidos a mí, aunque luego pensaba que era una locura. Cuando llamó a Simón-Pedro y a su hermano Andrés y luego a Santiago y a Juan, admiré la determinación con la cual lo siguieron (Mc 1,16). Cuando llamó a Felipe y a Natanael, me impliqué y pretendí que aquel “Ven y compruébalo” se dirigía también a mí (Jn 1,43). Pero especialmente al contemplar cómo, en el llamamiento de Leví-Mateo (Mc 2,14), Jesús no llamaba a los justos, sino a los pecadores, comprendí que el haberme alejado de Dios, del cristianismo, y de Jesús cuando fui ateo, no impedía, gracias a su gran misericordia, que me convirtiera ahora en otro de sus seguidores. Otras narraciones sobre conversiones como la de Zaqueo (Lc 19,1) seguirían ratificando esta posibilidad.
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