Hoy toca Cervantes.
En mis años sesenta leía a Ramón J. Sender. Hoy, también. España me ocupa.
La tesis de Nancy
Ramón J.Sender
CARTA PRIMERA
NANCY DESCUBRE SEVILLA
Dearest Betsy: Voy a escribir mis impresiones escalonadas en diferentes
días aprovechando los ratos libres.
Como sabes, he venido a estudiar a la Universidad de Sevilla. Pero vivo
en Alcalá de Guadaira, a diez millas de la ciudad. La señora Dawson, de
Edimburgo, que tiene coche y está en la misma casa que yo, me lleva cada
día a la ciudad. Suerte que tengo, ¿verdad? Siempre he tenido suerte.
¿Qué decirte de la gente española? En general, encuentro a las mujeres
bonitas e inteligentes, aunque un poco..., no sé cómo decirte. Yo diría
afeminadas. Los hombres, en cambio, están muy bien, pero a veces hablan
solos por la calle cuando ven a una mujer joven. Ayer pasó uno a mi lado y
dijo:
—Canela.
Yo me volví a mirar, y él añadió:
—Canelita en rama.
Creo que se refería al color de mi pelo.
En Alcalá de Guadaira hay cafés, iglesias, tiendas de flores, como en una aldea grande americana, aunque con más personalidad, por la herencia árabe. Al
pie de mi hotel hay un café con mesas en la acera que se llama La Mezquita. En
cuanto me siento se acercan unos vendedores muy raros —algunos ciegos—, con
tiras de papel numeradas. Dicen que es lotería. Me ofrecen un trozo de papel por
diez pesetas y me dicen que si sale un número que está allí impreso, me darán
diez mil. Yo le pregunté al primer vendedor que se me acercó si es que tenía él
tanto dinero, y entonces aquel hombre tan mal vestido se rió y me dijo: «Yo, no. El
dinero lo da el Gobierno.» Entonces resulta que todos esos hombres (y hay
millares en Sevilla) son empleados del Gobierno. Pero parecen muy pobres.
¿Sabes, Betsy querida? No hay gorilas en España. Cosa de veras
inexplicable. No sé cómo han hecho su guerra de gorilas en el pasado por la cual
son famosos los españoles en la historia desde el tiempo de los romanos. Tengo
que preguntar en la Universidad esta tarde. Aunque me molesta hacer ciertas
preguntas, porque hay gente a quien no le gusta contestar. Ayer me presentaron a
dos muchachos en la calle de las Sierpes, y yo, que llevaba mis libros debajo del
brazo y andaba con problemas de gramática, pregunté al más viejo «Por favor,
¿cómo es el imperfecto de subjuntivo del verbo airear?» El chico se puso colorado
y cambió de tema. ¿Por qué se puso colorado?
Me suceden cosas raras con demasiada frecuencia. Y no se puede decir
que los hombres sean descorteses, no. Al contrario, se preocupan del color de mi
pelo y hasta de mi salud. En la puerta del café hay siempre gente joven, y cuando
vuelvo a casa veo que alguno me mira y dice «Está buena.» Yo no puedo menos
de agradecerles con una sonrisa su preocupación por mi salud. Son muy amables,
pero no los entiendo. A veces se ruborizan sin motivo. O se ponen pálidos. Sobre
todo cuando les pregunto cosas de gramática.
De veras, a veces no entiendo las reacciones de la gente. Verás lo que me
pasó en el examen de literatura clásica. Estaba sentada frente a tres profesores ya
maduros, con su toga y un gorro hexagonal negro —el gorro no en la cabeza, sino
en la mesa—. Y uno de ellos se puso a hacerme preguntas sobre el teatro del siglo
XVII. Tú sabes que en eso estoy fuerte. Bueno, voy a decirte exactamente lo que
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