La viuda negra de Gucci quiere volver a trabajar en la firma
Patrizia Reggiani, condenada a 26 años de prisión por encargar el asesinato de su marido, habla por primera vez tras salir de la cárcel
El País, Lucía Magi Roma 10 Junio 2014
“Quiero tanto volver a Gucci. Me sigo sintiendo una Gucci. De hecho, la más Gucci de todos”. Así de claro habla Patrizia Reggiani, de 66 años y con una condena a prisión de 26 por haber encargado el homicidio de su exmarido Maurizio Gucci, el heredero de la firma de moda italiana asesinado en Milán el 27 de marzo de 1995. La mujer que los jueces consideraron el cerebro del delito salió de la cárcel en septiembre tras casi 17 años encerrada. Y aunque pasará en arresto domiciliario los tres años que le faltan para saldar su deuda con la justicia, ahora ha querido hablar.
Para volver a la vida tras casi dos décadas entre rejas necesita de algunos elementos a los que aferrarse. La dama de la alta sociedad milanesa, caída en desgracia pero nunca hundida, los desgrana en una exclusiva entrevista concedida al diario romano La Repubblica. En el artículo-confesión dice estar arropada por el amor incondicional de su madre, de 87 años, con la que volvió a vivir en el centro de la ciudad italiana del diseño. Se quedaron siempre a su lado también las dos hijas que tuvo del matrimonio con el delfín de la prestigiosa dinastía. Aunque Alessandra, de 37 años, vive en Bruselas y Allegra, de 33, reside en Saint Moritz.
La segunda oportunidad de Patrizia Reggiani empieza por la motivación por el trabajo: “Vuelvo a empezar por allí. Estoy cualificada, durante años me dediqué a ir de compras por el mundo. Vengo del mundo de la joyería y es a ese campo al que quiero regresar", confiesa desde un sofá de Bozart, una compañía de bisutería de lujo y accesorios de alta gama de la que es asesora. El propósito de la exseñora Gucci no deja de sorprender, ya que hace tres años, cuando el magistrado le dio la posibilidad de pasar al régimen de semilibertad para trabajar fuera del penitenciario a lo largo del día, ella contestó: “Nuca trabajé en mi vida. No voy a empezar ahora”. En esta nueva situación que le permite por las noches volver a su casa y no a la celda, dice, ha reconsiderado su postura.
No es la primera vez que la viuda negra rompe el silencio. En abril de 2002, en una sala de la cárcel de San Vittore, contó su verdad a las cámaras de un histórico programa de la RAI, Storie Maledette, donde Franca Leosini entrevista a condenados por delitos célebres. Un cara a cara que se reemitió cuando Reggiano salió del centro milanés, en otoño de 2013. “Era bella, altiva, elegante y obstinada. Me llamó la atención su elección testaruda de permanecer fiel a sí misma. Incluso entre rejas y candados seguía siendo la señora Gucci”, recordó la presentadora.
Reggiani nunca se preocupó por endulzar su personaje y atraer simpatía y piedad, ni siquiera protagonizando aquel programa de mucha audiencia. Se presentó ataviada con un conjunto de terciopelo burdeos, una flor blanca en la solapa, peinado impecable, unas perlas colgando de las orejas y actitud comedida, con aquel desapego a las cosas terrenales al que obliga la nobleza.
“¿Usted se profesa inocente?”, le pregunta Leosini de entrada. “Yo me declaro no culpable. Hay un matiz entre los dos conceptos: porque sí hice mis gilipolleces para llegar a este punto. Hubo una época en la que deseaba quitármelo de en medio. Iba pidiendo a cualquiera que me ayudara. Pero se trataba de un deseo, una mera obsesión. No llegué a cometerlo”, contaba quien siempre ha sostenido que los ejecutores del delito se organizaron por su cuenta y luego la chantajearon.
El 27 de marzo de 1995 tres golpes de pistola mataron al hombre que había amado, con quien estuvo casada de 1973 a 1985 y tuvo dos hijas. Maurizio Gucci tenía entonces 47 años y un gran patrimonio, a pesar de su escasa cautela en los negocios y de un tren de vida lujoso y desaforado, que meses antes le había empujado a vender su parte de la prestigiosa industria familiar para deshacerse de las deudas. Pasaron dos años hasta la sorprendente detención. En la fría madrugada del 31 de enero de 1997, en el Milán más exclusivo, fue arrestada la exmujer de la víctima, acusada de haber encargado el asesinato.
Desde de su caída, Patrizia Reggiani no se quita de encima el apodo de viuda negra. Los testimonios de las personas que recibieron entonces 600 millones de liras para ejecutar el plan homicida dieron cuerpo a la acusación. En el veredicto, confirmado en tres instancias judiciales, pesaron también los frecuentes desahogos públicos de Reggiani contra el hombre que había decidido abandonarla: “Hablaba por hablar. Reto a cualquier mujer a que diga si no ha pronunciado nunca palabras como: '¡Ay! Le voy a matar' referidas a su marido. Con las señoras de la alta sociedad nos encontrábamos a desayunar y cotillear. ¡Entre esas gallinas unas cuantas lo decían!, se lo prometo”, se excusó en la televisión. Entonces parecía tener mucho que contar, algo opuesto a lo que cuenta fue su reacción cuando supo de la muerte de su exmarido: “Me quedé sin palabras, incapaz de razonar. Enseguida, sin embargo, sentí un gran alivio: por fin le han quitado del medio".
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