Pequeños detalles rescatados del olvido
El cerebro refuerza las memorias vagas si se revelan importantes retrospectivamente
Si uno va por la calle y presencia un accidente horrible, es seguro que ese recuerdo se le grabará a fuego durante meses y años sin que pueda hacer nada por disiparlo; si no hay accidente, pasear por la misma calle será probablemente una rutina soporífera de caras desconocidas, coches parados en los semáforos y escaparates sin mayor interés. Nuestro cerebro también registra todo eso, pero de una manera muy débil y destinada al olvido en pocas horas. Pero supongamos ahora que al día siguiente te enteras de que, exactamente a la misma hora que tú paseabas por allí, se daba a la fuga un asesino que vestía un abrigo de espiguilla: en ese momento tu recuerdo del hombre con abrigo de espiguilla se hace nítido, robusto y tan duradero como el del horrible accidente. De pronto recuerdas no solo su abrigo, sino también su cara, sus zapatos, su forma de andar y el portal exacto del que salía. ¿Cómo hace eso nuestro cerebro? ¿Dónde estaban archivados todos esos datos antes de que supieras que eran importantes?
La psicóloga Elizabeth Phelps y sus colegas de la Universidad de Nueva York presentan la respuesta en Nature. La inmensa mayoría de la experiencia solo nos deja leves rastros. Pero lo más común es que no sepamos qué parte de la experiencia rutinaria acabará siendo importante, para la supervivencia o para alguna otra cosa. Phelps y su equipo revelan ahora que los recuerdos rutinarios se vuelven grabados a fuego cuando experiencias posteriores relacionadas tienen una implicación emocional. Es la primera evidencia en humanos de este tipo de consolidación retroactiva de memorias, que los científicos denominan, de manera algo oscura, “etiquetado del comportamiento”.
“Nuestro trabajo”, dice Phelps, “aporta evidencias de un mecanismo generalizado de refuerzo memorístico retroactivo, por el que la información irrelevante puede ser retroactivamente reconocida como relevante, y por tanto recordada selectivamente, si otra información relacionada conceptualmente adquiere notoriedad en el futuro”. En el futuro no muy lejano, cabría añadir, porque los investigadores solo han tomado datos a un máximo de 24 horas tras los hechos iniciales. Si el mecanismo funciona más tarde, no hay datos que permitan afirmarlo.
Los recuerdos rutinarios se vuelven grabados a fuego cuando experiencias posteriores relacionadas tienen una implicación emocional
Los científicos no han utilizado calles atestadas y asesinos para su experimento de psicología humana. Obtener datos significativos y expresables en esta disciplina escurridiza requiere simplificar mucho las cosas. El papel de la calle llena de gente lo representa una serie de 60 fotos que pueden representar herramientas o animales. El conocimiento, al día siguiente, de que había un asesinoen la calle consiste en otra serie de 60 fotos distintas donde una de las dos categorías –herramienta o animal— va asociada a una desagradable descarga eléctrica en la muñeca del voluntario. Esta es la parte mala de presentarse voluntario a un estudio de psicología experimental (la buena suelen ser unos cuantos créditos para superar el curso). Y el resultado es aún otras serie de fotos donde se mide el efecto pauloviano de ver una herramienta o un animal, por ejemplo por el sudor que produce ver un tipo de foto u otro.
En el fondo, sin embargo, el experimento real es más significativo y sutil que el ejemplo del asesino, donde el abrigo de espiguilla representaba un nexo muy concreto y literal. En el experimento real, las fotos no se repiten nunca y, por tanto, el único nexo que puede usar el cerebro para reforzar la memoria es de más alto nivel: una categoría abstracta (herramienta o animal). Es la asociación de esa categoría abstracta con el choque emocional (o eléctrico, más bien) lo que permite reforzar el antiguo recuerdo.
Phelps y sus colegas conjeturan que las memorias débiles que se forman inicialmente –antes de saber que alguno de ellos es importante— llevan una especie de etiqueta asociada (por ejemplo, la que las categoriza como una herramienta), y que el estímulo emocional posterior tira de esa etiqueta para recuperar el recuerdo completo, como la cereza que tira de todo el ramillete.
Por el momento son conjeturas psicológicas, pero plantean experimentos muy concretos que pueden aclarar en el futuro en qué redes neuronales concretas se basan esas etiquetas y esos ramilletes conceptuales. La neuroimagen estará entonces tras la pista del asesino.
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