Ulrich Beck, teórico de la sociedad del riesgo
Fue uno de los más importantes referentes de la sociología contemporánea
La muerte el pasado jueves de Ulrich Beck a los 70 años, tras sufrir un infarto, acaba con la trayectoria de uno de los más importantes referentes de la sociología contemporánea. Beck ha sido, junto con Bauman y Sennett, uno de los pensadores más influyentes a la hora de trazar los grandes rasgos del cambio de época en el que estamos inmersos. Solo hace falta repasar la serie de artículos publicados en EL PAÍS para darse cuenta de ello. Su obra La sociedad del riesgo(1986) tuvo un gran impacto al situar las nuevas coordenadas de las sociedades occidentales ya entonces en claro proceso de transformación. Según Beck las tradicionales coordenadas que marcaban las fronteras de desigualdad y de inseguridad (basadas en estructuras de clase y que afectaban a colectivos sociales homogéneos) estaban siendo profundamente alteradas por fuertes procesos de individualización y de fragmentación familiar y social, a caballo de los cambios generados por la globalización y la revolución tecnológica. El riesgo se “democratizaba”, pudiendo afectar de manera inesperada a personas y grupos que hasta entonces habían mantenido unas estables y “seguras” condiciones vitales. Evidentemente los efectos eran mayores para aquellos que partían de condiciones más precarias o frágiles, pero lo relevante es que surgían nuevas fronteras y situaciones de riesgo en esferas sociales hasta entonces salvaguardadas. Se estaba produciendo una “segunda modernidad” que transformaba desde dentro (de manera “reflexiva”) la primera modernidad. Todo ello generaba la obsolescencia de muchos de los conceptos que las ciencias sociales habían ido utilizando. Hasta el punto que Beck no tenía reparo en denominarlos “conceptos zombi”.
Sus trabajos sobre individualización y sobre la ruptura de las estructuras en que se articuló la modernidad (familia, trabajo…) fueron muy influyentes. Su labor con su compañera, Elisabeth Beck-Gernsheim (El normal caos del amor; Individualization;Reinventing the family) tuvo especial incidencia en los estudios sobre los nuevos estilos de vida y en los cambios en la estructura de géneros. Como decía Scott Lash en el prólogo de este último libro, los Beck fueron muy claros en marcar las diferencias entre una primera modernidad centrada en las estructuras (de todo tipo) y una segunda modernidad centrada en los flujos (o “líquida” como diría Bauman). Una lógica de flujos que encuentra su propia racionalidad o (des)confort en el riesgo, en la precariedad, en la incerteza. Una individualización sin lazos, que construye sus relaciones de manera más abierta y lábil. Y es en sus reflexiones sobre la desocupación, la “brasileñización de Europa” o la idea de “superfluos” (trabajadores ya innecesarios) donde podemos ver la conexión con los trabajos de Sennett (La corrosión del carácter).
Más recientemente, los trabajos de Ulrich Beck se centraron en los temas vinculados a la globalización, frente a la cual trató de construir el concepto de “cosmopolitismo”. Su Manifiesto Cosmopolítico quiso ser un diagnóstico de una sociedad en la que el Estado-Nación ya no era capaz de mantener fijadas las condiciones básicas de la convivencia y la seguridad, y que por tanto debía buscar acomodo no tanto en una globalización o universalidad vacía de contenido, como en una concepción cosmopolita que aceptara como un valor central el reconocimiento de la diversidad, de la “otredad del otro”. En esa línea, y de manera coherente con sus trabajos previos, marcó la importancia de repensar el progreso (asumiendo el riesgo ambiental), y los grandes retos de esta segunda modernidad desde lógicas transnacionales. Para ello, entendía que tenían que reforzarse nuevos espacios como la Unión Europea (más allá de la influencia excesiva de Alemania, véase Una Europa Alemana o su manifiesto con Cohn-Bendit), con partidos “cosmopolitas”, que operasen a escala transnacional. Dedicó especial atención a los nuevos movimientos sociales como espacios de experimentación que podían contribuir a la eclosión de esos nuevos escenarios. Sus trabajos no estuvieron exentes de críticas. Sobre todo en relación al concepto de riesgo, entendiendo que no acababa de distinguir los elementos objetivos (situación de clase, condiciones vitales,…), de los factores más subjetivos. Sus posiciones sobre la Unión Europa o sobre su “cosmopolitismo” fueron asimismo tachadas de ingenuas por algunos de sus detractores. Lo que es innegable es que Ulrich Beck ocupará un lugar central en el pequeño grupo de académicos capaces de combinar rigor analítico con alto nivel de influencia en el debate y la divulgación de ideas.
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