De la miseria de la política
a la miseria de la teoría y a su rescate
Promoviendo el triunfo del economicismo, el neoliberalismo produjo al mismo tiempo un cementerio teórico. ¿Para qué teoría, si los índices del mercado afirman lo que es y lo que puede ser, lo que vale la pena y lo que no sirve, lo que es bueno, lindo y legítimo?
Décadas de hegemonía de descalificación de la teoría permitieron al mismo tiempo el triunfo del esoterismo y de la autoayuda como modalidades más difundidas de lectura -funcionaron como ersatz para aquellos que no encuentran instrumentos para descifrar la realidad. La desmoralización de la capacidad de transformación colectiva del mundo condujo al autoanálisis.
La descalificación de los grandes proyectos de apropiación por el hombre de la capacidad de ser sujeto de la historia condujo al esoterismo. Gobernantes, supuestos gurus y columnistas económicos “explicaron” todo: que la realidad es lo que es, que el horizonte insuperable de la acción y de la conciencia humanas son los índices de mercado, que los seres humanos nacieron para luchar de forma egoísta por sus intereses.
No fue la última vez que, con el “fin de la historia”, se decretó el fin de la teoría. La doctrina congelada de la Unión Soviética había asumido la historia como teología, frente a la cual no había lugar para la teoría. ¿Qué descifrar, si todo estaba ya descifrado? Cabía apenas medir, por los análisis de coyuntura, como un termómetro, tomar la temperatura del enfermo terminal -el capitalismo-, para saber con qué ritmo transcurriría su desenlace. La Unión Soviética ya estaría en el umbral de la sociedad sin clases y sin Estado -el comunismo en su primera fase. Los manuales darían cuenta de las “verdades”. “Verdades” que, según Henri Lefevre, serían apenas “el camino más corto entre dos citas” de los clásicos, depositarios de las leyes descifradas y de la teoría de la historia.
La “segunda muerte” de la teoría se daría a manos de otra concepción diametralmente opuesta, aunque igualmente determinista. Combinando nuevamente el “fin de la historia” -también originada de la interpretación hegeliana1-, la “dictadura de los mercados” denunciada por Ignacio Ramonet2 sometía la política a sus dictámenes. El espacio en que debería constituirse la voluntad general de la ciudadanía se tornó un obstáculo a los designios racionales de la economía. Por més que las elecciones sean corroídas por el dinero y por el marketing, todavía representan un momento de “incertidumbres”-lo que el mercado, fuente esencial de las inestabilidades, más detesta. A la miseria política correspondía la miseria de la teoría.
Esta miseria consiguió reducir gobernantes individualmente tan dispares como Fernando Henrique Cardoso, Carlos Menem y Alberto Fujimori, por ejemplo, a presidentes que, en lo esencial, simplemente pusieron en práctica la misma política, originaria del Consenso de Washington. De la misma forma que los gobiernos de François Miterrand en Francia y de Felipe González en España, partidos con tradición en la elaboración teórica se destacaron por la ausencia de tal elaboración, hasta en función de la hostilidad de parte de grandes sectores de la intelectualidad de izquierda frente a gobiernos que abandonaban las tesis tradicionales de la izquierda. Al contrario de significar la elevación del debate y de la creación intelectual, estos gobiernos se correspondieron con la crisis también en esos planos.
En el Brasil no sucedió lo contrario. A pesar de ser un caso especial, sin precedentes en la historia, por tener durante ocho años un académico del área de las ciencias sociales en la presidencia de la República, con producción intelectual sobre temas directamente vinculados al ejercicio del gobierno, los años de mandato de Fernando Henrique Cardoso fueron igualmente miserables. La combinación entre el desprestigio de la política, por la dictadura de la economía, y la descalificación expresa de la oposición, de la divergencia y del debate realizados por el ex presidente brasileño, de acuerdo con el “pensamiento único”, respondieron por la miseria de la teoría en los años noventa en el Brasil.
La intelectualidad crítica, por su parte, permaneció, en general, entre el aislamiento y la fragmentación académica y la impotencia de las denuncias. La trayectoria de la izquierda partidaria, a su vez, en la dirección de su institucionalización, se fue distanciando cada vez más del medio intelectual, formulando sus posiciones más en función del debate político propiamente dicho de que en la producción teórica. La propia distancia de la dirección nacional del Partido de los Trabajadores (Partido dos Trabalhadores) en relación a un acontecimiento tan innovador y que aglutinó gran parte de las nuevas producciones teóricas como el Forum Social Mundial de Porto Alegre, revela cómo caminaban en planos diferentes la evolución política de tal partido y la resistencia social, cultural y política al neoliberalismo.
El pensamiento crítico brasileño se apoyaba en dos vertientes diferenciadas: la tradición marxista -originada antes del golpe de 1964- y la incorporación de la tradición democrática, sea en la vertiente liberal, sea en el marco del pensamiento gramsciano (incluida la interpretación hecha por Norberto Bobbio), sea en el pensamiento foucaultiano y otras vertientes como las de Claude Lefort y Castoriadis. El pensamiento marxista tradicional, por su parte, a pesar de enriquecido por el pensamiento gramsciano- en especial a partir de las obras de Carlos Nelson Coutinho -, asumió un carácter que Perry Anderson englobaría como filiado al “marxismo occidental”3, por la temática y por la metodología -centradas más en los análisis del mundo de la cultura que en el de la política y de la economía. La creciente distancia de la práctica partidaria -más acentuada después de la campaña electoral de Lula en 1994- fue funcional a esa evolución. El Partido de los Trabajadores y la práctica teórica de la intelectualidad crítica caminaron por vertientes paralelas, mirándose, pero definiendo cada uno sus propios caminos.
Lo que fue un elemento de fuerza en la constitución del pensamiento marxista -la articulación entre la economía, la sociología y la política, expuesta de forma más articulada en la obra de Caio Prado Jr.- quedó relegado a sus orígenes. Con la historiografía sin continuidad, la economía fue ocupada por los análisis estructuralistas, de origen cepalino4, permaneciendo los análisis marxistas, en general, con carácter sectorializado o monográfico -en la sociología, en la teoría de la literatura, en los estudios sobre la propia teoría marxista-, consolidando entre nosotros esa marca del “marxismo occidental”. La producción académica, a su vez -que en Brasil alcanza un nivel de rigor en la elaboración y de riqueza en la producción de análisis incomparables en el mundo de hoy-, sin ese referencial histórico amplio, quedó prisionera de la división intelectual del trabajo, sin proyectarse para el debate público general en la sociedad.
En el plano internacional, la primera mitad de los años noventa fue de fuerte hegemonía neoliberal. En la economía, con la generalización de las políticas de ajuste fiscal y con su correlato: “el pensamiento único”. En los planos social y político, las repercusiones de la imposición de la polaridad entre democracia y totalitarismo -reforzadas por el triunfo liberal en los regímenes del Este europeo y por el fin de las dictaduras militares en el Cono Sur- que favorecieron la hegemonía del liberalismo, identificado con democracia.
Sin embargo, en la segunda mitad de 1990, después de aceptarse aparentemente la imposibilidad de los que pasaron a llamarse “grandes relatos”, pensadores críticos como Francois Chesnais, Perry Anderson, Giovanni Arrighi y Robert Brenner retomaron los grandes análisis sobre el carácter del período histórico, sobre el proceso de acumulación capitalista y sobre la naturaleza de la hegemonía neoliberal en el capitalismo. En Brasil, pensadores como José Luís Fiori, Francisco de Oliveira, Maria da Conceição Tavares, entre otros, mantuvieron un punto de vista crítico respecto a las políticas del gobierno Fernando Henrique Cardoso, aún cuando el pensamiento crítico o el propio Partido de los Trabajadores formularon también alternativas y formas de ruptura con las políticas neoliberales.
El triunfo electoral de Lula en las elecciones presidenciales de 2002 fue el resultado, ante todo, del fracaso de las políticas del gobierno Fernando Henrique Cardoso. Desde el punto de vista de la acumulación de fuerzas de la oposición, ella capitalizó su resistencia al gobierno, la crisis del bloque en el poder, las condiciones regionales e internacionales favorables a alternativas al neoliberalismo. Sin embargo, el triunfo electoral de 2002 no fue resultado ni de un gran ciclo de movilizaciones populares ni de grandes construcciones teóricas o políticas. Tanto, que el Partido de los Trabajadores llega al gobierno sin disponer de una alternativa para salir de las políticas neoliberales, tal como Lula se había propuesto.
En sus veinte años de existencia, en los que se proyectó como la principal fuerza política y partidaria del país, con una impresionante trayectoria, el Partido de los Trabajadores no llegó a construir su propia teoría, y así, en un caso único en las trayectorias de partidos más o menos similares, no generó su propia intelectualidad. Incorporó una parte de la intelectualidad preexistente, se asoció a otros intelectuales emergentes en esas dos décadas, pero su práctica política no iluminó una nueva práctica teórica, no definió nuevas problemáticas ni orientó nuevas modalidades de producción intelectual; lo que resulta más significativo -probablemente del camino empírico y pragmático asumido cada vez más por el Partido de los Trabajadores- justamente por la importancia que ese partido fue ganando en el Brasil, en América Latina y en el mundo.
El Partido de los Trabajadores llegó al gobierno sin contar con una teoría de salida del neoliberalismo y sin contar con una producción teórica que posibilite construir una sociedad pos-neoliberal -a pesar de las críticas acumuladas al neoliberalismo, comenzando por aquellas ya citadas, contener elementos básicos para enfrentar el nuevo período histórico, no apenas por apuntar los caminos que no deben ser trillados, sino porque analizan experiencias históricas anteriores que deben servir de referencia.
La crisis hegemónica generada por la realización y por el consecuente agotamiento del neoliberalismo -como política y como modelos de sociedad- es al mismo tiempo una crisis política y teórica, que requiere prácticas políticas nuevas y nuevas capacidades de elaboración teórica. Este libro no pretende suplir esas deficiencias, sino apuntar para el marco histórico en que vivimos y ayudar a diseñar los nuevos espacios en que esas nuevas prácticas políticas y teóricas deben darse. En este sentido, el libro -y yo, como su autor- es tributario de la misma práctica política y teórica que lo produjo. No pretendo hablar fuera de ella, ni eximirme de las responsabilidades que esto acarrea.
Deseo reafirmar que sus eventuales méritos son resultado de la formación que pude disfrutar, siempre en la escuela pública, desde el curso primario (actual ensino fundamental) en el Grupo Escolar Marechal Floriano, en Villa Mariana, hacia fines de los años cincuenta, pasando por los estudios nocturnos, en el mismo edificio, en el Colégio Estadual y Escola Normal Basílio Machado, hasta llegar a la entonces Facultade de Filosofia, Ciências e Letras da Universidade de São Paulo, situada en aquella época en la calle Maria Antonia, en el centro de San Pablo, donde me gradué en filosofía ya en la primera mitad de los años sesenta. Obtuve la maestría en la segunda mitad de esa década, con la disertación Estado e Politica em Marx5 y, posteriormente, después de trece años de exilio en Chile, Argentina, Italia y Cuba, concluí el doctorado en ciencia política con la tesis Crise de hegemonia e de representação política no Brasil.
Paralelamente, fue en otro espacio no menos público, el de la militancia social y política en organizaciones de izquierda, que pude acoplar la teoría aprendida a la práctica concreta. A todos los que me dieron y dan lo mejor de sí por la construcción de otro mundo -un mundo sin explotación, sin dominación, sin discriminación, sin alienación-, dedico este libro.
Marzo de 2003
Notas
1 Ver Perry Anderson, O fim da história de Hegel a Fukuyama, Rio de Janeiro, Jorge Zahar, 1992.
2 Ver Le Monde Diplomatique, mar. 1997.
3 Ver Perry Anderson, Considerações sobre o marxismo occidental, São Paulo, Boitempo, en impresión.
4 Referido a la Cepal (Comisión Económica para América Latina), organismo de Naciones Unidas creado a fines de la Segunda Guerra Mundial, para dedicarse al problema del atraso en el desarrollo económico de la región.
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