Lejos del árbol
Andrew Solomon
Me ha costado, emocionalmente, leer este libro. Me ha costado mucho leerlo por mi "cultura".
Esta nota sobre el mismo, me ayudó a leerlo y, sobre todo, me ayudó a leerlo con menos lágrimas que la primera vez que lo hice.
DWIGHT GARNER | 13/06/2014 | Edición impresa
Andrew Solomon
Hay un viejo dicho, que yo consideraba básicamente cierto, que dice que uno solo es tan feliz como el menos feliz de sus hijos. Andrew Solomon no menciona esta observación en su complejo, voluminoso y valiente último libro Lejos del árbol: Historias de padres e hijos que han aprendido a quererse, pero cuestiona su premisa. La zarandea hasta que nuestras ideas acerca de lo que es la felicidad y la normalidad ceden, se dispersan y se reordenan radicalmente.
El libro de Solomon trata de un tipo de diversidad desgarradora. Nos presenta a familias que se enfrentan a la sordera, el enanismo, el síndrome de Down, el autismo, la esquizofrenia y, en ocasiones, a múltiples discapacidades extremas. Escribe sobre víctimas de violaciones que se han quedado con sus hijos, sobre progenitores de criminales y sobre hijos transexuales. Da testimonio de un brillante enigma: cómo muchas de estas familias “han llegado a dar las gracias por experiencias que habrían hecho cualquier cosa por evitar”.
Es difícil resumir el vasto contenido de Lejos del árbol. De hecho, el autor ha necesitado cerca de 1.000 páginas para presentar sus ideas. Ha entrevistado a más de 300 familias. Ha embutido en un solo libro lo que podrían haber sido 10 o 12. En ocasiones su tortuoso volumen puso a prueba mi paciencia, pero mi respeto por él rara vez vaciló. A Solomon se le conoce por ser el autor de El demonio de la depresión, que obtuvo el Premio Nacional del Libro en 2001. Se refiere a su propia identidad, en función de esa obra, como “un historiador de la tristeza”. Es homosexual, además de una persona adinerada y bien relacionada. Su padre es consejero delegado de la empresa farmacéutica Forest Laboratories.
Estos detalles biográficos son significativos por algunas razones. La experiencia de Solomon como niño homosexual (y disléxico) inspira y propulsa Lejos del árbol. Su experiencia en la alta sociedad ha influido en el tipo de familias que ha elegido para retratar. Si bien algunos de los progenitores de su libro pertenecen a la clase media-baja (una de las familias vive en una caravana), y aunque viajó a Ruanda para entrevistar a víctimas de violaciones, predominan las personas que han triunfado como marchantes de arte, diseñadores de perfumes, novelistas, directores de ópera, ejecutivos del mundo de la música, antiguas bailarinas, o físicos del Instituto de Tecnología de Massachusetts. Su trabajo es un “Quién es quién” de la tragedia y la transformación.
"La deformidad ha sido introducida en los pliegues de la belleza como catalizador"
El primer capítulo, titulado El hijo, es el texto más magistral con el que me he cruzado este año. Combina la historia del autor con una tensa y elegante sinopsis de la argumentación de su libro. Su lectura es imprescindible. “Nuestros hijos no son nosotros”, proclama Solomon en la primera página. “Son portadores de genes atávicos y de rasgos recesivos y, desde el mismo momento del nacimiento, están sujetos a estímulos ambientales que escapan a nuestro control”. Decidirnos a tener un hijo“nos catapulta repentinamente a una relación permanente con un extraño”. Y esa es la buena noticia.
A veces esos extraños son más peculiares y difíciles de lo que nadie podría haber previsto. A la carga de cuidar de ellos se añaden la repulsa y la recriminación sociales, que pueden tener efectos aniquiladores y causar un profundo aislamiento. El autor no idealiza estas situaciones, si bien sostiene que de ellas se puede derivar un intenso significado. “Las dificultades enriquecen la vida”, sentencia. “El amor se agudiza cuando requiere esfuerzo”.
Lejos del árbol es en parte una defensa de las ventajas que se pueden encontrar en la diversidad extrema. Por ejemplo, cuando habla de los atletas con discapacidades, en unas líneas que resuenan a lo largo de todo el libro dice que “la gracia en alguna de sus formas no habría penetrado en el mundo si las caderas y las piernas de todos funcionasen de la misma manera. La deformidad ha sido introducida en los pliegues de la belleza; más que un agravio a la justicia, es un catalizador”. Solomon se teme, como algunos de sus protagonistas, que algo de esta salvaje diversidad pueda estar al borde de desaparecer de nuestro planeta.Los implantes de cóclea están reduciendo el número de personas sordas, un asunto complejo para aquellas de entre ellas que valoran el lenguaje de signos como una forma de expresión.
Muchas veces se interrumpe el embarazo cuando se descubre que el feto tiene síndrome de Down. Si aprendemos a hacer pruebas de autismo o de homosexualidad, entre otras cosas, ¿se impedirá también que nazcan esos niños? ¿No habrá más Temple Grandin en nuestro mundo? Solomon cita a un experto que se pregunta: “Si eliminásemos la capacidad de alguien de llegar a ser autista, ¿estaríamos eliminando también aquello que nos hace interesantes como seres humanos?”. El autor cita a Leon Botsein, que defiende una idea similar de esta manera: “Si hoy día se enviase a Beethoven a una guardería, le pondrían un tratamiento y sería un empleado de correos”.
A Solomon le obsesiona esa línea difusa en la que la patología y la identidad se funden la una con la otra. “Vivimos en una época xenófoba”, escribe. Detecta una “crisis de empatía”. Su libro es un retrato sobrio y sin embargo optimista de lo que él denomina “el amor que atraviesa fronteras”.
Izquierda:
La prosa de Solomon es seca y epigramática
En su mayor parte, Lejos del árbol está formado por retratos de familias en situaciones extremas. Muchas harán que al lector se le caigan las lágrimas ante la resiliencia que tantas despliegan ante la adversidad. “Casi lo anegaba con las lágrimas que vertía por él”, dice una madre de su hijo con síndrome de Down. Se trata de una frase típica. Este es un libro que lanza una flecha tras otra al corazón. En él, no obstante, no hay nada sensiblero. La prosa de Solomon es seca y epigramática. Casi en cada página hay una observación tan impactante como esta: “Proponer que los anoréxicos simplemente están explorando una identidad es moralmente tan laxo como aceptar la creencia de los gánsteres de que simplemente están persiguiendo una identidad que resulta que conlleva el asesinato”.
Se puede pensar que la idea de someter a tu hijo enano a una dolorosa cirugía de alargamiento de las extremidades es una forma de tortura innecesaria. Y puede que lo sea. Pero Solomon cita las palabras de un padre refiriéndose a los brazos demasiado cortos de su hija enana: “¿Se te ocurre algo más importante que poder limpiarte tú mismo?”.
Entre las revelaciones determinantes y en gran medida originales de este libro es posible escudriñar las profundas características que estos grupos tienen en común. Los progenitores de los niños que se encuentren en una de esas categorías sin duda aprenderán muchísimo de los padres que conocerán en otros capítulos. Lejos del árbol termina con una revelación personal de Solomon que no voy a desvelar, pero que cierra el círculo de este importante y absorbente libro. Refiriéndose a muchas de sus inesperadamente felices historias, así como a la suya propia, el autor dice que “al final, resulta que el camino menos transitado conduce prácticamente al mismo lugar”. Ese lugar es la felicidad de la humanidad.
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