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17 ene 2015

De los tres cerditos a los tres del partido popular.





Hoy tras leer al fiscal del caso "Partido Popular", me hizo volver la mirada al anaquel 13 de la estantería 2 de la biblioteca de Mazuren en la que está la obra de Agatha Christie, icono de mujer cuasi-venerada por mi esposa Francisca. Me levanté si apoyarme en mueble ni bastón alguno - hace un año que me lo permito-, y tomé la novela "los tres cerditos". Lo hice con intención, pues la lectura del texto del fiscal me recordaba esta novela. Tras tomarla por el lomo, como si de la cintura de una bella e íntima dama se tratará, la senté sobre mis piernas cruzadas. Allí, tras curiosear sus ropas, le abrí la enagua y comencé a devanarle sus ropas hasta llegar a su terso suave y caliente ombligo. Tras esbozar una sonrrisa que aprecié era asentimiento a mis intenciones, comencé a preguntarle en voz baja, como si en la casa alguien pudiera estar teniendo presta la oreja tras la perta.

De ella escucho susurrarme:

"Confortablemente instalado en la esquina de un departamento de primera clase, el juez Wargrave, jubilado hacía poco, echaba bocanadas de humo de su cigarro, recorriendo además con mirada sagaz las noticias políticas del Times.

De pronto puso el diario sobre el asiento y echó un vistazo por la ventanilla. En este momento el tren pasaba por el condado de Somerset. El juez consulto su reloj: todavía le quedaban dos horas de viaje.

Entonces recordó los artículos publicados en la Prensa sobre el asunto de la isla del Negro. Desde luego se había hablado de un millonario americano, loco por las cosas del mar, que había ocupado esta pequeña isla y había construido en la misma una lujosa residencia moderna. Desgraciadamente, la tercera esposa de este rico yanqui no tenía gustos marinos y por ello la isla, con su espléndida mansión, fueron puestas en venta. Una formidable publicidad se hizo patente en los periódicos, y un buen día se supo que la isla habíala adquirido un tal mister Owen.

Las habladurías más fantásticas no tardaron en circular por la Prensa londinense. La isla del Negro, decíase, había sido adquirida realmente por miss Gabrielle Turl. La famosa «estrella» de Hollywood deseaba descansar algunos meses, lejos de los reporteros indiscretos. «La abeja Laboriosa» insinuaba delicadamente que aquélla era una morada digna de una reina. Merry Weather deslizó que la isla había sido comprada por una pareja deseosa de pasar allí su luna de miel. Hasta se rumoreaba el nombre del joven lord L..., alcanzado por las flechas de Cupido. Jonas afirmaba que la isla del Negro había caído en manos del Almirantazgo británico que quería dedicarla a muy secretas experiencias.

En breve, la isla del Negro fue, en aquella temporada, un maná para los periodistas faltos de información.

El juez sacó de su bolsillo una carta cuya escritura era, por así decirlo, ilegible; pero, aun desperdigadas las palabras, se destacaban unas más que otras con cierta claridad.

Mi querido Lawrence... después de tantos años de haberme dejado sin noticias... Venid a la isla del Negro... un sitio verdaderamente encantador... tantas cosas tenemos para contarnos... del tiempo pasado... en comunión con la naturaleza... tostarse al sol... a las 12.40 salida de Paddington.... a

Y la carta terminaba así: ... 

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