Superado su divorcio y alejada de los problemas de otros miembros de la familia real, la hija mayor de los Reyes es un valor en alza. Vive en un piso muy diferente del palacete de Pedralbes, trabaja y representa a la corona con éxito
El País, Mabel Gala1 MAR 2014
En tiempos convulsos para la Casa Real española, la figura de la infanta Elena gana enteros en la calle y dentro de la institución, según los datos que se manejan en La Zarzuela. Si en 2009 atravesó un momento complicado por su divorcio de Jaime de Marichalar —un hecho sin precedentes en la familia real—, la hija mayor de los Reyes se ha convertido poco después de cumplir el medio siglo en uno de sus miembros más populares. “Allí por donde va arrasa”, sentencia un miembro del staff de palacio. Según los datos oficiales facilitados por la casa, en 2013 presidió 37 actos, y en los tres últimos años, un total de 110, lo que supone una media anual de 35. Elena de Borbón y Grecia es una marca blanca, una imagen sin contaminar ante el exterior y una mediadora en la complicada convivencia familiar.
Cuando hace tres años estalló la implicación de Urdangarin en el caso Nóos y fue apartado de la agenda, arrastrando a la infanta Cristina en su caída, portavoces oficiales anunciaron una época de cambios. El foco mediático se centraría en el núcleo central de la familia, es decir, en los Reyes y en los Príncipes. Había llegado el tiempo de que las infantas dieran un paso atrás. Así, Cristina dejó de figurar en la representación de la Corona y Elena se bajó de la primera fila. La imagen del cambio quedó reflejada en el desfile del Día de la Hispanidad, donde la hija mayor de don Juan Carlos fue ubicada en la tribuna de invitados junto a Alfredo Pérez Rubalcaba y no con los Reyes. Fue en ese momento de cambios cuando la hija mayor de los Reyes de España se empleó en diseñar su nueva vida.
Firmado el divorcio de Jaime de Marichalar tras 14 años de relación, vive instalada en un piso del barrio del Niño Jesús de Madrid, cerca del Retiro, una casa muy alejada de los lujos del palacete de Pedralbes de su hermana. Comenzó a trabajar para la fundación Mapfre, donde se ocupa del departamento de Acción Social, que en España integra laboralmente a personas discapacitadas y en Sudamérica colabora en dar educación a niños con problemas de exclusión.
Elena estudió Magisterio e, incluso, fue propietaria con un grupo de amigos de un colegio en el que impartía clase de inglés. Y cuando en 2008, tras el llamado “cese temporal de la convivencia”, decidió explorar otras vías profesionales, fue invitada a dejarlo. El diario Cinco Díasinformó entonces de que diez días después de que trascendiera que Elena de Borbón había comprado una empresa de inversiones, Global Cinoscéfalos SL, esta había comenzado su proceso de disolución. En esos momentos, los negocios de Urdangarin ya estaban en boca de todos. Elena no tiene sueldo de la Casa del Rey, de la que solo recibe una cantidad como representación según los actos oficiales a los que asista.
De la misma manera en que la Infanta diseñó su vida de mujer divorciada, madre de dos hijos y profesional, decidió también reinventar su papel en la familia real. Intencionadamente o no, Elena comenzó a pisar más la calle. Es fácil ahora verla por el madrileño barrio de Salamanca haciendo la compra, probándose ropa en Zara, tomando el aperitivo en alguna tasca, montando en bici por el parque de El Retiro o celebrando las victorias del deporte español vestida de arriba abajo con los colores de la bandera de España. Saluda a todos los que se le acercan y solo saca su mal carácter cuando los fotógrafos la persiguen. Esa parte de la fama la lleva muy mal, sobre todo en estos meses en los que los paparazzis intentan fotografiarla sin éxito con una nueva pareja.
Desde que se separó no ha tenido ninguna relación confirmada. Se la ha vuelto a relacionar con el que fue su gran amor de juventud, el jinete sevillano Luis Astolfi, una vez que este se ha divorciado, aunque lo cierto es que ambos siguen siendo grandes amigos, pero nada más. Elena, la infanta single, se refugia los fines de semana en el campo con sus íntimos de siempre. Al frente de ellos, Rita Allende Salazar, una de las personas que más cerca está de ella desde hace 30 años.
Una prueba más del momento que disfruta Elena es que la llaman para los actos a pie de calle. Un ejemplo: el próximo viernes será la encargada de representar a la familia real en una de las citas más populares del año, la visita a Jesús de Medinaceli de todos los primeros viernes de marzo. En esa comparecencia se testa a pie de calle la aceptación. En 2013, fue la reina quien compareció coincidiendo en el tiempo con las declaraciones de Corinna sobre su amistad con el Rey. En el templo se oyeron aplausos.
Elena ha concedido muy pocas entrevistas. La última, en diciembre, al cumplir los 50. En ella se definió: “Soy espontánea, valoro mucho la familia y los amigos, procuro vivir con intensidad lo que hago. Tengo sentido del humor y lo valoro en los demás”. Es la más Borbón de los tres hijos de los Reyes, la que más se parece a su padre, por quien siente adoración. En estos meses de baja del monarca por motivos de salud ha sido quien más lo ha visitado en su reposo. Comparten afición por la buena mesa, los toros, la caza y los chistes. Esa cercanía le ha permitido actuar de mediadora en favor de su hermana en los momentos de más tensión familiar. También lo ha hecho entre sus hermanos. Elena adora a Felipe —famosas son sus lágrimas de emoción el día en que el Príncipe fue abanderado en los Juegos de Barcelona—, pero está muy unida a Cristina desde su separación. De doña Sofía ha heredado la disciplina. “He tenido la suerte de tener como madre a una Señora, con mayúsculas”, dice.
Elena se reconoce una “privilegiada” con la vida que lleva. Confiesa que lo pasó mal cuando decidió separarse. Fue criticada por romper con una de las normas no escritas de la monarquía. Seis años después ha sabido reinventarse, tarea en la que trabajan todos los miembros de las monarquías del siglo XXI.
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