EL TESTIGO DE LA LIBERTAD
Albert Camus
(Alocución pronunciada en Pleyel, en
noviembre de 1948, durante un encuentro
internacional de escritores, y publicado
por La Gauche, el 20 de diciembre de
1948).
Vivimos en una época en que los hombres impelidos por ideologías mediocres y feroces, se
acostumbran a tener vergüenza de todo. Vergüenza de sí mismo, vergüenza de ser felices, de
amar o de crear. Una época en que Racine se ruborizaría de Berenice y Rembrant, para
hacerse perdonar por haber pintado La ronda nocturna, correría a anotarse para hacer
penitencia. Los escritores y los artistas de hoy tienen también la conciencia sufrida y está de
moda entre nosotros hacernos personar nuestro oficio. En verdad, se pone cierto esmero en
ayudarnos a ello. De todos los rincones de nuestra sociedad política se levanta una gran
protesta en contra nuestra que nos obliga a justificarnos. Debemos justificarnos de ser inútiles al
mismo tiempo que de servir, por nuestra misma inutilidad, a malas causas. Y cuando
respondemos que es muy difícil quedar limpios de acusaciones tan contradictorias, se nos dice
que no es posible justificarse a los ojos de todos, pero que podemos obtener el generoso
perdón de algunos, tomando su partido, que es, por otra parte, el único verdadero, en el caso
de creerles. Si este tipo de argumento falla, entonces se le dice al artista: “Observe la miseria
del mundo. ¿Qué hace usted por ella?” A este chantaje cínico, el artista podrías contestar: “¿La
miseria del mundo? No la aumento. ¿Cuál de ustedes puede decir otro tanto?”. Pero no es
menos cierto que ninguno de nosotros, si se exige a sí mismo, puede permanecer indiferente al
llamado que se eleva de una humanidad desesperada. Es preciso, pues, sentirse culpable por
fuerza. Henos aquí llevados a una actitud confesional laica, la peor de todas.
No obstante, no es tan simple. La elección que se nos pide no puede hacerse por sí misma,
está determinada por otras elecciones, hechas anteriormente. Y la primera elección que hace
un artista es, precisamente, la de ser artista. Y si ha elegido ser artistas, es tomando en cuenta
lo que él mismo es y a causa de una cierta idea que se forma del arte. Y si esas razones le han
parecido bastante buenas para justificar su elección existe la posibilidad de que sigan siendo
bastante buenas para ayudarlo a definir su posición frente a la historia. Esto es, al menos, lo
que pienso, y querría singularizarme un poco, esta noche, poniendo el acento, ya que hablamos
aquí con libertad, a título individual, no sobre un remordimiento que no tengo, sino sobre los dos
sentimientos que frente a y a causa misma de la miseria del mundo, abrigo respecto de nuestro
oficio, es decir, el agradecimiento y la altivez. Ya que hay que justificarse, querría decir por qué
hay una justificación en ejercer, dentro de los límites de nuestras fuerzas y de nuestro talento,
un oficio que, en medio de un mundo endurecido por el odio, nos permite a cada uno de
nosotros decir tranquilamente que no es el enemigo mortal de nadie. Pero esto exige una
aplicación y no puedo darla si no hablo un poco del mundo en que vivimos y de lo que nosotros,
artistas y escritores, nos consagraremos a hacer en él.
El mundo que nos rodea es desdichado y se nos pide hacer algo para cambiarlo. ¿Pero cuál es
esa desdicha? A primera vista, se define fácilmente: se ha matado mucho en el mundo en estos
últimos años y algunos prevén que todavía seguirá matando. Un número tan levado de muertos
termina por enrarecer la atmósfera. Naturalmente esto no es nuevo. La historia oficial fue
siempre la historia de los grandes crímenes. Y no es que Caín mata a Abel. Pero es de hoy que
Caín mata a Abel y reclama después la legión de Honor. Daré un ejemplo para que se me
entienda mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario