Menendez Pelayo y la nacion hecha historia.
ABC, Fernando Garcia de Cortázar,16-03-2014
Recordemos todos con vergüenza ajena el aire de trámite de urgencia burocrática con que se despachó el centenario de la muerte de Menéndez Pelayo. Ya estamos resignados a que cualquier homenaje a quienes han sido forjadores de una conciencia nacional carezca de lo que ha venido en llamarse «olor de multitud». Pero cabía esperar que una minoría que se pretende selecta ofreciera su colaboración al indispensable cultivo de nuestra memoria nacional. Ni los poderes públicos que habrían de identificarse con las inquietudes de don Marcelino; ni los medios académicos que habrían de pensar rigurosamente la historia cultural de España; ni la muchedumbre de intelectuales a quienes debería exigirse que descubrieran los orígenes de nuestro pensamiento crítico contemporáneo, parecen haberse dado cuenta de la circunstancia tan propicia y exigente que teníamos ante nosotros. Porque en el año 2012 coincidía el desafío lanzado por el separatismo no sólo a la unidad, sino también a la idea misma de España, con la fecha en que podíamos conmemorar el primero de los grandes esfuerzos de nuestro tiempo para dar coherencia histórica y dignidad espiritual al proceso constituyente de la nación española.
Será porque el desprecio por una tradición que nos identifica es ya transversal. Será porque a nadie parece interesar la búsqueda de un principio de soberanía que no empezó ni se agota en los textos jurídicos, sino que nació como toma de conciencia de una vida tramada en el curso de los siglos. No acierto a entender cómo creen algunos responsables de la formación de nuestra ciudadanía, que podremos oponer los argumentos de las razones históricas de España a las imaginativas leyendas del delirio secesionista. No será, desde luego, con ese conformismo legalista que sólo entiende España como un Estado de derecho, olvidando que, para poder serlo, ha debido existir previamente un sentimiento de pertenencia, una convicción patriótica y la lenta sedimentación de una cultura que da origen, finalidad y carácter al edificio institucional de nuestra Carta Magna. España no existe porque así lo dice la Constitución. La Constitución existe porque la quisieron, redactaron y votaron quienes ya eran españoles.
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