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13 abr 2014

Desde el fondo de España.

Desde el fondo de España
ABC, Garcia de Cortazar, 09-03-2014




Vivimos en tiempos sombríos, arrojados a la crisis más profunda que España ha vivido en los últimos setenta años. Otras naciones, en circunstancias similares, respondieron al desafío de la historia con un acto de voluntad. En la intemperie de peligros que amenazaban su permanencia, curtieron la decisión de seguir viviendo. Fueron conscientes de que hay encrucijadas que parecen imaginadas para ponernos a prueba como tradición, pero también como nación que desea pronunciarse a modo de esperanza, a modo de futuro.
Esa España cuya experiencia histórica es saqueada por los salteadores ideológicos del separatismo; esa España que algunoscapataces de provincias insultan desde el desalmado caudillismo de sus naciones imaginarias; esa España sin cuerpo y sin conciencia, limitada a las cláusulas de un acuerdo ante notario… esa España poco tiene que ver con la manera en que fue pensada, sentida y escrita por poetas que quisieron vivirla y hacerla vivir en su palabra. Fue en otros tiempos de cólera, cuando la guerra fratricida aún humeaba en el recuerdo. Cuando la tierra de España sufría aún las cicatrices de la contienda y el espíritu de los españoles padecía el cautiverio del resentimiento. Fue en otros tiempos que midieron nuestra estatura, que fijaron el valor de nuestra condición, que averiguaron hasta qué punto España había muerto o si, salida de una experiencia atroz, había afirmado su voluntad de existir como nación.

Conciencia de sí misma

Es imposible entender la amargura de la posguerra del vencido, el orgullo de la paz del vencedor, la tenacidad de la esperanza de todos, sin asomarse a ese lugar común en el que unos y otros encontraron su significado último, la razón de su vida. «¡España! ¡España! ¡España abierta!/Piso tus calles, luego existo… y canto», clamóVictoriano Crémer. A través del verso, la nación se incorpora no sólo como territorio, sino como conciencia de sí misma despertada por la palabra de quien la busca.
A través de la palabra, España es algo más que un país al que se alude: es el encuentro del hombre con su fibra moral, el espacio en que su existencia de individuo se hace historia. A través de su nombre reiterado, España es proyecto, empresa, horizonte al que la esperanza de los hombres tiende las manos, como lo expresó Celaya en un poema en el que veían reflejada su ansiedad las generaciones que trataban de abrir paso al futuro: «Somos el ser que se crece. / Somos un río derecho./ Somos el golpe temible de un corazón no resuelto».

España era una pasión

A uno y a otro lado de la línea terrible marcada por la guerra, se encontraba España. No era la nación reducida al articulado de un texto jurídico, no era la nación resignada a las formalidades de un contrato. No era, desde luego, la nación artificial y revocable que trama el delirio de los secesionistas. Tampoco era un sentimiento irracional, sinouna convicción vivida intensamente, una emoción razonable, una fe certificada por la experiencia. España era una pasión. «España, espina de mi alma. Uña/y carne de mi alma. Arráncame/tu cáliz de las manos./Y amárralas a tu cintura, madre». Blas de Otero se entregaba a un amor tan grave en su lealtad filial como exigente en su severa demanda de que la nación fuera capaz de integrar de una vez por todas a sus hijos: «Que mi fe te levante, sima a sima/ he salido a la luz de la esperanza./ Hombro a hombro, hasta ver un pueblo en pie/ de paz, izando un alba».
Pasión por una nación que se cumpliera en libertad, en el respeto a la dignidad de sus ciudadanos, en el olvido de las heridas que la escindieron. Caballero Bonald pedía al «blanco de España» que cubriera el tiempo de la violencia, del enfrentamiento, del suicidio de todos, para poder pronunciarse como tierra libre: «Para que nadie pueda recordar/las divididas grietas de tu cuerpo,/ para escribir tu nombre sobre el mío,/para encender con mi esperanza/la piel naciente de tu libertad».

Una mujer a solas

Como muy pocos, Ángela Figuera Aymerich alzó la voz sobre el polvo y el lodo de una nación a punto de morir en la tragedia de la guerra. Con la fuerza de una mujer a solas, contemplando esos momentos que, como lo recordó el mayor de los poetas británicos, te muestran el miedo en un puñado de polvo, miró el paisaje de una España rota. A quienes pretenden que España es un hecho casual y reversible, una anécdota en la historia o un lamentable error político, les convendrá asomarse a la energía de aquella escritora. Víctima de la ferocidad de la contienda, lejos de las pompas oficiales y desdeñosa de cualquier ritual de patriotismo en nómina, Ángela Figuerapronunció como nadie el honor de España, la necesidad de España: «Con los ojos cerrados,/con los puños cerrados, con la boca/ cerrada, España, canto tu belleza./ Y con la pluma ardiendo y con la pluma/loca de amor rabioso canto y firmo».
En el recuerdo de todos estos poetas, la nación impugnada de nuestros días parece escuchar de nuevo su nombre, como si desde lo más hondo de nuestra historia reciente, desde los momentos más amargos, pudiera señalar a quienes hoy fabrican su demagogia populista negando una y otra vez las razones de España. Parece repetir, con las palabras de Julián Andúgar: «Si echan ceniza sobre tu cabeza,/ tú, mientras, vieja España,/ sillar de la paciencia,/alza esa cara».

Ángela Figuera Aymerich

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