Las Humanidades en la sociedad del conocimiento
Por: ESADE | 14 de abril de 2014
Por Josep M. Lozano, profesor del dpto de Ciencias Sociales de ESADE
Vamos todos repitiendo obedientemente el mantra “sociedad del conocimiento”. Pero, ¿qué sociedad y qué conocimiento?
Veamos. En la sociedad que parece emerger, la vieja división entre cultura literaria y cultura tecnocientífica queda en un segundo lugar. De hecho, la sociología recreativa insiste en que la división entre ambas culturas se ha resuelto a favor de la tecnociencia. De ahí a grandes lamentaciones –e incluso funerales- sobre las humanidades solo hay un paso. Peter Sloterdijk afirmaba que "la cultura humanista, basada en el libro y en una educación monopolizada por el sacerdote y el maestro, ha perdido definitivamente su capacidad para moldear al hombre". La frase es tan provocativa como brillante, y su provocación y su brillo pueden hacernos dejar de lado unas cuantas aclaraciones que son necesarias: ¿qué se establece como cultura humanista y quién y cómo la delimita?; ¿no existe cultura humanista si no se basa en el libro?; ¿que el sacerdote y el maestro ya no monopolicen la educación es una constatación o una nostalgia?; ¿qué quiere decir hoy moldear al hombre?
Supongamos que aceptamos lo de la crisis de las humanidades, ¿pueden tener todavía algún papel las humanidades en la emergente (¡ejem!) sociedad del conocimiento? Hay ciertas tendencias que, a mi parecer, lo confirman, siempre y cuando las humanidades sepan asumir las nuevas condiciones sociales y culturales. Hasta hace poco el peso se decantaba hacia el hecho de compartir un fondo común del saber (el Allgemeine Bildung de los alemanes, la educación liberal anglosajona). El famoso canon occidental de Harold Bloom es, probablemente el último canto nostálgico a favor de esta visión de la tradición. Pero en el presente, la mezcla entre conocimiento aplicado, especializado y la necesaria comprehensión y capacidad de integración creará saberes mestizos, experiencias altamente interdisciplinares.
La distinción entre especialistas y generalistas, pues, tendrá menos sentido o, simplemente, dejará de tenerlo; la separación entre ciencias y letras (¡vaya solemne tontería!) todavía menos; y la dependencia excesiva del pasado y de “una” tradición tampoco.
Sea lo que sea la sociedad del conocimiento, la visión integral de éste y la futura posibilidad de sus aplicaciones productivas y de sus desarrollos innovadores dependerá menos de la genialidad del sabio que de la creación de organizaciones inteligentes, organizaciones que aprenden e intercambian el saber, donde sus miembros son capaces de hacerse comprender por otros que no poseen la misma base de conocimientos. Dicen que en la sociedad del conocimiento la verdadera inversión se hace en personas y en su capital intelectual. Y dicen también que será una sociedad global.
Desde esta perspectiva, el saber no puede ser sólo occidental.
Quien quiera vivir en serio en la sociedad del conocimiento deberá estar entrenado en la interculturalidad, en el conocimiento de tradiciones distintas, en el diálogo con valores y creencias ajenas a la propia cultura.
El nuevo humanista será aquel mediador dotado de una cierta hermenéutica que haga comprensibles el babel de culturas y saberes; el nuevo humanista desarrollará una sabiduría que le ayude a discernir los riesgos y posibilidades de cada situación; el nuevo humanista tendrá una clara conciencia de que el humanismo y la calidad humana no se reducen al genio individual sino que incluyen la calidad de las organizaciones de todo tipo, cuya viabilidad se establecerá desde criterios que habrá que construir y acuñar.
La necesidad de dar sentido a nuestras vidas y de reconstruir nuestras identidades requerirá, por supuesto, que se facilite el acceso a la gran herencia del pasado, un acceso que potencie una mayor lucidez para situarnos en el presente (algo muy distinto, dicho sea de paso, de disponer de una antología de citas para embellecer discursos y prólogos, o de enriquecer los temas de las sobremesas). Porque, por cierto, aunque todo cambie, ni el mundo ni la condición humana empiezan hoy. Y por eso, ante determinadas actuaciones o declaraciones a las que hemos asistido (y a las que me temo que no dejaremos de asistir), no dejan de resonar en nuestros oídos estas desoladas palabras: “especialistas sin espíritu, hedonistas sin corazón, estas nulidades se imaginan haber alcanzado un estadio de la humanidad superior a todos los anteriores”.
Este nuevo giro de la sociedad significa un campo de oportunidades para las humanidades, sobre todo si se acierta en el camino de su reformulación, o bien puede representar la causa definitiva de su desaparición de la esfera pública. Por eso, el futuro de las humanidades no pasa, prioritariamente, por las facultades de letras. Hoy son médicos, tecnólogos, ingenieros, empresarios, directivos, funcionarios de las administraciones los que están reclamando, en un mundo altamente especializado, una aproximación a la dimensión más profunda de la humanidad, aquella que debería estar presente en la base de su disciplina y de su profesión. Si es cierto que las organizaciones están formadas por personas, y si hoy hemos llegado a la conclusión de que el motor y lo más preciado de las personas es su capital intelectual, ¿alguien puede tener dudas de que las humanidades tienen algo que decir en este tercer milenio que ahora comienza?
Pero, ¿qué tipo de aproximación a las humanidades necesitamos?
(Por cierto: la cita sobre las nulidades era de Weber, en las páginas finales de su estudio sobre los orígenes del capitalismo).
Publicado en el blog Persona, Empresa y Sociedad de Josep M. Lozano
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