"Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva scura
che la diritta via era smarrita"
La Divina Comedia
Dante Alighieri
¿Puedo estar confundido a esta distancia del camino emprendido sin quererlo hacer?
No estoy confundido por cuanto no he comenzado el camino según un plan. Tampoco sé de nadie que haya estado, o este confundido por el camino tan adelantado que tengo como previsible caminar.
Que habitual es manifestar estar confundido cuando, en realidad, es no saber que camino es este por el camino errante, sin destino que aquel que los demás quieran referirme que sigo.
Recuerdo que en mi caminar nunca he tomado decisión por motivo alguno el seguir uno u otro ramal.
Si conocía que ninguno de los caminos era el mío, o que debiera seguir como casto para llegar a un fin.
Un día me encontré con el amanecer de una mujer maltratada y desorientada que seguía el camino que un mal nacido u otro le señalaba. Mientras le tendía una mano para que me compañera mientras se diluía su confusión, esta le desencadenó una psicosis brutal para mi que observaba las caídas que continuamente le producían atractores fatales que ella entendía que le ayudarían en su vida.
Fueron dos años hasta que conseguí verla caminar sin titubeos. Después de muchos años, la observo caminar con sus hijos, pero su mirar es triste y lejano.
Camina recto para los demás. Sin embargo, sigue confusa.
¿He de hacer algo por ella? ¿Es examinar es el suyo?
¿Soy cobarde por no tenderle la mano?
¿Debo ser cobarde?
Opto por leer sus textos como sagrados y, por ello, no inteligibles.
Reeleré "Afinidades electivas" de Goethe.
¿Porqué?.
Porque se me dio en recordar.
Afinidades electivas
Primera parte
Capítulo 1
Eduardo, así llamaremos a un rico barón en lo mejor de la edad, Eduardo había pasado en su vivero la hora más agradable de una tarde de abril injertando en árboles jóvenes nuevos brotes recién adquiridos. Acababa de terminar su tarea. Había guardado todas las herramientas en su funda y estaba contemplando su obra con satisfacción cuando entró el jardinero, que se alegró viendo cuán aplicadamente colaboraba su señor.
-¿No has visto a mi esposa? -preguntó Eduardo, mientras se disponía a marchar.
-Allí, en las nuevas instalaciones -replicó el jardinero-. Hoy tiene que quedar acabada la cabaña de musgo que ha construido en la pared de rocas que cuelga frente al castillo. Ha quedado todo muy bonito y estoy seguro de que le gustará al señor. Desde allí se tiene una vista maravillosa: abajo el pueblo, un poco más a la derecha la iglesia, que casi deja seguir teniendo vistas por encima del pináculo de su torre, en- frente el castillo y los jardines.
-Es verdad -dijo Eduardo-, a pocos pasos de aquí pude ver trabajando ala gente.
-Luego -siguió el jardinero-, se abre el valle a la derecha y se puede ver un bonito horizonte por encima de los prados y las arboledas. La senda que sube por las rocas ha quedado pre- ciosa. La verdad es que la señora entiende mucho de esto, da gusto trabajar a sus órdenes.
-Ve a buscarla -dijo Eduardo-, y pídele que me espere. Dile que tengo ganas de conocer su nueva creación y de disfrutar viéndola con ella.
El jardinero se alejó presuroso y Eduardo lo siguió poco después. Bajó por las terrazas, fue supervisando a su paso los invernaderos y los parterres de flores, hasta que llegó al agua, y tras cruzar una pasarela, alcanzó el lugar en donde el sendero que llevaba a las nuevas ins- talaciones se bifurcaba en dos.
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