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11 mar 2015

La maldad está en la catástrofe de que te nazcan, no lo está en que te maten.

No me puedo arrepentir de que mi madre me naciera.
No me podré arrepentir de que mi asesino me mate.
No me podré arrepentir de haber vivido.
Sin quererlo, seguiré viviendo.
Ni adiós, ni hasta luego. No puedo hablar. No puedo hablar. No puedo hablar contigo por no haber nacido ni por haber muerto si haber vivido.
Ni contigo puedo hablar, amigo. Amigo Augusto Pérez, ni tampoco soy tu amigo, por no haber nacido. No te he reconozco, Augusto Pérez. Por no haberte nacido, tampoco puedo morir, contigo.



Del inconveniente de haber nacido
Cioran

No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento.



Nos repugna, es verdad, considerar al nacimiento una calamidad: ¿acaso no nos han inculcado que se trata del supremo bien y que lo peor se sitúa al final, y no al principio, de nuestra carrera? Sin embargo, el mal, el verdadero mal, está detrás, y no delante de nosotros. Lo que a Cristo se le escapó, Buda lo ha comprendido: «Si tres cosas no existieran en el mundo, oh discípulos, lo Perfecto no aparecería en el mundo...» Y antes que la vejez y que la muerte, sitúa el nacimiento, fuente de todas las desgracias y de todos los desastres.


Se puede soportar cualquier verdad, por muy destructiva que sea, a condición de que sea total, que lleve en sí tanta vitalidad como la esperanza a la que ha sustituido. 

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