Los asturianos destronaron a partir de mediados del siglo XIX el poderío catalán28.02.2013 | 02:01
Foto de la antigua fábrica de Partagás en La Habana
Desde que en 1818 el asturiano Francisco Cabañas inscribió la primera marca comercial de cigarros que se haya registrado y hasta que en enero de 1959 Fidel Castro entró triunfante en La Habana fumando un Romeo y Julieta -otra de las marcas astur-cubanas-, el tabaco, salvo una etapa inicial de gran protagonismo catalán, fue un negocio en poder de la inmigración asturiana, como lo fueron en buena parte el comercio, los grandes almacenes y bastantes bancos de la isla.
De los titulares de tales negocios, fueron sobre todo los tabaqueros los que pusieron en pie el poderoso e influyente Centro Asturiano de La Habana (1887), pese al empeño en contra del Casino Español, y fueron los asturianos los que controlaron la Unión de Fabricantes de Tabaco desde la segunda mitad del XIX y la Asociación de Fabricantes Exportadores de Tabaco en la primera mitad del XX. La gran patronal tabaquera cubana era «asturiana casi en su totalidad», escribió Ramón Alices Montes en el último tercio del XIX.
Los asturianos crearon marcas legendarias como Romeo y Julieta, Punch, Montecristo, La Flor de Cuba, Ramón Allones y muchas más, y se hicieron con la propiedad de enseñas ajenas y de gran relevancia, como Sancho Panza, H. Upmann, Por Larrañaga, Hoyo de Monterrey y Partagás.
El traspaso de la marca de Jaume Partagás a manos asturianas (los Bances, primero, y los Cifuentes, después) no fue un caso insólito de transferencia de activos de tabaqueros catalanes a asturianos. Lo mismo ocurrió con la compra por los Palicio de la marca José Gener, la de la tabaquera Andreu por Ramón Allones y la de Félix Arnau y Manuel Reina por los hermanos Cueto.
El original dominio catalán en la industria cubana del tabaco (Pla, Gresa, Reig, Bauzá, Carbonell, Conill, Guilló, Garriga, Rosell, Güell, Figueras, Balcells, Massana y muchos otros) quedó así eclipsado desde mediados del XIX por la impetuosa irrupción de los asturianos, quienes acabaron asumiendo el liderazgo en el sector y fueron quienes encumbraron las marcas cubanas y sus diferentes vitolas y calibres como referencias de prestigio y «glamour» internacionales.
Antes de la independencia cubana, en 1898, ya había no menos de una docena de relevantes tabaqueros asturianos en la isla, según Francisco Erice, aunque su verdadero esplendor se produjo en las décadas siguientes.
Para ello tuvieron que resistir y hacer frente a la ofensiva que desde 1901 emprendieron los grandes «trusts» tabaqueros estadounidenses y británicos sobre Cuba, en un intento de control del sector al amparo de la creciente influencia estadounidense sobre la mayor de las Antillas tras el desastre español de 1898.
La hegemonía asturiana persistió pese al gran potencial capitalista de los nuevos competidores y se sobrepuso a la acometida anglosajona, de forma que fue en la primera mitad del XX cuando las enseñas en poder de los asturianos (caso de los míticos Montecristo, concebidos en 1935) se encumbraron como referencia internacional del máximo prestigio y como elementos distintivos de status y de elevada inserción social y económica para sus fumadores.
Todas estas marcas -expropiadas y estatalizadas tras el triunfo revolucionario castrista de 1959- y las dos creadas por el Gobierno cubano con posterioridad -Cohibas y Vega Robaina-, acaparan aún hoy el 25% del mercado mundial de cigarros (excluido EE UU) y el 75% de las ventas mundiales en el segmento «premium» (máxima calidad). Desde 1999 este elenco de legendarias marcas de tabaco cubano está en manos de Habanos, S. A., una sociedad mixta participada al 50% por la compañía estatal cubana Cubatabaco y por la española Altadis, la antigua Tabacalera, dominada desde 2008 por la británica Imperial Tobacco. Habanos. S. A. comercializa las antiguas marcas asturianas en 150 países. Muchas de ellas tienen una acrisolada ejecutoria con más de siglo y medio de antigüedad.
Desde el XIX destacaron como elaboradores en Cuba los asturianos Segundo Álvarez Nava (La Corona), Ramón Argüelles Alonso (primer marqués de Argüelles), Pancho García, Gumersindo García Cuervo y Casimiro Álvarez, Inocencio Álvarez, Manín García y José Rodríguez (propietarios sucesivos de Romeo y Julieta), Francisco Cabañas, Anselmo González del Valle (Hija de Cabañas y Carvajal), Manuel del Valle (La Flor de Cuba), Leopoldo González Carvajal (Camelia del Japón, Dos Carvajales, Carvajal y Carvajal y otras marcas), Ramón Argüelles Alonso. Julián Álvarez Granda (Flor de Henry Clay), José García, Manuel López (Punch), los hermanos Benjamín, Alonso, Celestino y Félix Alonso Menéndez y su socio José García (Montecristo y H. Upmann), su sucesor Benjamín Menéndez García y sus hermanos (las dos marcas citadas, pero también Por Larrañaga, La Favorita y otras), Ramón Allones (Sancho Panza y Ramón Allones), José Menéndez García, Calixto López, Manuel Rodríguez, Domingo Méndez, Ramón Cifuentes (Partagás), Juan Cano (La Flor de Cano), Juan Cueto Collado (La Flor de Naves, Don Quijote, Guerrabella, La Perfección y El Dios Marte) -luego asociado a Juan Obeso Carriles-, los Suárez Murias (La Radiante y La Flor de J. S. Murias) y otros.
En 1959, cuando se produce el triunfo revolucionario, y hasta las expropiaciones y estatalizaciones castristas de los años inmediatos, persistía el control asturiano sobre numerosas empresas del ramo y las marcas más acreditadas internacionalmente seguían en su poder.
Calixto López y Cía. Fundada por Francisco Grande Bances, asociado luego al valdesano Calixto López Albuerne (dueño a su vez de los cigarros El Edén) y a Manuel López. Este último controlaba además Punch y Belinda. Tenía sucursal en Tampa (EE UU), otro territorio tabaquero. López estaba emparentado con el también elaborador Manuel Valle.
Hijos de Domingo Méndez. Domingo Méndez Martínez, que fue presidente del Centro Asturiano, controlaba la sociedad, en la que participaban sus hijos. La compañía era la sucesora de otras precedentes y fabricó los cigarros El Cuño, Regalías y El As, entre otras marcas.
Hijos de J. Cano y Cía. Elaboró la marca La Flor de Cano. Fue fundada por el asturiano Juan Cano Sainz, quien se había involucrado en el negocio con un tío y dos hermanos.
Partagás y Cifuentes y Compañía. La compañía Partagás, fundada por el catalán Jaume Partagás en 1844, fue adquirida a su muerte por los Bances, banqueros en La Habana originarios de Candamo, quienes vendieron la empresa y la marca al riosellano Ramón Cifuentes Llano. Desde entonces el escudo de Ribadesella fue incorporado a la simbología de la empresa y a las anillas identificadoras de sus cigarros. Cifuentes también se hizo con la marca Ramón Allones, que había sido creada por el tabaquero asturiano del mismo nombre. Los Bances tuvieron también La Carolina, en sociedad con Cayetano Suárez Rodríguez, y operaron en Nueva York (Los Tres Hermanos).
Ramón Rodríguez e Hijos. Sucesora de la original Partagás, esta compañía, propiedad de Ramón Rodríguez Gutiérrez y sus dos hijos, se especializó en la producción de cigarrillos con la marca Partagás, mientras que los cigarros con esta denominación eran elaborados por la familia Cifuentes, de Ribadesella.
Trinidad Industrial. Fabricante de los cigarros Eva, fue fundada por Joaquín Menéndez y, a su muerte, en la década de los años cincuenta, pasó a su viuda e hijos.
B. Menéndez y Hermanos. Sociedad fundada por Ricardo Menéndez Suárez, que fue presidente de la Unión de Fabricantes de Tabacos y Cigarros, elaboraba la marca El Rico Habano, y antes produjo Flor de R. Barcia, La Alianza, La Fiel Cubana y La Prueba.
F. Palicio y Cía. Fabricante de los habanos Punch, Hoyo de Monterrey, Belinda y Gener. La compañía era propiedad del asturiano Fernando Palicio Argüelles, antiguo empleado de Romeo y Julieta. Palicio fue presidente de la Unión de Fabricantes de Tabaco y Cigarros. F. Palicio y Cía. integró a la compañía tabaquera Torre Gener y Hermanos, del catalán José Gener Batet, y que le aportó las marcas Hoyo de Monterrey y Gener. La marca Punch fue concebida en origen para competir en el mercado anglosajón.
Cigarros H. Upmann. Sociedad controlada por Ramón González Menéndez en sociedad con Alonso Menéndez García, de Candamo, y el avilesino José García. Estos dos últimos eran dueños de otra compañía tabaquera: Menéndez, García y Compañía, entre otros intereses tabaqueros en la isla. H. Upmann se había constituido en 1844 por iniciativa de dos hermanos alemanes: Hermann y Augusto H. Upmann.
Menéndez, García y Cía. Empresa con accionistas comunes con la anterior, fue fabricante también de H. Upmann y de Montecristo. La primera marca fue adquirida y la segunda fue una creación propia en 1935. Montecristo pasó a ser la enseña probablemente más prestigiosa del mundo y desde su lanzamiento fue un éxito que trascendió el mercado nacional. La empresa era en 1959 el mayor fabricante de tabaco cubano. Era propiedad principal de Alonso Menéndez García y de José Manuel García González, en sociedad con varios hermanos del primero (Benjamín y Félix Menéndez García) y del segundo (Omar y Adolfo García González), todos ellos asturianos.
Particulares, S. A. Los socios principales de Menéndez, García y Cía. (Alonso Menéndez García y José Manuel García González) adquirieron esta compañía a Segundo López. La sociedad era productora de las marcas Particulares y Byron y también elaborada Montecristo.
Menéndez y Compañía. Benjamín y Félix Menéndez García, de San Román de Candamo, y accionistas de Menéndez, García y Cia con su hermano Alonso y los socios de éste, dominaban, con otros accionistas, casi todos asturianos, la compañía Menéndez y Compañía, que actuaba como almacén exportador de tabaco. El fundador de la compañía había sido el asturiano Manuel Menéndez Parra, cuyo sobrino Ladislao Menéndez Menéndez continuaba en la sociedad a fines de los años cincuenta.
Fábrica de Tabacos Por Larrañaga. Los hermanos Alonso, Benjamín y Félix Menéndez García también participaban como accionistas en Por Larrañaga. Alonso Menéndez, casado con una Toraño, del almacenista tabaquero Toraño y Cía, y con participación H. Upmann, fue calificado por el estudioso gallego Daniel Hortas como «el último gran tabaquero asturiano en Cuba». Según Guillermo Jiménez, Alonso y otros dos de sus hermanos, José y Adolfo, eran los segundos accionistas más relevantes de esta compañía tabaquera, fabricante de los cigarros Por Larrañaga, Petronio, Habanos 1834, La Gloria y Aromas de Cuba. La marca había sido fundada por el gallego Ambrosio de Larrañaga, pero pasó a manos asturianas.
Fábrica de Tabacos Romeo y Julieta. Fundada por el asturiano Inocencio Álvarez, pasó por varios propietarios hasta su adquisición por la compañía Rodríguez, Argüelles y Compañía, de capital asturiano, dominada por José Rodríguez Fernández, de Colloto, y por el gijonés José Ramón Argüelles del Busto. Participaban otros asturianos con menor posición en el capital, caso de Juan Fernández Bao, de Salas. Romeo y Julieta acabó siendo adquirida por otro asturiano: Baldomero Fernández, cuñado de Manuel López (uno de los socios de la empresa tabaquera Calixto, López y Cía). La empresa también elaboraba los habanos Don Pepín y María Guerrero.
Tabacalera Cubana. Fue fabricante de habanos La Corona, Cabaña y Henry Clay y también de cigarrillos. La sociedad había sido fundada en 1845 por los asturianos Segundo Álvarez, que fue alcalde de La Habana, y Perfecto López. Absorbió varias empresas tabaqueras: Henry Clayand Bock (participada por los asturianos Francisco y Julián Álvarez, de Candamo), e Hija de Cabañas y Carvajal, propiedad de Manuel González Carvajal, originario de Soto del Barco y Pravia (propietario de L. Carvajal y Dos Cabañas), y su yerno, Anselmo González del Valle Fernández, de Grado, y el pariente de éste, el avilesino Leopoldo González-Carvajal Zaldúa, primer marqués de Pinar del Río.
Tabacalera Lobeto. Elaboradora de tabacos Sol de Lobeto, Sol de Miguel y Casín. Era propiedad de los herederos de Fernando Lobeto Miguel, que fue presidente del Centro Asturiano.
Sucesión de J. L. Piedra. Vicente y José Luis Piedra Sánchez, de San Juan de Parres, popularizaron la marca J. L. Piedra y otras diez enseñas, entre ellas Nacionales, Petit Cedros, Londres, Columbus, Élite y La Cosmopolita.
Hijos de J. Cano y Cía. Creada por el asturiano Juan Cano, elaboraba La Flor de Cano, Caracol, Trocadero, La Simbombo, La Rica Hoja y Minerva.
Otras. Hubo otras empresas vinculadas al negocio en manos asturianas, caso de almacenistas y exportadores de tabaco en rama, como Constantino González y Cía. (de Constantino González, natural de Cangas de Onís); Cueto Toraño y Compañía, participada por José María Cueto Toraño, Manuel Trelles González y José Menéndez García; José Toraño y Compañía (de los Toraño y los Menéndez García); Toraño y Cía. (de los Toraño Fernández); J. B. Díaz y Compañía (de Juan B. Díaz Cuervo, que presidió el Centro Asturiano, asociado a otros inversores, algunos de ellos asturianos); la mencionada Menéndez y Compañía; Sobrinos de A. González (la familia González Prieto aliada con los Valle Prieto y los también asturianos Quesada) y otros negocios del ramo.
Todos estos empresarios asturianos -y otros del mismo origen que también operaron en el sector- habían partido muy jóvenes de pequeñas aldeas, supeditadas las más de las veces a las brumas y la llovizna, y lograron alumbrar al otro lado el océano, bajo el sol del Caribe, imperios fabriles y comerciales con los que generaron grandes fortunas y conquistaron las tiendas tabaqueras más exclusivas del planeta.
A partir de las mejores hojas de tabaco de Vuelta Abajo, aquellos inmigrantes, mediante una esmerada y cuidadosa selección y un refinado proceso de secado, curado y confección artesanal, fueron capaces de elaborar cotizadísimas creaciones que hoy siguen liderando el mercado mundial en la gama alta, sirviendo para los aficionados de sensual recreo para los sentidos, de signo de distinción y de encumbramiento social para sus usuarios y consumidores, y también -y no obstante las crecientes contraindicaciones de las autoridades mundiales de la salud- como «consuelo de meditabundos y deleite de soñadores arquitectos del aire», según escribió en el siglo XIX el héroe nacional cubano José Martí.
Nota del editor
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