Crónica de El Comercio
Procedían de municipios costeros; dejaban atrás una vida campesina y menesterosa; marchaban de forma individual y espontánea, carentes de organización; eran varones: adolescentes, casi niños, con una media de edad de 15,7 años, y trataban de ponerse a salvo del servicio militar, obligatorio desde 1835 y de ocho años de duración. Así era el perfil de los 200.000 asturianos que marcharon a América entre 1850 y 1900. Y entre la verdad y la fábula se fue escribiendo la historia de los indianos, aquellos personajes que según el diccionario de Covarrubias «se fueron a las Indias y volvieron ricos».
Los que partieron durante el siglo XX, otras 100.000 almas, abandonaron el territorio con mayor instrucción porque los emigrantes de la primera oleada se habían preocupado de abrir escuelas y colegios en sus pueblos de origen.
Así, en lo que se refiere a Llanes, Francisco del Hoyo y Junco fundaba en 1888 el colegio de Santa María de Cardoso; los hermanos Nemesio, Sinforiano y Faustino Sobrino Díaz contribuyeron espléndidamente en la apertura en Llanes, en 1890, del colegio de La Encarnación, y Manuel Cue Fernández corrió con todos los gastos en la construcción del colegio de La Arquera, en 1900. En los tres centros se impartía comercio, contabilidad e idiomas: inglés y francés.
Más del 70% de los emigrantes llaniscos se embarcaba hacia Cuba, pero a partir de la independencia de la isla, en 1898, el flujo migratorio se fue equilibrando con México. En América tenían hermanos, tíos y vecinos, aunque el pago del viaje solía correr a cuenta de los progenitores que permanecían en el concejo. Los trámites los efectuaba un 'gancho', agente de los grandes armadores, y los rapaces partían de los puertos de Santander, Vigo y La Coruña, porque El Musel no estuvo operativo para grandes barcos hasta 1911.
Al futuro indiano se le exigía pasaporte, cédula de vecindad, permiso paterno, reconocimiento médico y una acreditación de no tener problemas pendientes con la Justicia. Mas del 70% del coste de pasaje se hacía de fiado y para el pago de la cantidad pendiente se establecía un plazo determinado que quedaba garantizado con una hipoteca sobre bienes inmuebles, principalmente fincas.
Y es que el emigrante necesitaba disponer, además, de un pequeño capital en efectivo para satisfacer el pago de trámites, la compra de la ropa, el traslado al puerto de embarque, el hospedaje hasta la salida del barco -que a veces era prolongada por falta de viento- y los primeros gastos en América. Fueron bastantes los que llegaron andando al velero desde su localidad natal, cubriendo distancias superiores a los cien kilómetros.
Las principales causas de la masiva emigración fueron de origen demográfico y económico. Marchaban siendo campesinos y al llegar a América se convertían en asalariados del sector servicios. El campo asturiano se manifestaba incapaz de acoger el crecimiento desmesurado de las familias y las bocas que alimentar. La región era víctima de una deficitaria productividad agrícola y las tierras estaban sometidas a una servidumbre feudal o se convertían en minifundios por las subdivisiones territoriales a la muerte del padre de familia.
El excedente humano convertía a los hombres en carne de emigración y con el paso de los años cada vez eran mejor acogidos en América por familiares y vecinos. Cambiaban el azadón por actividades relacionadas con el comercio, la banca, el ferrocarril, la madera y la agricultura extensiva, en cultivos de tabaco y azúcar.
El ser recibidos por otros coterráneos favorecía la solidaridad y la unidad, al tiempo que atenuaba la nostalgia y el desarraigo. Pero la vida allí no era regalada: llegaban en la absoluta pobreza, trabajaban 19 horas, dormían en el propio comercio, se alimentaban de galletas y sabían que les quedaban por delante entre cinco y diez años de privaciones ilimitadas. En ocasiones, ni siquiera cobraban el salario para estimular el ahorro y con el dinero que quedaba en depósito del patrón se abría la posibilidad de comprar una participación del negocio en el que trabajaban.
Acostumbrados a una existencia llena de privaciones y pobreza sin límites, los adolescentes trataban de reflejarse en la figura del indiano, satisfecho de sí mismo, que regresaba rico para casarse con una sobrina y de esta forma poner a salvo, dentro del entorno familiar, el enorme capital acumulado. En su aldea prestaban atención a las conversaciones que expresaban el despegue económico de Latinoamérica, la explotación de riquezas vírgenes y la política de repoblación en los países emancipados. Ningún obstáculo era capaz de interponerse ante sus ansias de aventura, y el mayor flujo migratorio se producía en otoño, una vez recogida la cosecha anual.
Hace ya muchos años que la emigración dejó de ser un fenómeno social importante, aunque no conviene olvidar que los cementerios americanos están llenos de huesos de asturianos que tenían pensado «regresar el año que viene».
Entre los llaniscos hay casos singulares, como el de Ramón Argüelles Alonso, que desde Garaña llegó a Cuba reclamado por sus hermanos Joaquín y Juan Vicente. Participó en la trata de esclavos y fue presidente de varias líneas del ferrocarril. Gestionó el Almacén de Regla, fue accionista del Diario de la Marina y consejero del Banco Español. Presidió el Centro Asturiano, entre 1896 y 1899, y contribuyó con diez millones de pesetas al mantenimiento del ejército colonial, por lo que en julio de 1897 recibió el título de Marqués de Argüelles. En 1882 inauguraba un palacio en su localidad natal.
La banca Argüelles Hermanos, dirigida por Ramón Argüelles, prestaba dinero a los cultivadores de tabaco con la garantía de sus tierras. Así se hizo con valiosas propiedades en la región de Vuelta Abajo, provincia de Pinar del Río. Y lo mismo hacía con los cultivadores de azúcar, a quienes proveía de capital para todo el año. La garantía era la entrega del azúcar para la exportación y le proporcionaba al estanciero servicio de transporte. Le cobraba el 1,5% de interés mensual por la deuda, un impuesto de almacenaje hasta la entrega de la producción y una comisión de corretaje por actuar de intermediario con el mercado exterior. Como garantía para el cumplimiento les hipotecaba las tierras, la cosecha, los animales, los esclavos y la maquinaria. A través de líneas de crédito de Estados Unidos, se convertía en prestamista, importador, exportador y traficante de esclavos.
Llanes dio indianos dadivosos, desprendidos y atentos a las necesidades de la villa. Es el caso de los hermanos Sobrino Díaz. Nemesio y Sinforiano donaron 440.000 reales para la puesta en marcha del colegio de segunda enseñanza de La Encarnación. Faustino contribuyó con 40.000 duros a la fundación de un hospital, que acabó convirtiéndose en Asilo de Ancianos.
Faustino se había casado en México con Isabel Teresa Miranda, hija de Nicolás de Teresa, y fue propietario de fábricas de tejidos.
También hubo indianos que regresaron en los mejores años de su vida y tomaron parte activa en los destinos del concejo. Es el caso de Román Romano, alcalde de Llanes entre 1875 y 1877. El primer viaje de Román fue a La Habana y desde allí partió hacia las localidades mexicanas de Veracruz y Tabasco, donde fue propietario de importantes negocios relacionados con el beneficio de la madera.
En Llanes, en épocas de hambruna severa, llegó a repartir un año 500 sacos de maíz entre los más necesitados y contribuyó al desarrollo urbanístico de la calle de Nemesio Sobrino. Allí, en el año 1875, construyó su vivienda, y para la obra de carpintería utilizó maderas de caoba importadas de sus explotaciones mexicanas. Pasó sus últimos años en Barcelona, pero antes, como propietario del barco 'México', facilitó el tráfico marítimo entre Gijón, Llanes y Santander.
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