Niebla
Miguel de Unamuno
Al abrirle el criado la puerta le preguntó Augusto si en su ausencia había llegado alguien. ––Nadie, señorito. Eran pregunta y respuesta sacramentales, pues apenas recibía visitas en casa Augusto. Entró en su gabinete, tomó un sobre y escribió en él: «Señorita doña Eugenia Domingo del Arco. EPM.» Y en seguida, delante del blanco papel, apoyó la cabeza en ambas manos, los codos en el escritorio, y cerró los ojos. «Pensemos primero en ella», se dijo. Y esforzóse por atrapar en la oscuridad el resplandor de aquellos otros ojos que le arrastraran al azar. Estuvo así un rato sugiriéndose la figura de Eugenia, y como apenas si la había visto, tuvo que figurársela. Merced a esta labor de evocación fue surgiendo a su fantasía una fieura vaizarosa ceñida de ensueños. Y se quedó dormido. Se quedó dormido porque había pasado mala noche, de insomnio. ––¡Señorito! ––¿Eh? ––exclamó despertándose
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