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1 nov 2015

Así sangra un payaso




Así sangra un payaso.
ABC, Rodrigo Cortés, 28-06-15

El público es el enemigo. Y vonviene que así sea. El público no entrega su amor: lo alquila, a veces lo presta; recela, sospecha, teme; sonríe pero se protege, desprecia pero no ofrece la espalda. El público es un animal sano y robusto que no ataca sin saberse antes a salvo aunque aplauda con las garras el olor de la sangre nueva. Da vueltas en torno a la presa con movimientos taimados mientras el tambor redobla. Olfatea, adelantanla pata sin exponerse, la retira de inmediato. La selva es para él un circo sembrado de payasos muertos y cómicos aterrados, furiosos, desconfiados que han visto lo que hay detrás, que han dado con la leyenda que explica el mapa de la senda, que han aprendido a agradar al león entregándole su propia dicha como se entregan las llaves de una ciudad rendida; que han aprendido absobrevivir con la sonrisa pintada.

El público es implacable, como lo es la Naturaleza. No toma rehenes, olvida rápido; anota y tacha, subraya y sancioma. Suscribe un pacto inextinguible que revisa cada doce meses, como los entrenadores, que también desconfían de su amada. Un pintor, una tenista, un cantantez, una bailarina, un compositor, una guionista; a todos vale la norma. Vale para el transformista que custodia la paridad bajo su falda,cruzada de reflejos. Vale para el político con expresión de laca. Vale para el mago joven de mirada de concubina, uñas negras, chupa de clavos y cámara de alta definión en el centro de la frente. Vale para el dramaturgo. Vale psra los escritores. No vale para el poeta (hablamos, no lo olvidemos, de profesiones con público). El público es el enemigo. Es público es la bestia.

Cuando un leopardo ataca a un rebaño de gacelas, mejora con su hambre la misma especie que acecha: se arroja por la mas lenta, a por la perezosa, a por la optimista, a porbla negociadora, a por la que confía en el corazón del leopardo y no en su sagrada misión. El leopardo, por el bien de todos, se merienda a un cómico por la tarde y se lo acaba por la mañana. ¿A quién no le gusta un cómico?. Tomémoslo como ejemplo; por a mano y conveniente; por didáctico. Oorque si. Así sangra un psyaso. Un cómico se forma en los garitos mas untuosos buscando el amor de los borrachos, esquivando ceniceros, mendigando un degundobde humillación con que perfeccionar su rutina. Una noche hace reírva alguien; se desconcierta; se encoge, por si acaso; hace una buena finta. Buscando trampa. Alerta. Empieza a cobrar; un pico, no mucho; se compra un traje, cambiacde club. Vive noches victoriosas, noches terribles; le aman, le odian. Los mismos. Aprende a desconfiar. Ensaya ardides de defensa, chistes de réplica, antídotos, cataplasmas, ganchos de derecha, contraataques. Aprende a dejarse querer y se hace fuerte. Ve caer a sus compañeros sobre el campi de batalla congelados en el barro con una mueca agónica, la mano ensangrentada en alto, implorando un puesto de funcionario, un escritorio en la SGAE. Pero a la SGAE van a morir los que tuvieron un éxito, no los caídos en combate: la selva es inclemente.

Para cuando el cómico triunfa en Buenafuente, para cuando llena los teatros, para cuando es él quien presenta a los malabaristas, a la mujer barbuda, a los funambulistas, para cuando los productores de cine golpean su puerta... ya no puede confiar en nadie. Llega agotado. Le amargan las risas, le amargan los aplausos, extiende los brazos para beberse la gloria, el clamor, las salvas, mientras, con el mismo gesto, mide, como quien mide un lenguado, su derrota por no haber sido capaz de llegar hasta allí con alegría, por no haber sabido tender una hamaca sobre la floresta, donde cantan los tucanes y los rugidos de las fieras son ecos impersonales que celevran la existencia de los que no han entendifo nada. Por eso los que ríen, ríen. Y los que hacen reir, mueren solos. Clarividentes. Dañados.

El creador es también público, y por eso desconfía. El creador como creador: lo vigila y lo envidia, lo ama y le agradece su existencia, se aferra a la admiración para apuntalar su propio fantasma pero cultiva el desprecio cuando amanece tirano; un desprecio algo más sordo por los palos recibidos; un desprecio algo más cauto; un desdén avergonzado. Mientras le roen la pierna, retira de entre los dientes la carne de su propia presa, aferrado a un minúsculo palillo que banaliza con las reglas del dentista las de la espesura y dibuja en el esmalte el círculo de la vida. La selva es un lugar grotesco plagado de insectos grandes como manzanas, aguas envilecidas y artistas laureados. El leopardo siempre gana. El creador, con suerte, crece.

El público es el enemigo. Más vale que el creador lo entienda. Nunca tendrá su lealtad ni su admiración devota ni su entrega, vivirá sometido a su escrutinio; cualquier debilidad que muestre será explotada para rebanarle el cuello, mientras la megafonía reclama al próximo contendiente. El público no es una consorte ni un club de admiradoras: es un ejército letal programado para la embestida, que encumbra y entierra, que sabe cumplidamente, porque lo huele, porque su pituitaria es mutante, que dispone de la vida de aquel que pretenda alargar el brazo psra robar el fuego de los dioses. Escribir, pintar, bailar, es la forma que el payaso tiene de plantarse en mitad de la via a esperar el choque. Es mejor tenerlo claro. No lamentarse. El público no es una madre. El público es el enemigo. Y conviene que así sea.






brazos para beberse la gloria, el clamor, las salvas, mientras, con el mismo gesto, mide, como quien mide un lenguado, su derrota por no haber sido capaz de llegar hasta allí con alegría, por no haber sabido tender una hamaca sobre la floresta, donde cantan los tucanes y los rugidos de las fieras son ecos impersonales que celevran la existencia de los que no han entendifo nada. Por eso los que ríen, ríen. Y los que hacen reir, mueren solos. Clarividentes. Dañados.

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