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19 jul 2014

Alfonso II y Tioda



ARTE ASTURIANO
por
JOSÉ MANUEL PITA ANDRADE
...... (Continúo transcribiendo esta obra, des catalogada, por su interés para comenzar a saber y a conocer la historia del pueblo Astur)
LA ÉPOCA DE ALFONSO II EL CASTO: TIODA

Al convertirse Oviedo en capital del reino fue dotada dignamente no sólo con nobles edificios de carácter religioso, sino también con ambiciosas construcciones civiles. La tarea llevada a cabo por Alfonso II tiene un valor ejemplar y explica cabalmente el afán de dignificar la nueva ciudad mediante un enorme esfuerzo de carácter monumental.

A través de las obras ahora realizadas el arte asturiano nos ofrece rasgos bien definidos que no restan variedad al acervo de monumentos conservados o conocidos a través de los textos. Los edificios revelan una gran preocupación por los problemas constructivos; muros, huecos y cubiertas se distinguen por sus cuidadas estructuras realizadas siempre con sentido funcional. Esto no impide que la decoración adquiera un importante papel. La piedra se emplea de un modo predominante; los muros suelen aparejarse con sillarejo, pero en las esquinas, contrafuertes, pilares, puertas y ventanas se usan sillares. Los ladrillos, de grandes dimensiones, de acuerdo con la tradición romana, se utilizan en los arcos de medio punto que a veces realizan función de descarga cuando los huecos llevan dinteles; también se aplican en las bóvedas de medio cañón de las capillas de planta rectangular. Un pormenor importante observado por Schlunk en Santullano es el uso de revoco en el exterior; era liso sobre el sillarejo, u donde había sillares se imitaba un despiezo que no coincidía con el real. Este afán de ocultar las piedra se mantenía en el interior, enlucido y decorado con pinturas; en algunos casos se observó el mismo convencionalismo de imitar ladrillos sobre los verdaderos. Las naves, pórticos y piezas accesorias llevan techos de carpintería.
En las iglesias de la época de Alfonso el Casto se generaliza la cabecera tripartita precedida de una nave transversal y en las proporciones se siente el afán de subrayar la altura que es distinta en cada parte del templo; se muestran así contrastes muy acentuados de volúmenes, todavía más sensibles que la diferencia de anchura entre las naves.
La unidad de estilo que presentan los monumentos ovetenses de las primeras décadas del siglo IX puede explicarse no sólo por el impulso regio, sino por la presencia de un marstro, Tioda, que construyó la iglesia de S. Salvador según un documento del "Liber Chronicorum" de la Biblioteca Nacional. El pudo ser capaz de revivir las tradiciones romanas que subyacen en la técnica
constructiva y en la decoración de los monumentos ovetenses.


Los templos y palacios desaparecidos

La crónica dile se describe en estos términos la obra del monarca: "El rey Alfonso... por espacio de treinta años fabricó una iglesia en Oviedo de admirable obra, en honor de San Salvador, y en ella, a los lados derecho e izquierdo del altar mayor, construyó dos grupos de seis altares  dedicados a los dice Apóstoles. No menos llevó a efecto un santuario de la bienaventurada madre de Dios y virgen Maria con pareja estructura y tres cabeceras. Hizo también una basílica de Santa Eulalia, cubierta con obra de bóveda, sobre la que se hiciese una cámara, donde en lugar más excelso fuese adorada por los fieles el arca santa. Y además fundó con bella obra una iglesia del bienaventurado mártir de Cristi Tursi en el mismo recinto. Edificó también, a distancia de un estadio de la iglesia de San Salvador, un templo de los santos Julián y Basilisa, adjuntándole a uno y otro lado capillas dispuestas en admirable composición."
A los datos de esta crónica habría que añadir los contenidos en otras que encomian la magnificencia de los palacios, baños, triclinios y pretorios, edificios ricamente decorados con mármoles y pinturas. Todo recordando la magnificencia, como dice el Albeldense, de la corte de los godos de Toledo.
De todas aquellas obras han llegado hasta nosotros la Cámara Santa, abundantes vestigios de San Tirso y el templo que hoy se conoce como de San Julián de los Prados o Santullano. Pero además hay que analizar dentro de este periodo, por razones estilísticas, los de Santa María de Bendones y San Pedro de Nora. No queda espacio para referirnos a los pocos restos descubiertos en la Catedral de  Santiago de la iglesia levantada por Alfonso II; su valor es puramente arqueológico.
Lo que fueron los templos del Salvador y de Santa María podemos deducirlo a través de las referencias de las crónicas y de algunos textos, aunque sus plantas deben conservarse en el subsuelo de la actual catedral y de la capilla reconstruida en el siglo XVIII y dedicada a panteón de los reyes de Asturias. Estos edificios responderían a una conocida ordenación: cabecera tripartita y tres naves. La iglesia del Salvador sería la de mayores proporciones, pero la de Santa María se distinguiría por el primor con que estaba edificada.
Gracias a las excavaciones realizadas desde 1942 y que deberían proseguirse, podemos tener una idea de lo que fueron los edificios de carácter civil en terrenos anexos a la catedral. Incluso cabe imaginar algo del alzado basándose en los restos de las plantas. El palacio real tenía dos Torres cuadradas unidas por una crujía y continuadas por otras salas.
Conviene destacar el descubrimiento de una red de conducciones de agua que nos induce a valorar la preocupación que sintió el monarca por imprimir un tono elevado a su obra.



La Cámara Santa
Subsiste aunque fue objeto de una transformación en la segunda mitad del siglo XII y sufrió graves daños en octubre de 1934; nos ofrece un tipo arquitectónico del que faltan claros antecedentes en España, pero puede considerarse en cambio como antecedente inmediato de Santa María del Naranco. Consta de dos plantas y queda adherida a una vieja torre de gran interés arqueológico. La inferior, dedicada a Santa Leocadia, tiene una estructura arquitectónica simplícísima: una nave rectangular de diez metros de larga por tres de ancho cubierta con bóveda de medio cañón hecha de ladrillo. La bóveda arranca desde un zócalo de piedra de muy poca altura; hay en ella lunetos donde se abren cuatro pequeñas ventanas y dos puertas. En el testero, una ventana guarnecida por arco de medio punto sobre fustes de mármol  aprovechados y debajo de una especie de tabernáculo. La zona de la cabecera estaría separa del resto de la nave por un cancel. En esta planta se guardan todavía algunas laudas sepulcrales de gran interés, entre ellas la tapa del sarcófago llamado de Itacio.
La planta superior, que coincide en dimensiones con la que se acaba de describir, presenta desde su orígenes dos tramos bien diferenciados formando en conjunto la llamada capilla de San Miguel. Hacia la cabecera, sostenido por dos columnas, se eleva el arco triunfal que sirve de arranque a la bóveda de medio cañón del presbiterio. Esta zona se halla ocupada actualmente por las piezas más importantes del tesoro catedralicio que ocultan en parte los muros primitivos; pero todo corresponde al siglo IX. Como restos decorativos más sobresalientes están los capiteles de las referidas columnas que recuerdan el tipo corintio. Hacia los pies se encuentra la parte enriquecida en el siglo XII con las columnas y arcos fajones que sostienen la bóveda y un importantísimo conjunto escultórico, en el que destacan las figuras de los dice apóstoles adosados a los fustes. Con esta transformación los muros exteriores quedaron robustecidos mediante contrafuertes unidos por arcos según un sistema típicamente románico y que tuvo amplio desarrollo en Santiago de Compostela.
La Cámara Santa nos ofrece una organización con antecedentes fuera de la Península. Schlunk ha recordado algunos "martyria" cristianos, como la capilla de San Abastasio de Marusinac cerca de Salona y la de Pecs en Hungría. No puede olvidarse tampoco la relación que cabría establecer dentro de España con la obra visigoda de la cripta de San Antolin en la catedral de Palencia.



San Tirso
Aunque este templo inmediato a la catedral ha sufrido grandes transformaciones, es indudable que se conserve de él mucho más de lo que a primera vista parece. El Albendense nos dice qu e se trataba de un edificio "cum multis angulis", es decir, de una obra que se destacaría tal vez por su planta enriquecida con diversas piezas anexas. Ello sin dañar la estructura de tipo basilical que debía predominar en un brazo mayor, con naves separadas mediante pilares según el sistema seguido en Santianes de Pravia y mantenido en las iglesias del Salvador y de Santa María. Es muy posible que la longitud actual de la iglesia y la situación de los pilares coincida con la primitiva. La torre, que emerge dominando con su altura el buque de la iglesia, puede ser muy antigua. Pero lo más característico de San Tirso es el muro que cerraba el presbiterio y que se descubrió en 1912. Es el silla tejo, con los ángulos de aullares dispuestos a soga y tizón. Centra el muro una ventana con tres huecos y sendos arcos de ladrillo que apean sobre columnas con capiteles corintios. Es de notar que los capiteles adosados al muro son entregos y estaban dispuestos para coronar pilastras y no fustes cilíndricos. Las basas son de tipo ático, con toros y escota intermedia. Los tres arcos quedan enmarcados por una moldura o imposta que dibuja un perfecto alfiz. A ambos lados del mismo subsisten dos sillares de piedra salientes cuya finalidad no resulta fácil de fijar. Si se mantuvieran otros semejantes  en la parte inferior podría pensarse en puntos de apoyo para puertas de madera. Perduran las grandes piedras que sostenían y terminan formando una gruesa moldura semicilíndrica.
Lo que queda de la cabecera de San Turso plantea una serie de problemas en extremo sugestivos. Ante todo aquí aparece la capilla mayor sin formar cuerpo con las laterales, como ocurre con otros templos de la época de Alfonso el Casto. Su hubo cabecera tripartita debió de destacar, desde luego, la capilla central. Aunque el nivel actual  del suelo está muy por encima del primitivo, no cabe duda que en San Tirso hallamos una capilla mayor  de proporciones reducidas. Los huecos que iluminaban el presbiterio presentan la novedad del alfiz y plantean de un modo  terminante un trascendental dilema: si son coetáneos de la obra de Alfonso el Casto no pueden considerarse frutó de la influencia musulmana y replantearían el problema de los orígenes de este motivo en el arte musulmán y su difusión en Asturias a fines del siglo IX y durante el siglo X.

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