Julio César
William Shakespeare
Escena: Roma; después en Sardis y cerca de Filipos.
ACTUS PRIMUS SCENA PRIMA Roma. - Una calle
Entran FLAVIO, MARULO y una turba de ciudadanos
FLAVIO. - ¡Largo de aquí! ¡A vuestras casas! ¡Gente ociosa, marchad a vuestras casas! ¿Es hoy día festivo? ¡Qué! ¿Ignoráis, siendo artesanos, que no debéis salir en día de trabajo sin los distintivos de vuestra profesión? Habla, ¿qué oficio tienes?
CIUDADANO PRIMERO. - Carpintero, señor.
MARULO. - ¿Dónde están tu mandil de cuero y tu escuadra? ¿Qué haces con tu mejor vestido? Y vos, señor mío, ¿de qué oficio sois?
CIUDADANO SEGUNDO. - Francamente, señor; comparado con un obrero fino, no soy más que, como si dijéramos, un remendón.
MARULO. - Pero ¿qué oficio es el tuyo? ¡Contéstame sin rodeos!
CIUDADANO SEGUNDO. - Un oficio, señor, que espero podré ejercer con la conciencia tranquila, pues, en verdad, es el de reparador de malas suelas.
MARULO. - ¿Qué oficio, bribón? Bribonazo, ¿qué oficio?
CIUDADANO SEGUNDO. - Os lo ruego, señor, no os descompongáis; sin embargo, si os descomponéis, podré componeros.
MARULO. - ¿Qué quieres decir con eso? ¡Componerme tú a mí, bergante!
CIUDADANO SEGUNDO. - ¡Claro, señor, remendaros!
FLAVIO. - ¿Eres un zapatero de viejo, no?
CIUDADANO SEGUNDO.-En efecto, señor; todo lo que poseo es por la lezna. No
me inmiscuyo en los asuntos de los negociantes ni en los de las negociantas sino con la lezna. Soy propiamente un cirujano de calzas viejas; cuando están en gran peligro, les devuelvo la salud. De modo que personas tan calificadas como las que más han ido en cueros limpios con la obra de mis manos.
...
BRUTO. - ¿Qué significan esas aclamaciones? Temo que el pueblo escoja por rey a Cesar.
CASIO. - ¿De veras lo teméis? Luego debo pensar que no deseáis que ocurra.
BRUTO. - No lo quisiera, Casio; y, no obstante, le amo sinceramente. Pero ¿por qué me retenéis aquí tanto tiempo? ¿Qué es lo que pretendéis comunicarme? Si es algo para el bien general, presentad ante mis ojos a un lado el honor y al otro la muerte, y miraré a entrambos con indiferencia, pues así me favorezcan los dioses como amo el nombre de la gloria más que temo a la muerte.
CASIO. - Veo en vos esa virtud, Bruto, como veo vuestra' fisonomía externa. Bien; pues de honor es el tema de que voy a hablaros. Ignoro qué pensáis vos y los demás hombres acerca de esta vida; pero, por lo que a mí respecta, preferiría no vivir a vivir bajo el terror de un semejante a mí mismo. Libre nací como César, e igualmente vos; ambos hemos sido tan bien alimentados como él, y de la misma manera podemos soportar el rigor de los inviernos. Pues cierta vez, en un día borrascoso y crudo, en que el Tíber, irritado, se precipitaba contra sus bordes, me dijo César: "¿Te atreverías, Casio, a arrojarte ahora conmigo en medio de esas olas enfurecidas y nadar hasta allá abajo en aquel punto?" No acabó de pronunciarlo, cuando, equipado como estaba, me zambullí, instándole a que me siguiera, lo que hizo acto continuo. Rugía el torrente y. luchamos contra él con rudo empuje, hendiéndolo y avanzando con esfuerzos, que se oponían a la violencia de su curso; pero antes de llegar al sitio señalado, César gritó: "¡Socórreme, Casio, o me ahogo!" Yo, como Eneas, nuestro glorioso antepasado, que para salvarle de las llamas de Troya llevó sobre sus hombros al viejo Anquises, así llevé, arrebatándolo de las ondas del Tíber, al desfallecido César. ¡Y ese hombre ha llegado ahora a ser un dios, y Casio es una miserable criatura que ha de inclinarse humildemente si César se digna hacerle un ligero saludo! Cuando se hallaba en España tuvo fiebres, y al hacer presa en él observé cómo temblaba. ¡Es verdad, ese dios temblaba! De sus labios cobardes había huido el color, y esos mismos ojos, cuya mirada atemoriza al mundo, habían perdido su brillo. Oíale yo gemir, sí, y esa su voz, que invitó a los romanos a que le distinguieran y a escribir en los libros sus discursos,
¡oh vergüenza!, gritaba: "Dadme algo de beber, Titinio", igual que una niña quejumbrosa. ¡Por los dioses! Maravíllame que un hombre de constitución tan débil pueda marchar a la cabeza del majestuoso mundo y llevar él solo la palma. (Aclamaciones. Clarines.)
BRUTO. - ¡Otra aclamación general! Esos aplausos son promovidos, sin duda, por algunos nuevos honores tributados a César.
CASIO. - ¡Claro, hombre! Él se pasea por el mundo, que le parece estrecho, como un coloso, y nosotros, míseros mortales, tenemos que caminar bajo sus piernas enormes y atisbar por todas partes para hallar una tumba ignominiosa. ¡Los hombres son algunas veces dueños de sus destinos! ¡La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, que consentimos en ser inferiores! ¡Bruto y César! ¿Qué había de hacer en este "César"? ¿Por qué había de sonar ese nombre más que el vuestro? Escribidlos juntos: vuestro nombre es tan bello como el suyo. Pronunciadlos: el vuestro es igualmente sonoro. Pesadlos: no pesa menos. Conjurad con ellos: Bruto conmoverá un espíritu tan pronto como César. (Aclamaciones.) Ahora, en nombre de los dioses todos, ¿de qué alimento se nutre este nuestro César, que ha llegado a ser tan grande? ¡Qué vergüenza para nuestra época! ¡Roma, has perdido la raza de las sangres esclarecidas! ¿Qué generación pasó desde el diluvio que no haya/ sido famosa por más de un hombre? ¿Cuándo pudieron decir antes de ahora los que hablaban de Roma que sus; vastos recintos sólo contenían un hombre? ¡Ya sucede eso en Roma, verdaderamente, y sobra espacio cuando en ella no hay más que un solo hombre! ¡Oh! Vos y yo hemos oído relatar a nuestros padres que en otro tiempo existió un Bruto que habría soportado con paciencia al diablo eterno con tal de mantener su rango en Roma con tanto orgullo como un rey.
BRUTO. - Que me estimáis, no puedo dudarlo. De lo que me incitaríais a realizar, algo vislumbro. Más adelante os comunicaré lo que pienso, así de este caso como de nuestra época. Por ahora no deseo hacerlo, y os suplico, por el afecto que os guardo, que no intentéis conmoverme más. Tomaré en consideración lo que me habéis dicho. Oiré atentamente lo que tengáis que decirme, y tiempo propicio habrá para medir y tratar de tan importantes asuntos. Hasta entonces, mi noble amigo, tened esto bien presente: Bruto preferiría ser un aldeano a titularse hijo de Roma en las duras condiciones que estos tiempos parecen imponernos.
CASIO. - ¡Celebro que mis débiles palabras hayan hecho brotar de Bruto esas chispas de fuego!
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