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Capítulo II, Libro I
Rodrigo Álvarez de Asturias y sus descendencias
I. Territorio De Aguilar
A grande orgullo y gloria inmortal debe tener Llanes haber sido la cuna del caballero poderoso y grande entre los más poderosos y grandes del siglo X, D. Rodrigo Álvarez de Asturias, Señor de Noreña, del Castillo de Aguilar entre los ríos Navia y Purcia, y de los territorios llamados tambien de Aguilar, de Llanes, San Jorge y San Antolín, primer Conde de Asturias y su Gobernador supremo desde el año de 980 al 998, que obtuvo esta autoridad despues que dejaron de serio D. Ramiro, D. Alfonso Froilaz y D. Ordoño como personas reales, cuyo cargo cedió el rey D. Ordoño el segundo al trasladar su corte de Oviedo a León.
Tenía entonces D. Rodrigo dos hijos llamados Munio Rodriguez Can, conocido más bien por el Conde Muñazan, que fue fundador del Monasterio de San Antolín de Bedón, y Nuño Álvarez de quien viene la descendencia de los Álvarez de Asturias; y una hija que se llamó Dª. Teresa Núñez, y fue madre del Cid Campeador.
Existen actualmente en esta villa de Llanes, y a espaldas de su iglesia parroquial, las dos torres, la doble arcada de una doble galería, y las paredes del que debió de ser grande y magnífico palacio, propiedad hoy del Señor Conde de la Vega de Sella, quemado a principios del presente siglo. Este palacio aislado, y en completa independencia de los demás edificios de la población, se halla unido a la muralla de la villa, que indica ser construcción de los romanos, o cuando menos de la época de los árabes, y por ella se comunica con el fuerte castillo, del que el mismo señor Conde goza el título de Alcaide. Este palacio, y la porción interior del castillo de Aguilar, empotrado por la espalda en otro palacio del referido señor Conde de la Vega, que actualmente existe en el pueblo de San Jorge de Nueva, debieron ser la morada de los poderosos señores de Aguilar.
II. Nacimiento del Cid
Cuando los castellanos negaron sumisión a D. Ramiro III, Rey de León, obedeciendo por absoluto señor al Conde don García Fernandez, y no le quedaba al Rey más ayuda que los asturianos, procuraron aquellos entrar en Asturias por el costado oriental que es Llanes, pareciéndoles que divertiendo por esta parte a los mismos asturianos, no podrian acudir a León a la defensa de su Rey, pero hallaron gran resistencia, según Custodio, en Rodrigo Álvarez de Asturias, notable y valerosísimo caballero; y perdidas sus esperanzas de entrar por la fuerza de las armas, determinaron aprovecharse de sus mañas, y por esto, dejando la guerra, trataron con Diego Laínez de Burgos, descendiente de Diego Porcello, asturiano, se casase con doña Teresa Núñez, hija de D. Rodrigo, para ganarle la voluntad y desaficionarle del servicio del Rey. No incurrió en lo segundo el insigne varon D. Rodríguez Álvarez de Asturias, antes perseveró siempre en su lealtad, aunque concedió lo primero por estarle bien, y así se casó doña Teresa su hija con Diego Laínez. El Arzobispo don Rodrigo, Morales y Sandoval lo cuentan y afirman, y en el tumbo negro de Santiago de Galicia se halla una memoria antigua con estas palabras «Dia Lainez Priso muller filla de Ruy Alvarez de Asturias» .
De este matrimonio nació don Rodrigo Díaz que se llamó el Cid, en la ciudad de Burgos el año de 1026, segun consta de una inscripción que hay en el solar donde existió su casa; varon notable y prodigioso, nunca bastantemente alabado, que es Llanisco Asturiano por su madre y descendiente de asturiano por su padre.
III. Hazañas, Casamiento y Familia del Cid
Dice la Crónica, que cuando era todavía un rapaz el Cid D. Rodrigo Díaz de Vivar, cuentan que su padre tuvo una disputa con el Conde de Gormaz o Lozano, y que este dio a don Diego Lainez una bofetada, causándole tal pena semejante afrenta al pobre viejo, que no podía comer, beber ni dormir. Acongojado Rodrigo por la aflicción de su padre y sabedor del motivo que la ocasionaba, un día se acercó a él y le dijo:
– En mal hora mi buen padre, anublaron tu rostro, pues el hijo que Dios te ha dado, se halla dispuesto a vengar tu injuria. No cuides de mi niñez, que si son pocos los años, es mucho el corazón, y en los casos de honra, este vale por todo.
El anciano prorrumpió en lágrimas al oír el razonamiento de su hijo, y abrazándole primero y bendiciéndole después, dióle licencia para que al punto tomase venganza, con lo cual partió el jóven en busca de su enemigo tan presuroso como contento, y cuando llegó a presencia del Conde dijole de este modo:
– Gormaz, yo soy el hijo de Diego Lainez, que viene a pedirte cuenta de la injuria que le hiciste; mala fechoría y poco noble es por cierto herir en el rostro a un pobre viejo, que no puede defenderse; tamaña afrenta solo con sangre se puede lavar, y la tuya o la mía, vive Dios, han de correr con abundancia en el campo.
Observando Rodrigo que el Conde le habia dirigido una mirada de desprecio, tal vez al ver sus pocos años, prosiguió:
– Conozco asaz, Conde Lozano, de donde procede la desdeñosa mirada que me echáis y sé que sois mañero lidiador; pero yo confío venceros en singular combate, no solo por que vengar a un padre es justicia, sino porque el corazón me dice, que la fama ha de cantar en lo venidero, que un niño os dio la muerte.
Tantas y tan grandes fueron las provocativas amenazas de Rodrigo, que el Conde no pudo contener su enojo, y aceptó lleno de ira, el reto que el rapaz le proponía.
Salieron en efecto al campo, se batieron, y Rodrigo, o más diestro o más afortunado, mató al Conde, y viéndole en tierra, bajó del caballo, cortóle la cabeza, y con este presente, marchó satisfecho y lleno de orgullo a casa de su padre.
Sentado a la mesa se hallaba a la sazón Diego Lainez, sin querer probar los sazonados manjares que delante le ponían; solo meditaba en su afrenta, y llorando y afligido, a tal punto le rindió el pesar, que cayó en profundo sueño; pero aun así mil visiones agitaban su pecho, cuando de repente la puerta de la estancia se abre, y aparece Rodrigo conduciendo de los cabellos la cabeza de su contrario.
–¡Despertad! ¡padre, gritó, comed! que aquí os traigo la yerba que ha de abriros el apetito... enjugad vuestras lágrimas que ya estáis vengado.
El buen viejo abre los ojos azorado, y al contemplar el trofeo de que era portador Rodrigo, fuera de sí de alegría se lanza a su cuello y diole un fuerte abrazo.
–Siéntate a yantar conmigo buen rapaz, le dijo luego, y ocupa en la mesa el lugar que yo ahora ocupo, que quien tal cabeza trae, cabeza de mi casa debe ser.
Algún tiempo después de la escena que acabamos de referir hallándose en León el Rey D. Fernando, se le presentó Jimena Gómez, hija del Conde Gormaz, y echándose a sus pies, cubierto el rostro de lágrimas, le habló en estos términos:
–¡Justicia! rey Fernando ¡Justicia! Mirad el luto que arrastro por la muerte de mi padre, a quien cortó la cabeza Ruy Díaz de Vivar; doleos de mi llanto; apiadaos de una infeliz huérfana, pues el rey que no hace justicia no debe de reinar, ni comer pan a manteles, ni cabalgar briosos trotones, ni con la Reina tratar.
Levantóla el Rey con mucha galantería, y sin darse por ofendido por lo que acababa de oír, la contestó:
–Hablad hermosa dama, hablad y decid vos misma el castigo que queréis se imponga al matador de vuestro padre.
–Pido, señor, pues vos lo permitís, que ese caballero me dé la mano de esposo, o de lo contrario que sufra al punto la muerte.
– Estraño castigo a fe mía, dijo el rey; mas os elegí por Juez, y vuestra voluntad será cumplida; entrad en ese aposento y esperad que yo os llame.
En seguida mandó D. Fernando buscar a Rodrigo, y en presencia de toda su corte hízole saber la sentencia.
Inútil es decir que el doncel prefirió tomar por esposa a la noble y bella huérfana a perder la vida.
Oída su resolución, el mismo rey abrió la puerta del cuarto en que Jimena se ocultaba, y cogiéndola de la mano la presentó a su futuro esposo diciendo:
–Ya que huérfana la dejasteis, os la entrego para que cuidéis de su persona como de cosa propia, y con tal condición os perdono la hazaña de haber muerto uno de mis más leales vasallos.
Celebráronse las bodas con mucha pompa, despues de concido el luto de Jimena, y al volver Rodrigo con su esposa el día de la ceremonia a casa de su madre, pues Diego Lainez había fallecido, poco tiempo después de quedar vengado, poniendo sus manos entre las de la recién casada, dijo:
–Ya que tal cuita os causé, señora, sin querer, y que por ella tengo la dicha de poseeros, juro por Dios y su Santa Madre no entrar con vos en lecho sin haber ganado antes cinco batallas campales.
Ganólas en efecto y la promesa quedó cumplida, viniendo a ser desde entonces terror y espanto de los infieles, quienes le dieron el nombre del Cid, que quiere decir señor.
Era Jimena Gómez o Díaz, como queda dicho, hija de D. Rodrigo Alfonso, Conde de Gormaz o Lozano y de la Infanta doña Jimena su mujer, hija del Rey D. Alfonso el V., asturianos, y hermana de D. Diego Rodríguez, Conde y Gobernador de Asturias el año de 1067, con título de Capitán general; de D. Rodrigo Díaz, que se llamó el asturiano, para diferenciarle de su cuñado D. Rodrigo Díaz el Cid, que se llamó el castellano; de D. Fernando Díaz y de D. Pedro Díaz, de cuya ilustre prosapia, dice Sandoval, descienden los Velascos, los Quiñones, los Jirones, y los Rodríguez de Cisneros.
De las conquistas de reinos, de los hechos memorables y de las batallas ganadas por el Cid, sin haber sido nunca vencido, hablan detalladamente las historias.