Esta noche he leído una novela que no me entristeció, era una biografía ya conocida. No me agradó, me recordó el tiempo pasado en la Pensión Colón de la Plaza Real, también de Barcelona.
María del Amor del Sagrado Corazón, habitaba una habitación de nueve metros cuadrados, junto a su suegra, marido y dos hijos, Jordi, el mayor, tenía seis años. Su marido, Juan, cordobés como ella, conducía un taxi que pertenecía a otro conductor que, a su vez, estaba contratado por el dueño del taxi. Jordi, murió de meningitis meningocócica en el Hospital de la Santa Creu, donde lo llevé de madrugada cuando Maria llegaba de hacer la Rambla y el padre hacia unas carreras de madrugada.
Hay peores maneras de vivir en la Barcelona del inspector Méndez. Peores maneras de vivir que de morir. O peores maneras de morir que de vivir. Peor manera es vivir y morir sin historia, sin existir.
María y Juan, Juana demente ya no contaba, sólo la cuidaban con amor, no tenían dinero para enterrar a Jordi. Cuando lo enterré le puse cuatro rosas rojas y, en el centro, amarilla, la suya.
Peores maneras de morir.
Francisco González Ledesma.
Era pasada la noche, sin haber entrado la mañana, cuando Maria del Amor del Sagrado Corazón, con los zapatos en su mano y ropa en sus brazos, descalza y medio desnuda, hacia sentir el pesar de su vida. Bajaba las escaleras de madera desgastada por el estropajo de Lola, hasta que al fin dio con su cuerpo en el sucio y oscuro zaguán. A penas pudo apoyar su abrazo en la rodilla que intentaba mantenerla en pié, sus raídas ropas quedaron en el suelo. Se levantó y salió corriendo por el portón entreabierto. Quiso correr cuando un coche se empotró contra la ventana de la joyería de al lado. El conductor tan pronto se vio con la cara reventada de María contra el cristal de su coche, abrió la puerta del coche y salió corriendo.
María del Amor del Sagrado Corazón, no había pensado en las muchas maneras de vivir tras un morir de mentir. Ni siquiera empezó a vivir, toda una muerte, para vivir aplastada contra las joyas que siempre quiso tener, regaladas por su cuerpo comprado, tantas veces comprado sin haberle sido nunca dado.
Su madre, la esperaría este domingo para que le robara la pobre paga. Su hija, ya no estaba en ella.
Frío invierno para vivir, sin ni siquiera cementerio.
¡Que importa! . En mi seguís viviendo, sois historia. Me apena escuchar el discurso españolista y catalánista y, también, el nihilista, el vacuo, el vago, el del rufián político y el del rufián que dice no interesarle la política.
Pero el nicho ecológico del que tratamos de sacar la cabeza para tomar el beso de la vida, cada día que pasa más huele a huevos podridos.
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