En estos tiempos de hablar entre El Ejecutivo del Estado de España y el Ejecutivo de la Comunidad Autónoma de Cataluña, me recuerda las relaciones que en la Edad Media tenía el rey con la nobleza.
¿Puede ser que no tenga en cuenta que aquello de lo que habla es propiedad de Su Majestad Juan Carlos I?. en tiempos de José Aznar sucedieron iguales hechos que le pusieron en duda su inteligencia.
Recomiendo la lectura de la obra:
Misericordia regia, es decir, negociemos. Alfonso VII y los Lara en la Chronica Adefonsi imperatoris.
Julio Escalona Monge
Los discursos surgidos por inspiración –cuando no directa agencia– del poder regio son hegemónicos entre las fuentes narrativas del medievo castellano-leonés. Quizás por ello, suelen abundar en estos textos visiones de las relaciones entre monarquía y nobleza concebidas como polos opuestos en una dinámica recurrente de enfrentamiento-consenso : la
monarquía aglutinadora de las aspiraciones colectivas de una comunidad, frente a unos nobles egoístas por naturaleza, que depredan los recursos de aquélla en beneficio propio, y que deben ser canalizados hacia el servicio al bien común. Lejos de limitarse a la época medieval, esta forma de entender las dinámicas políticas medievales constituye una tradición vetusta, originada en el propio medievo, reiterada hasta la saciedad en la época moderna, y que, como línea interpretativa y a pesar del desarrollo de la ciencia histórica, goza aún hoy de buena salud y sigue produciendo retoños de manera continuada, con toda su carga legitimadora de la genealogía del poder del presente.
Para los historiadores, es fácil dejarse llevar por la elegancia y contundencia de los discursos del poder monárquico y asumirlos directamente como sustancia histórica. De hecho, este es el uso más frecuente que se ha venido dando a las crónicas. Pero al hacerlo no sólo se sanciona la « autenticidad » de los episodios narrados ; también se reproduce su retórica, concebida para dotar de legitimidad un determinado ejercicio del poder reformulando el pasado en una clave que presupone la bondad del resultado final. Este es un juego peligroso, sin embargo. Por una parte, entraña un discurso moral, legitimador del poder regio, que tiende a elevar a la condición de realidad histórica el cliché de los «nobles egoístas» –movidos sólo por ambiciones personales y carentes de miras o concepciones políticas más elevadas– frente al de una monarquía preocupada por hacer valer una autoridad y unos derechos cuya bondad y legitimidad se dan por supuestas.
Por otra parte, asumir y hacer propios los discursos emanados de la monarquía conduce en último término a establecer una relación inversamente proporcional entre poder regio y poder nobiliario y a reducir las dinámicas políticas de la Castilla plenomedieval a la alternancia entre dos «estados fundamentales»: «orden » vs «caos» ; «monarquía fuerte = nobleza sometida» vs «monarquía débil = nobleza levantisca». Se impone así una visión unidireccional de los hechos: un poder monárquico y unas políticas regias cuya bondad se asume, bien se imponen sobre una nobleza carente de otro programa político que no sea su interés inmediato (estado de «monarquía fuerte»), bien fracasan en ese intento (estado de «monarquía débil»), en perjuicio de la comunidad del reino.
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