La patología del Segemento Lumbar de la Columna Veretebral viene determinada por ésta. De igual modo, la patología viene determinada por la forma de la Columna Vertebral. De igual modo, la patología Cardio/Ventilatoria y de Fluidos, viene determinada por la forma, o trabajo de la Columna Vertebral, como en numerosas ocasionbes he anotado.
Por este motivo, conocer la filogenia y ontogenia de la Columna Vertebral es determinante en comprender su involución, agresión y enfermedad.
No se puede entender el Síndrome de Hipertensión Arterial sin hacerlo desde la biofísica de la Columna Vertebral. Igual sucede con la relación de la charnela craneo/cervical con el riñón en el control de la glucemia o, entre el tórax y las estructuras de capacitancia cardio/vascular y el control salino y, en general, del "medio interno".
Hago una nota sobre la filogenia.
Hago una nota sobre la filogenia.
Columna
lumbar de los homínidos
Hace
algunos años, en una discusión especialmente pertinente de la
región epaxial (región alrededor de la columna vertebral) de los
primates superiores, Benton estableció una diferencia entre las
formas de «dorso corto» y las formas de «dorso largo». El grupo
de los «dorsos cortos» incluye los homínidos y varios monos del
Nuevo Mundo, todos los cuales presentan una serie de transformaciones
complejas del esqueleto de los miembros anteriores y del esqueleto
axial. Pese a mostrar variaciones sustanciales, en todos ellos el
esqueleto de los miembros anteriores se usa más para la locomoción
por suspensión que en los demás primates superiores y se advierte
una reducción considerable de la longitud de la parte baja del
dorso.
Los
cambios morfológicos que proporcionan mayor suspensión varían,
pero siempre incluyen modificaciones en la forma del tórax (y del
hombro), así como una reducción significativa de la longitud de la
columna lumbar «libre». En los grandes simios, esto implica menor
cantidad de vértebras lumbares e inmovilización de la última
vértebra lumbar, y eventualmente de la penúltima, por «enganche»
entre los huesos coxales. Así, en los grandes simios, el extremo
inferior de la columna vertebral tiene una movilidad notable, a
menudo con una distancia entre el tórax y las crestas iliacas que
no ocupa mucho más que uno o dos espacios intercostales.
Esas modificaciones conducen a un anclaje directo del tórax con la
pelvis, creando de ese modo un cuerpo de una sola pieza, desprovisto
de flexibilidad en la parte baja del dorso. Que eso sirva de base
para atravesar los espacios libres de la canopea (techo de los
árboles, o copas de los arboles) o evitar las lesiones de la columna
vertebral que resultan de la inercia del miembro inferior en el
momento en que el animal trepa a los árboles (con una masa corporal
considerable) está muy lejos del campo del presente artículo. En
cambio, es pertinente la función principal que cumple la
movilidad de la parte inferior del dorso en los orígenes de la
marcha vertical habitual. Al desplazarse mediante las patas
posteriores, los chimpancés y los gorilas caminan con las caderas y
las rodillas torcidas. Es un error común creer que este hecho
responde básicamente a limitaciones anatómicas de la articulación
de la cadera. Muy al contrario, es una consecuencia directa de la
incapacidad para situar el centro de la masa constituida por la
cabeza, los brazos y el tronco por encima del punto de contacto con
el suelo, sin flexionar al mismo tiempo las caderas y las rodillas.
Desplazarse
en grandes distancias con una marcha de esa índole es muy cansado,
porque el brazo de palanca de las articulaciones es muy débil cuando
éstas se emplean por debajo de la extensión total. La fatiga reduce
la capacidad para efectuar un trabajo negativo protector y, por
consiguiente, expone a un riesgo de lesiones en todos los segmentos
de los miembros inferiores.
Así
pues, la columna lumbar debe haber sido un punto focal en nuestras
antiguas «adaptaciones» a la bipedestación habitual.
El
extremo inferior de la columna vertebral del ser humano moderno es
excesivamente móvil, en comparación con los grandes simios (y con
otros primates de «dorso corto»), porque presenta varios caracteres
anatómicos específicos. Éstos incluyen una mayor
longitud total, pero, sobre todo, acortamiento y ensanchamiento
pronunciado del hueso coxal y del sacro.
Esto
permite descartar cualquier contacto restrictivo entre las últimas
vértebras lumbares y la parte retroauricular del ilion. Las
vértebras lumbares de los homínidos también poseen un
ensanchamiento caudal progresivo de sus láminas y del espacio que
separa los procesos articulares (cigapófisis).
Se
formuló la hipótesis de que ese ensanchamiento mejora el ajuste de
cada par de cigapófisis inferiores con la superficie craneal del
arco neural de las vértebras situadas por encima de éste, lo que
facilita la lordosis. En la actualidad sería más
verosímil una explicación más simple. Como se verá después, esas
modificaciones pélvicas que hicieron que los primeros homínidos
pudieran alcanzar una bipedestación semejante a la del ser humano
implicaban un ensanchamiento considerable del sacro. Un gradiente de
morfogénesis craneocaudal que ensancha de manera progresiva el
tamaño de las somitas es, en consecuencia, la explicación más
simple y la más probable de ese movilidad completa de la parte
inferior de la columna lumbar.
Los
seres humanos modernos también difieren de los demás homínidos por
la orientación espacial de las carillas articulares lumbares. En
dirección caudal, las carillas articulares humanas se orientan más
en sentido coronal, mientras que las de los simios adoptan una
disposición más sagital. La nueva orientación en el ser humano
podría oponerse al desplazamiento anterior de la L5(6) a la altura
de la articulación L5/S1, lesión potencial impuesta por una
lordosis excesiva (en especial la elevación del extremo caudal
del sacro, necesaria también para favorecer la abertura pélvica
suficiente para un feto provisto de gran cerebro).
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