Buscar en este blog

28 oct 2013

Columna Lumbar. Algunos rasgos filogenéticos.

La patología del Segemento Lumbar de la Columna Veretebral viene determinada por ésta. De igual modo, la patología viene determinada por la forma de la Columna Vertebral. De igual modo, la patología Cardio/Ventilatoria y de Fluidos, viene determinada por la forma, o trabajo de la Columna Vertebral, como en numerosas ocasionbes he anotado.

Por este motivo, conocer la filogenia y ontogenia de la Columna Vertebral es determinante en comprender su involución, agresión y enfermedad.

No se puede entender el Síndrome de Hipertensión Arterial sin hacerlo desde la biofísica de la Columna Vertebral. Igual sucede con la relación de la charnela craneo/cervical con el riñón en el control de la glucemia o, entre el tórax y las estructuras de capacitancia cardio/vascular y el control salino y, en general, del "medio interno".

Hago una nota sobre la filogenia.



Columna lumbar de los homínidos

Hace algunos años, en una discusión especialmente pertinente de la región epaxial (región alrededor de la columna vertebral) de los primates superiores, Benton estableció una diferencia entre las formas de «dorso corto» y las formas de «dorso largo». El grupo de los «dorsos cortos» incluye los homínidos y varios monos del Nuevo Mundo, todos los cuales presentan una serie de transformaciones complejas del esqueleto de los miembros anteriores y del esqueleto axial. Pese a mostrar variaciones sustanciales, en todos ellos el esqueleto de los miembros anteriores se usa más para la locomoción por suspensión que en los demás primates superiores y se advierte una reducción considerable de la longitud de la parte baja del dorso.

Los cambios morfológicos que proporcionan mayor suspensión varían, pero siempre incluyen modificaciones en la forma del tórax (y del hombro), así como una reducción significativa de la longitud de la columna lumbar «libre». En los grandes simios, esto implica menor cantidad de vértebras lumbares e inmovilización de la última vértebra lumbar, y eventualmente de la penúltima, por «enganche» entre los huesos coxales. Así, en los grandes simios, el extremo inferior de la columna vertebral tiene una movilidad notable, a menudo con una distancia entre el tórax y las crestas iliacas que no ocupa mucho más que uno o dos espacios intercostales. Esas modificaciones conducen a un anclaje directo del tórax con la pelvis, creando de ese modo un cuerpo de una sola pieza, desprovisto de flexibilidad en la parte baja del dorso. Que eso sirva de base para atravesar los espacios libres de la canopea (techo de los árboles, o copas de los arboles) o evitar las lesiones de la columna vertebral que resultan de la inercia del miembro inferior en el momento en que el animal trepa a los árboles (con una masa corporal considerable) está muy lejos del campo del presente artículo. En cambio, es pertinente la función principal que cumple la movilidad de la parte inferior del dorso en los orígenes de la marcha vertical habitual. Al desplazarse mediante las patas posteriores, los chimpancés y los gorilas caminan con las caderas y las rodillas torcidas. Es un error común creer que este hecho responde básicamente a limitaciones anatómicas de la articulación de la cadera. Muy al contrario, es una consecuencia directa de la incapacidad para situar el centro de la masa constituida por la cabeza, los brazos y el tronco por encima del punto de contacto con el suelo, sin flexionar al mismo tiempo las caderas y las rodillas.

Desplazarse en grandes distancias con una marcha de esa índole es muy cansado, porque el brazo de palanca de las articulaciones es muy débil cuando éstas se emplean por debajo de la extensión total. La fatiga reduce la capacidad para efectuar un trabajo negativo protector y, por consiguiente, expone a un riesgo de lesiones en todos los segmentos de los miembros inferiores.

Así pues, la columna lumbar debe haber sido un punto focal en nuestras antiguas «adaptaciones» a la bipedestación habitual.

El extremo inferior de la columna vertebral del ser humano moderno es excesivamente móvil, en comparación con los grandes simios (y con otros primates de «dorso corto»), porque presenta varios caracteres anatómicos específicos. Éstos incluyen una mayor longitud total, pero, sobre todo, acortamiento y ensanchamiento pronunciado del hueso coxal y del sacro.

Esto permite descartar cualquier contacto restrictivo entre las últimas vértebras lumbares y la parte retroauricular del ilion. Las vértebras lumbares de los homínidos también poseen un ensanchamiento caudal progresivo de sus láminas y del espacio que separa los procesos articulares (cigapófisis).

Se formuló la hipótesis de que ese ensanchamiento mejora el ajuste de cada par de cigapófisis inferiores con la superficie craneal del arco neural de las vértebras situadas por encima de éste, lo que facilita la lordosis. En la actualidad sería más verosímil una explicación más simple. Como se verá después, esas modificaciones pélvicas que hicieron que los primeros homínidos pudieran alcanzar una bipedestación semejante a la del ser humano implicaban un ensanchamiento considerable del sacro. Un gradiente de morfogénesis craneocaudal que ensancha de manera progresiva el tamaño de las somitas es, en consecuencia, la explicación más simple y la más probable de ese movilidad completa de la parte inferior de la columna lumbar.


Los seres humanos modernos también difieren de los demás homínidos por la orientación espacial de las carillas articulares lumbares. En dirección caudal, las carillas articulares humanas se orientan más en sentido coronal, mientras que las de los simios adoptan una disposición más sagital. La nueva orientación en el ser humano podría oponerse al desplazamiento anterior de la L5(6) a la altura de la articulación L5/S1, lesión potencial impuesta por una lordosis excesiva (en especial la elevación del extremo caudal del sacro, necesaria también para favorecer la abertura pélvica suficiente para un feto provisto de gran cerebro).


No hay comentarios:

Publicar un comentario