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17 oct 2013

La isla de los espíritus dolientes.

Ayer leí este artículo doliente que dejó anotado. En una referencia al mismo. Si gustáis de la lectura del mar en calma cuando ella estaba. Recordarla hoy en el día que no comprendes porque el mar te ha llevado enloquecido a no estar con ella. 

La isla de los espíritus dolientes
La responsabilidad de la tragedia de Lampedusa no es solo de dictadores, traficantes y políticos. Alcanza indirectamente a los espectadores que contemplan con apatía el nuevo desfile de horror en las pantallas
Rafael Argullol 16-10-2013



Hace ahora casi 10 años (el 9 de noviembre de 2003) publiqué en este periódico un artículo sobre Lampedusa. En él evocaba las tragedias que se desarrollaban en esta isla y hacía mención a mi intimidad con su paisaje. Hablaba de la última de esas tragedias, que había provocado 70 muertos tras el hundimiento de una barcaza llena de inmigrantes somalíes procedentes de la costa de Libia. Traicionados por los traficantes de seres humanos, hacinados como esclavos en la embarcación, interceptados con desidia por la policía costera italiana, hundidos a consecuencia del peso y el desequilibrio, únicamente el esfuerzo valeroso de algunos pescadores lampedusanos había impedido que el drama fuese mayor.

Diez años después la historia se ha repetido, con una catástrofe todavía peor. En la década transcurrida han fallecido, al parecer, 8.000 inmigrantes ante las costas de Lampedusa. Los capítulos de este libro negro son siempre los mismos: la carne de cañón procede del Cuerno de África, especialmente de Somalia y Eritrea; es trasladada a través del desierto en condiciones durísimas tras abonar sumas enormes; una vez en los puertos libios es embarcada clandestinamente hacia Lampedusa, la isla más meridional de Europa; a menudo abandonada a su suerte, la mercancía humana se hunde o llega en condiciones deplorables a su destino, donde es clasificada y enclaustrada en campos de acogida, antes de ser devuelta a su lugar de procedencia. Lampedusa es un infierno.

Pero era un paraíso, y a esta condición aludía también en el texto que escribí hace una década. Un lugar muy significativo en mi memoria, pues había estado, casi por azar, en Lampedusa mucho tiempo atrás, en los años setenta del pasado siglo. Yo vivía en Italia y, amante de las islas, había descubierto Lampedusa en el mapa de una agencia de viajes de Sicilia. Me trasladé allí desde Porto Empedocle, junto a la antigua Agrigento, para una estancia de un solo día. Sin embargo, una huelga de los barcos que cubrían la ruta me dejó en tierra durante 10 días. A la fuerza —y con enorme placer— me convertí en un buen explorador de la diminuta isla. Algo de esto contaba en mi anterior escrito.

Un paraíso de apariencia virginal y mitológica se ha convertido en un infierno de naufragios

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