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29 jun 2014

La Cadellada, o sobre la naturaleza humana.

Ayer por la tarde me dediqué a holgazanear, sentado en el sillón que tiempo ha me regalaron dos amigos, escuché música sinfónica y escuché mirando la televisión de Asturias. En la esquina de esta me tropecé con  la difusión de mensajes sobre el Hospital de La Cadellada por parte de Braña, Blanco, Morís y otros cuyo nombre no tengo en memoria y que procuraré colocar en la posición que deben, en el anaquel correspondiente de la estantería de mi biblioteca, adecuadamente archivada y no almacenada.
Sus palabras que denotan ausencia de saber acerca de la administración de la asistencia sanitaria en general y, en particular, hospitalaria, me hicieron recordar la obra que recomiendo releer o leer, según proceda.

(Diálogo escrito hacia el año 350 ac y trata sobre el origen del universo, la estructura de la materia y, sobre la naturaleza humana, que es lo que me motiva citarlo)





Timeo, o de la Naturaleza
Platón

de la cual toma un entrante que procures estimular el interés por ella.

(Nota.- la leí por primera vez, escribiendo mi Tesis de Licenciatura que trataba sobre "Epistemología de la Fisiología Humana en los Siglos XVII y XVIII"


SÓCRATES.-Uno, dos, tres.... pero, por cierto, querido Timeo, ¿dónde está el cuarto de los que ayer fueron huéspedes míos y ahora son dueños de la casa?
TIMEO.--Le sobrevino un cierto malestar, Sócrates, pues no habría faltado voluntariamente a esta reunión.
SÓCRATES.--¿Os encargaréis tú y tus compañeros, entonces, de la parte que le correspondía al ausente?
TIMEO.-- Por supuesto, y, en lo posible, no omitiremos nada, pues no sería justo que, después de gozar ayer de los apropiados dones de tu hospitalidad, los que quedamos no estuviéramos dispuestos a agasajarte a nuestra vez. 
SÓCRATES.--¿Es que recordáis cuántos son los temas de los que os encomendé hablar?
TIMEO.--Sólo algunos, pero, como estás aquí, nos recordarás lo que hayamos olvidado. Mejor aún, si no te molesta, vuelve a repetirnos otra vez el argumento desde el principio de manera resumida para que lo tengamos más presente.
SÓCRATES.-- Así lo haré. Tengo la impresión de que lo principal del discurso que hice ayer acerca de la organización política fue cuál consideraba que sería la mejor y qué hombres le darían vida.
TIMEO.-- Y a todos nos pareció que la habías descrito de una manera muy conforme a los principios de la razón.
SÓCRATES.--¿No fue acaso nuestra primera medida separar en ella a los campesinos y a los otros artesanos del estamento de los que luchan en defensa de ellos?
TIMEO.-- Sí.
SÓCRATES.--Y luego de asignar a cada uno una ocupación única para la que estaba naturalmente dotado, una única técnica, afirmamos que aquellos que tenían la misión de luchar por la comunidad deberían ser sólo guardianes de la ciudad, en el caso de que alguien de afuera o de adentro intentara dañarla, y que, mientras que a sus súbditos tenían que administrarles justicia con suavidad, ya que son por naturaleza sus amigos, era necesario que en las batallas fueran fieros con los enemigos que les salieran al paso.
TIMEO.-- Efectivamente.
SÓCRATES.-- Pues decíamos, creo, que la naturaleza del alma de los guardianes debía ser al mismo tiempo violenta y tranquila en grado excepcional para que pudieran llegar a ser correctamente suaves y fieros con unos y con otros.
TIMEO.-- Sí.
SÓCRATES.--¿Y qué de la educación? ¿No decíamos que estaban educados en gimnasia y en música, y en todas las materias convenientes para ellos? TIMEO.-- Por cierto.
SÓCRATES.-- Sí, y me parece que se sostuvo que los así educados no debían considerar como propios ni el oro ni la plata ni ninguna otra posesión, sino que, como fuerzas de policía, habían de recibir n salario por la guardia de aquellos a quienes preservaban --lo suficiente para gente prudente--, y gastarlo en común en una vida en la que compartían todo y se ocupaban exclusivamente de cultivar la excelencia, descargados de todas las otras actividades.
TIMEO.--También esto fue dicho así. SÓCRATES.-- Y, además, por lo que hace a las mujeres, hicimos mención de que debíamos adaptar a los hombres a aquellas que se les asemejaren y asignarles las mismas actividades que a ellos en la guerra y en todo otro ámbito de la vida.
TIMEO.--También esto se dijo de esta manera.
SÓCRATES.--¿Y qué de la procreación?, ¿o la singularidad de lo dicho no hace que se recuerde fácilmente?, porque dispusimos que todos tuvieran sus matrimonios y sus hijos en común, cuidando de que nunca nadie reconociera como propio al engendrado por él sino que todos consideraran a todos de la misma familia: hermanas y hermanos a los de la misma edad, a los mayores, padres y padres de sus padres y a los menores, hijos de sus hijos.
TIMEO.-- Sí, también esto se puede recordar bien, tal como dices. SÓCRATES.--Y, además, que llegaran a poseer desde el nacimiento las mejores naturalezas posibles, ¿o acaso no recordamos que decíamos que los gobernantes, hombres y mujeres, debían engañarlos en las uniones matrimoniales con una especie de sorteo manipulado en secreto para que los buenos y los malos se unieran cada uno con las que les eran semejantes de modo que no surgiera entre ellos ningún tipo de enemistad, convencidos de que el azar era la causa de su unión?
TIMEO.-- Lo recordamos. SÓCRATES.--¿Y también que decíamos que tenían que criar y educar a los hijos de los buenos y trasladar secretamente a los de los malos a la otra ciudad y observarlos durante su crecimiento para hacer regresar siempre a los aptos y pasar a la región de la que éstos habían vuelto a los ineptos que se habían quedado con ellos.
TIMEO.-- Así es.
SÓCRATES.--¿He expuesto ya en sus puntos principales lo mismo que ayer o deseáis todavía algo que yo haya dejado de lado, querido Timeo?
TIMEO.--En absoluto, esto era lo que ayer dijimos, Sócrates.
SÓCRATES.-- Quizás queráis escuchar ahora lo que me sucede con la continuación de la historia de la república que hemos descrito. Creo que lo que me pasa es algo así como si alguien, después de observar bellos animales, ya sea pintados en un cuadro o realmente vivos pero en descanso, fuera asaltado por el deseo de verlos moverse y hacer, en un certamen, algo de lo que parece corresponder a sus cuerpos. Lo mismo me sucede respecto de la ciudad que hemos delineado. Pues con placer escucharía de alguien el relato de las batallas en las que suele participar una ciudad, que las combate contra otras ciudades, llega bien dispuesta a la guerra y, durante la lucha, hace lo que corresponde a su educación y formación no sólo en la acción, sino también en los tratados con cada uno de los estados. Critias y Hermócrates, me acuso de no llegar a ser capaz nunca de alabar de forma satisfactoria a esos hombres y a esa ciudad. Lo que me sucede no es nada extraño, pues tengo la misma opinión de los poetas antiguos y de los actuales y, aunque no desdeño en absoluto su linaje, es evidente que el pueblo de los imitadores imitará muy fácilmente y de manera óptima aquello en lo que ha sido educado. Sin embargo, a cualquiera le resulta muy difícil imitar bien en obras lo que está fuera de su propia educación y le es aún más dificultoso imitarlo con palabras. Creo que la estirpe de los sofistas es muy entendida en muchos otros tipos de discursos, y bellos además, pero temo que, puesto que vaga de ciudad en ciudad y en ningún lugar habita en casa propia, de alguna manera no acierte a describir hombres que son a la vez filósofos y políticos y lo que harían o dirían al guerrear o batallar o al relacionarse entre ellos de obra o de palabra. Resta, ciertamente, el tipo de gente de vuestra disposición que por naturaleza y educación participa de ambas categorías. Pues éste, Timeo, natural de Lócride, la ciudad con el mejor orden político de Italia, no inferior a ninguno de los de allí ni en riqueza ni en sangre, ha ocupado los cargos públicos más importantes y recibió los más altos honores de aquella ciudad y, además, ha llegado, en mi opinión, a la cumbre de la filosofía. Todos los habitantes de esta ciudad, supongo, sabemos que Critias no es lego en nada de lo que hablamos. Finalmente, puesto que hay muchos que lo testifican, debemos creer que la naturaleza y la educación de HermÓcrates son suficientes para todos estos temas. Cuando ayer solicitasteis una exposición sobre la república, convine de buen grado porque sabía que, si os lo proponéis, nadie podría ofrecer una continuación mejor del discurso que vosotros, ya que sois los únicos que en la actualidad pueden implicar a esa ciudad en una guerra adecuada a su condición y, después, asignarle todas las excelencias que le correspondan. Una vez que expuse lo que me habíais encargado, os encomendé a mi vez lo que ahora digo. Habéis acordado que una vez que hubierais reflexionado, ibais a saldar la deuda de hospitalidad hacia mí con el presente discurso. Estoy aquí preparado, entonces, para ellos y soy el más dispuesto de todos a recibirlos.
HERMÓCRATES.-- En efecto, Sócrates, como dijo Timeo ni cederá la voluntad de hacerlo ni habrá ningún pretexto que nos impida llevarlo a cabo. Por tanto, también nosotros ayer, inmediatamente después de salir de aquí, cuando llegamos a casa de Critias, nuestro huésped, donde pernoctamos, y aún antes, en el camino, reflexionamos sobre estos mismos asuntos. Éste nos contó una antigua saga. ¡Cuéntasela también a él, Critias, para que opine si responde o no al encargo!
CRITIAS.-- Lo haré, si también le parece al tercer compañero, Timeo.
TIMEO.-- Claro que estoy de acuerdo.
CRITIAS.-- Escucha, entonces, Sócrates, un relato muy extraño, pero absolutamente verdadero, tal como en una ocasión lo relataba Solón, el más sabio de los siete, que era pariente y muy amigo de mi bisabuelo Drópida, como él mismo afirma en muchos pasajes de su obra poética. Le contó a Critias, nuestro abuelo, que de viejo nos lo relataba a nosotros, que grandes y admirables hazañas antiguas de esta ciudad habían desaparecido a causa del tiempo transcurrido y la destrucción de sus habitantes, y, de todas, una, la más extraordinaria, convendría que ahora a través del recuerdo te la ofreciéramos como presente, para elevar al mismo tiempo loas a la diosa con justicia y verdad en el día de su fiesta nacional, como si le cantáramos un himno.

SÓCRATES.-- Bien dices. Pero, por cierto, ¿no explicaba Critias cuál era esta hazaña que, según la historia de Solón, no era una mera fábula, sino que esta ciudad la realizó efectivamente en tiempos remotos?
CRITIAS.--Te la diré, aunque escuchada como un relato antiguo de un hombre no precisamente joven. Pues entonces Critias, así decía, tenía ya casi noventa años y yo, a lo sumo diez. Era, casualmente, la Kureotis, el tercer día de los Apaturia. A los muchachos les sucedió lo que es siempre habitual en esa fiesta y lo era también entonces. Nuestros padres hicieron certámenes de recitación. Se declamaron poemas de muchos poetas y, como en aquella época los de Solón eran recientes, muchos niños los cantamos. Uno de los miembros de la fratría, sea que lo creía realmente o por hacerle un cumplido a Critias, dijo que si bien Solón le parecía muy sabio en todos los otros campos, en la poesía lo tenía por el más libre de todos los poetas. El anciano, entonces --me acuerdo con gran claridad-- se puso muy contento y sonriendo dijo: «¡Ay Aminandro!, ¡ojalá la poesía no hubiera sido para él una actividad secundaria! Si se hubiera esforzado como los otros y hubiera terminado el argumento que trajo de Egipto y, si, al llegar aquí, las contiendas civiles y otros males no lo hubieran obligado a descuidar todo lo que descubrió allí, ni Hesíodo ni Homero, en
mi opinión, ni ningún otro poeta jamás habría llegado a tener una fama mayor que la suya». «¿Qué historia era, Critias?», preguntó el otro. «La historia de la hazaña más importante y, con justicia, la más renombrada de todas las realizadas por nuestra ciudad, pero que no llegó hasta nosotros por el tiempo transcurrido y por la desaparición de los que la llevaron a cabo», dijo el anciano. «Cuenta desde el comienzo», exclamó el otro, «qué decía Solón, y cómo y de quiénes la había escuchado como algo verdadero».
«En Egipto», comenzó Critias, «donde la corriente del Nilo se divide en dos en el extremo inferior del Delta, hay una región llamada Saítica, cuya ciudad más importante, Sais --de donde, por cierto, también era el rey Amasis--, tiene por patrona una diosa cuyo nombre en egipcio es Neith y en griego, según la versión de aquéllos, Atenea. Afirman que aprecian mucho a Atenas y sostienen que en cierta forma están emparentados con los de esta ciudad. Solón contaba que cuando llegó allí recibió de ellos muchos honores y que, al consultar sobre las antigüedades a los sacerdotes que más conocían el tema, descubrió que ni él mismo ni ningún otro griego sabía, por decir así, prácticamente nada acerca de esos asuntos. En una ocasión, para entablar conversación con ellos sobre esto, se puso a contar los hechos más antiguos de esta ciudad, la historia de Foroneo, del que se dice que es el primer hombre, y de Níobe y narró cómo Deucalión y Pirras sobrevivieron después del diluvio e hizo la genealogía de sus descendientes y quiso calcular el tiempo transcurrido desde entonces recordando cuántos años había vivido cada uno. En
ese instante, un sacerdote muy anciano exclamó: ʹ¡Ay!, Solón, Solón, ¡los griegos seréis siempre niños!, ¡no existe el griego viejo!ʹ Al escuchar esto, Solón le preguntó: ʹ¿Por qué lo dices? ʹTodosʹ, replicó aquél, ʹtenéis almas de jóvenes, sin creencias antiguas transmitidas por una larga tradición y carecéis de conocimientos encanecidos por el tiempo. Esto se debe a que tuvieron y tendrán lugar muchas destrucciones de hombres, las más grandes por fuego y agua, pero también otras menores provocadas por otras innumerables causas. Tomemos un ejemplo, lo que se cuenta entre vosotros de que una vez Faetón, el hijo del Sol montó en el carro de su padre y, por no ser capaz de marchar por el sendero paterno, quemó lo que estaba sobre la tierra y murió alcanzado por un rayo. La historia, aunque relatada como una leyenda, se refiere, en realidad, a una desviación de los cuerpos que en el cielo giran alrededor de la tierra y a la destrucción, a grandes intervalos, de lo que cubre la superficie terrestre por un gran fuego. Entonces, el número de habitantes de las montañas y de lugares altos y secos que muere es mayor que el de los que viven cerca de los ríos y el mar. El Nilo, salvador nuestro en otras ocasiones, también nos salva entonces de esa desgracia. Pero cuando los dioses purifican la tierra con aguas y la inundan, se salvan los habitantes de las montañas, pastores de bueyes y cabras, y los que viven en vuestras ciudades son arrastrados al mar por los ríos. En esta región, ni entonces ni nunca fluye el agua de arriba sobre los campos, sino que, por el contrario, es natural que suba, en su totalidad, desde el interior de la tierra. Por ello se dice que lo que aquí se
conserva es lo más antiguo. En realidad, sin embargo, en todas las regiones en las que no se da un invierno riguroso y un calor extremo, la raza humana, en mayor o menor número, está siempre presente. Desde antiguo registramos y conservamos en nuestros templos todo aquello que llega a nuestros oídos acerca de lo que pasa entre vosotros, aquí o en cualquier otro lugar, si sucedió algo bello, importante o con otra peculiaridad. Contrariamente, siempre que vosotros, o los demás, os acabáis de proveer de escritura y de todo lo que necesita una ciudad, después del período habitual de años, os vuelve a caer, como una enfermedad, un torrente celestial que deja sólo a los iletrados e incultos, de modo que nacéis de nuevo, como niños, desde el principio, sin saber nada ni de nuestra ciudad ni de lo que ha sucedido entre vosotros durante las épocas antiguas. Por ejemplo, Solón, las genealogías de los vuestros que acabas de exponer poco se diferencian de los cuentos de niños, porque, primero, recordáis un diluvio sobre la tierra, mientras que antes de él habían sucedido muchos y, en segundo lugar, no sabéis ya que la raza mejor y más bella de entre los hombres nació en vuestra región, de la que tú y toda la ciudad vuestra descendéis ahora, al quedar una vez un poco de simiente. Lo habéis olvidado porque los que sobrevivieron ignoraron la escritura durante muchas generaciones. En efecto, antes de la gran destrucción por el agua, la que es ahora la ciudad de los atenienses era la mejor en la guerra y la más absolutamente obediente de las leyes. Cuentan que tuvieron lugar las hazañas más hermosas y que se dio la mejor organización [...]

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