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30 ago 2015

El neurocirujano que habita la ciudad de Troya


Asediado el neurocirujano por los griegos intentan nuevamente entrar en la ciudad de Troya que habita. 




El Caballo de Troya

La ciudad de Troya había sido asediada durante diez largos años, pero los atacantes griegos, encabezados por Agamenón, Ulises y otros no habían podido aún lograr salvar los muros de la ciudad. El mayor de los griegos, Aquiles, había caído en la batalla, muerto por una flecha que atravesó su talón. Ulises, viendo la situación, vio que la ciudad jamás podía ser tomada la fuerza, por lo que hacía falta algo mejor…

Los griegos construyeron un enorme caballo de madera y se alojaron en el interior con sus mejores guerreros. La figura del caballo era simbólica. Se trataba de uno de los símbolos de Atenea, diosa de la guerra que había apoyado a los griegos en su acoso a Troya. Además, en algunas leyendas la figura del caballo era sagrada para los troyanos.

Una vez que se acabó de construir el caballo y los guerreros griegos se escondieron dentro, el resto de los griegos simulaban que navegaban bien lejos, hasta Grecia, renunciando a la guerra, cuando en realidad a donde se dirigieron fue a la cercana isla de Tenedos a ocultarse y esperar acontecimientos.

Los troyanos no sabían muy bien qué hacer con el caballo. Algunos sospechaban algo, sobre todo porque conocían perfectamente la astucia de Ulises. Laocoon (Laocoonte), sumo sacerdote de Poseidón (o de Apolo según otros textos históricos), era uno de los hombres que no se fiaban nada del animal. No se cansó de advertir que no podían confiarse de los griegos, aún siendo un regalo como era. Incluso lanzó su lanza sobre el caballo, quedando clavada en la madera.

Según las versiones posteriores de la leyenda, fue en este momento cuando los troyanos capturaron a un joven llamado Sinon, quien había ayudado a los griegos. Cuando le preguntaron sobre el caballo, les dijo que los griegos pensaban que Atenea les había abandonado y que por eso habían construido el caballo para intentar apaciguarse con ella.

Los troyanos pudieron ver una prueba más del enfado de Atenea con los griegos. La diosa envió dos grandes serpientes marinas a la ciudad, donde Laocoonte estaba sacrificando un toro al dios Poseidón. Las serpientes devoraron primero a sus dos hijos, y luego más tarde al propio Laocoonte. Los troyanos creyeron que aquéllo fue en represalia por haberle arrojado la lanza a su caballo así que decidieron tomar el caballo dentro de sus murallas, con el fin de apaciguarse con la diosa.

Con el caballo ya dentro de las murallas de Troya, el ejército griego regresó de Tenedos por la noche sin ser visto. Cuando toda Troya dormía, Sinon liberó a los soldados que estaban en el interior del caballo, y así se inició la destrucción de la ciudad. Los soldados abrieron las puertas a sus compañeros, y Troya cayó esa misma noche en manos griegas.



Una vez más como conferenciante tengo un asistente intranquilo, por continuar hablando de lo mismo.


Vuelvo a recordar el artículo que ya anoté en otra ocasión.



De la catáfora al insulto

ABC, 15-07-15, Luis Del Val 

Hace unos años, almorzando con Matías Prats Cañete (padre de Matías) y una tercera persona, nos contaba esta que, en un Ateneo de provincias, en el año 76, un señor sentado en la primera fila, nada más comenzar a hablar el conferenciante, le interrumpió para saber cuando tendría lugar la controversia. El presidente del Ateneo, que presidía también el acto, le indicó que el coloquio tendría lugar al final de la conferencia. Como el disertante se alargaba, el señor volvió a interrumpir para conocer el inicio de la "controversia". Volvió a informarle el presidente que al final de la conferencia, y continuó el orador. Al final, el presidentes se dirigió al impaciente oyente y le explicó que se iniciaba el coloquio, y que le concedía la palabra. "¿Ya ha comenzado la controversia?", quiso asegurarse el rebelde.  Y cuando le indicaron que sí, que empezaba el coloquio, dijo alto y claro, dirigiéndose al conferenciante: "Me cago en su padre". Se levantó y se marchó".

Bueno, márchese usted bien embozado. Por cierto, ya que hablo de capa y por la empinada calle de Toledo camino, os  digo, par terminar con la paciencia del rebelde, o negado que si no habéis leído La Gloria de Don Ramiro que lo hagáis. Yo me reconforto pensando que un día veré, a través de la celosía, ojos verdes de bella mujer que me acecha para darme certero zarpazo. Hoy hizo cinco años que pretendió segar mi cuello. La próxima vez haré todo lo posible por complacerte y caer ante tí jadeando. Para que no yerres te digo que llevo conmigo una guadaña de bellota bien cabruñada y afilada. Confío en tí, no falles esta vez, amada Parca.

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