Hoy me vino a ver mi Padre. No ha sido sorpresa, como nunca lo ha sido.
Tras entrar en la Biblioteca, apoyó su mano derecha en uno de los estantes que estaban sobre su hombro. Miraba en sentido opuesto a mi.
Yo no me había levantado por haberme tomado por sorpresa su presencia.
¡Hola!, te veo bien. Él me respondió: si. No estoy mal.
Inmediatamente me preguntó por Rosarito: ¿Hasta cuando te va a seguir planchando.
Tras una corta pausa, le respondí: aún tiene gastos, o que gastar. De todos modos, pronto tiene su fin. Ya no hay papel para ella en la novela esta que tu comenzaste por capricho, y a mi me toca dar fin, pués el haberte ausentado me obliga por razón.
Ladró Lucí, agitando con fuerza el rabo contra mi pierna, a la vez que Luna, quieta a mi lado derecho, giraba en un sentido y otro su cabeza, pintando con sus ojos verdes los míos.
Padre, su papel está cumplido y mi palabra saldada. Ya pronto ha sido negada su presencia y no percibo su miserable vida arrastrando sus favores para calmar la frialdad de sus envidias.
Augusto Pérez, hijo has sido. Ya no más espero. Dejarte de dar suspiro. Así lo hago. Si no sabes, servicio me has dado, por lo que no siento dejarte abandonado.
Recuerdo el día que mi profesora me dijo: Augusto, desde hoy serás un nivolesco personaje. Tú padre me dijo que te llamen Augusto Pérez. Yo, no respondí, pués no me hacía pregunta.
Cuando aquel día llegué a casa, no le hice pregunta alguna a mi Padre. Él, nunca me dijo nada, porque tampoco le preguntaba.
Nunca hablo, si no hay pregunta.
Entre mi Padre y yo, la razón es Eterna, es de 1.618.
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