Cuando sucede lo inesperado
Societat Civil Catalana pretende dar voz a los que no comparten el soberanismo; combate el discurso de la permanente insatisfacción, el fatalismo y la agonía cultivado por la hegemonía nacionalista
Joaquim Coll 9 Julio 2014
Si alguna cosa no estaba prevista que sucediera en la hoja de ruta del llamado “proceso soberanista” es la aparición de Societat Civil Catalana (SCC). Una asociación formada por ciudadanos a título personal, ideológicamente transversal y no partidista. Que nace para llenar un clamoroso vacío: dar voz a los catalanes que no comparten las razones de fondo del “proceso” ni el objetivo de la ruptura con el resto de España. Una plataforma que no se reduce a una simple suma de unos ciudadanos que son de izquierdas con otros de centro o de derechas, sino que quiere ser mucho más: un gran conector de todos los que no queremos vivir permanentemente sometidos a una tensión política innecesaria, que fractura la unidad entre los catalanes y de los catalanes con el resto de españoles. SCC construye su discurso desde la centralidad del pensamiento político catalán contemporáneo, donde se encuentran corrientes como el autonomismo, el federalismo o el catalanismo hispanista, con todos sus matices, evoluciones y diferencias. Una posición central que, sin embargo, ha sido abandonada por demasiada gente en muy poco tiempo con el argumento de aceptar o acomodarse, a menudo acríticamente, a una supuesta nueva centralidad, ahora ya manifiestamente secesionista. Se trata de una actitud contradictoria con una realidad sociológica que, aunque se esconde habitualmente en los medios de comunicación y en la política catalana, es muy persistente. El hecho de que la inmensa mayoría de los ciudadanos de Cataluña sigue compartiendo en grados diversos un sentimiento de doble identidad, catalana y española.
El secesionismo rampante, que había sido siempre minoritario cuando no testimonial, es el resultado de la hegemonía sociocultural nacionalista durante varias décadas. Una hegemonía que se expresa en el debate público de muchas formas. Por ejemplo, en el uso de un lenguaje muy connotado. A menudo se habla de Cataluña y España como dos realidades diferentes cuando no enfrentadas. O se condena cualquier déficit fiscal como ilegítimo, incluso desde posiciones supuestamente de izquierdas. La hegemonía nacionalista ha cultivado un discurso basado en la ambigüedad, la permanente insatisfacción, el fatalismo, la sensación de fracaso e incluso de agonía. Y ha impuesto una cultura política regresiva, escapista, sentimental y socialmente populista.
El secesionismo es la consecuencia de una filosofía cuyo objetivo ha sido proclamar la tesis del fracaso del modelo autonómico y en gran medida también de la España democrática. Y esto no es solamente mérito suyo, de su habilidad para mezclar verdades con tergiversaciones y mentiras deliberadas. También buena parte de la culpa recae en la política española, las instituciones y los grandes partidos que no han encarado con sentido de Estado la solución a ciertos desajustes del modelo autonómico, los cuales, al sumarse a otros de mayor calado, han acabado produciendo una tormenta perfecta en Cataluña. Solo las especiales circunstancias económicas, de crisis social e institucional de estos últimos años ha permitido dar verosimilitud a un discurso extraordinariamente contradictorio.
Porque, ¿de verdad es posible creerse la tan difundida tesis del “expolio”, reconvertida ahora en boca del conseller Andreu Mas-Colell en la nueva consigna de que “España nos frena”, y hacer a continuación el panegírico de las actuales fortalezas y el potencial de la economía catalana? ¿Es posible creerse que sin independencia vamos de cabeza a la ruina, mientras Artur Mas no se cansa de exaltar que Cataluña es altamente competitiva, exportadora de bienes y receptora de importantes inversiones? Una cosa y la otra no pueden ser ciertas al mismo tiempo.
Con el nacimiento de SCC ha sucedido lo inesperado, y de aquí la sorpresa y la incomodidad de muchos. Desborda fronteras y su nombre es provocador. Obviamente, no pretendemos ser toda la sociedad civil catalana, sino solo una parte de ella, tan modesta como legítima. El nombre quiere romper con un relato nacionalista según el cual los catalanes somos “una nación sin Estado”, cuya defensa recae aún hoy en la sociedad civil. De ello se deriva otro mito y un ingrediente más del hecho diferencial catalán, cuando la realidad es que en toda España la genuina sociedad civil anda en general muy débil. En cualquier caso, casi nadie creía que fuéramos capaces de romper un tabú político, de superar la falacia de la asociación que impedía que gente diversa nos pusiéramos de acuerdo en un momento desgraciadamente excepcional. Porque en SCC nos une también la defensa de la pluralidad en medio de un escenario político catalán donde escasea la actitud racional y crítica. Por ejemplo, ante la doble pregunta encadenada que nos proponen para el 9 de noviembre, conceptualmente confusa y democráticamente fraudulenta. Sorprende que fuerzas que provienen de una tradición ilustrada hayan podido suscribir tamaña estafa intelectual y apoyen un proceso que sólo va a alimentar la frustración.
La función de SCC no es polarizar o dividir, sino serenar los ánimos mediante razones y sentimientos. No nacemos para combatir a los ciudadanos que se han hecho independentistas, sino para convencerles de que se trata de una falsa salida, sobre todo a la crisis económica. Nacemos, pues, para explicar los riesgos y las incertidumbres de la secesión. El hecho de que, a corto plazo, lo único seguro es que la secesión nos haría más pobres en cualquiera de los escenarios. También para afirmar que a los catalanes nos ha ido globalmente bien con el resto de españoles en estos 36 años de democracia y autogobierno, y que juntos somos más fuertes y mejores.
En realidad, no nos limitamos a decidir “mejor juntos”, sino “juntos y mejor”. Porque la primera condición para derrotar el monotema soberanista es hacer más atractivo e inclusivo el proyecto común. Y, finalmente, para poner en valor otros costes de carácter social y sentimental de la secesión que no podemos despreciar. Porque votar la división de un país, de una sociedad y de un Estado no es una fiesta, sino algo que si llega a producirse sería traumático. Te obliga a elegir entre identidades. Y esto siempre es malo, como explica muy bien el liberal federalista canadiense Stéphane Dion. Lo demuestra el hecho reciente de que en Québec no deseen pasar por la experiencia dolorosa de un tercer referéndum.
En definitiva, la posición de SCC se puede sintetizar en cinco puntos. Primero, más que estar en contra de una consulta hipotética, nosotros trabajaremos para hacerla socialmente innecesaria. Porque no nos parece que esté justificada en el marco de un sistema democrático y con un amplio autogobierno, ni tampoco que sea socialmente una buena idea. Segundo, recordar que Cataluña hizo una aportación sustancial y muy positiva a la cultura política democrática española durante la Transición con la propuesta autonomista como fórmula posible para todos los pueblos de España. Las fuerzas catalanas deberían apostar por su mejora global, en cualquiera de sus vías, en lugar de por su destrucción. Tercero, subrayar que los problemas de los catalanes no son sustancialmente diferentes de los del resto de españoles, y que es mucho más inteligente resolverlos todos juntos. Cuarto, creemos que de esta crisis territorial e institucional hay una clara oportunidad para repensar la cultura y la identidad española, para hacerla más inclusiva y superar la famosa “conllevancia”, apostando decididamente por la suma.
Y, quinto, desde SCC no apostamos por ninguna propuesta concreta y precisa de lo que periodísticamente se denomina “tercera vía”, pero tampoco estamos en contra de ninguna. Solo nos atrevemos a poner algunas condiciones: que la alternativa sea clara, que disponga de grandes mayorías, respete la Constitución o los caminos para su reforma, y que no se plantee como una estrategia para ganar tiempo, para aplazar nada o para contentar a los soberanistas, sino para resolver demandas y cuestiones concretas. Pero para eso es imprescindible un cambio de cultura en la política española que nos devuelva la capacidad de consenso, la voluntad de objetivar los problemas y encarar los retos colectivos con la mirada puesta en el largo plazo. Desde SCC creemos que si de verdad nos lo proponemos, seremos capaces todos juntos de provocar nuevamente que en España suceda lo inesperado.
Joaquim Coll es portavoz y vicepresidente primero de Societat Civil Catalana.
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