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16 jun 2015

El mercado sanitario de cristales de colores.


La causa del suicidio del piloto no ha sido una causa médica. La causa del suicidio del piloto ha sido una causa de "gestión sanitaria"; el no tener una documentación sanitaria única. Cada medico, cada centro sanitario tiene guardada bajo llave la información del ciudadano, paciente o no paciente. Información que no se comparte.

Los recursos tecnológicos de comunicación actuales ya tenían que estar siendo utilizados en los últimos años de la década de los noventa del siglo pasado. La necia valía de los gestores de los recursos sanitarios y la necia valía de los gestores de la educación sanitaria, de profesionales y de ciudadanos, ha hecho que la "documentación sanitaria" sea aquella de finales de la década de los los cincuenta del siglo pasado, diseñada por "consultoras" USA interesadas en la división del trabajo sanitario y, con ello, el control del mercado sanitario. El fin de su asesoría era "secuestrar" el mercado de la enfermedad, como se hizo en el año 1947 en España y, con ello, tener asegurada la demanda que no seria otra que la ofertada por el Comercio USA. Para conseguirlo "engañaron a los políticos franquista se que con ello ganarían el aval internacional del régimen totalitario". Progresivamente se creó la cadena de consumo (y de producción de demanda al producir más enfermedades) con la asistencia en tres niveles: primario, secundario y terciario que, para coordinar su acción se completaba con los "centros de referencia nacional". A la vez se implantaba, se imponía la "educación médica segmentada, o por especialidades". En 1979 se dió por finalizada tan macabra actuación imponiendo el llamado MIR, INSTRUMENTO DE ALIENACIÓN MÉDICA.

El instrumento que regulaba tal cadena de producción tipo campo nazi, ha sido la denominada "revista científica médica que, basada en alimentar el ego del medico ignorante, era financiada y dirigida por le mercado médico USA.

Ahora están en la fase se ofimatizar los actos médicos bajo la careta de informática, a precio de "cristales de colores" y, con ello, confundir más aún los actos médicos.



El infierno de Lubitz, bajo el secreto profesional

El piloto que estrelló el avión de Germanwings visitó a 41 médicos en los últimos cinco años y sin embargo, no saltó ninguna alarma

El País, Milagros Pérez Oliva! 16-06-15



Cuantos más detalles se conocen sobre los pasos que Andreas Lubitz dio antes de decidir estrellar el avión que pilotaba contra una ladera de los Alpes, más sobrecogedor resulta todo. El piloto de Germanwings vivía desde hacía semanas en un infierno mental del que solo supo salir estrellando el avión con 150 pasajeros a bordo, 51 de ellos españoles. Había buscado desesperadamente ayuda médica, y cuando creyó que no la encontraría, buscó a través de Internet formas de suicidarse en solitario; finalmente optó por una inmolación asesina, pues era perfectamente consciente de lo que hacía. ¿Cómo es posible que dejara tantas señales del peligroso estado mental en que se encontraba y no se activara ninguna de las alarmas que hubieran podido evitar la tragedia?
Hasta 41 médicos habían sido visitados por Lubitz en los últimos cinco años, siete de ellos en las semanas finales, según ha revelado a las familias de las víctimas Bruce Robin, el fiscal de Marsella encargado del caso. Entre los médicos que le atendieron había tres psiquiatras, uno de los cuales llegó incluso a anotar “sospechas de psicosis amenazante”. La reconstrucción de su itinerario por las consultas médicas revela que estaba obsesionado con la idea de quedarse ciego. Decía que veía los objetos un 30% más oscuros de lo normal y le trastornaba la idea de que la pérdida de visión pudiera privarle de la licencia de piloto. Siempre había querido ser comandante de Lufthansa y eso podía ser un obstáculo insalvable.
En las últimas semanas había visitado al médico de cabecera y a tres otorrinos. Lubitz debió concluir que no tenía remedio, porque los registros de su ordenador muestran que en los días anteriores al fatídico vuelo entre Barcelona y Düsseldorf había estado consultando formas de suicidarse con cianuro o barbitúricos. Pero también debía temer las consecuencias de un intento fallido porque el día antes de estrellar el avión entró en la página del Colegio de Médicos de Hamburgo para consultar cómo actúan los médicos en el caso de pacientes tan dañados que no pueden expresarse.
La obsesión y el miedo explican que Lubitz ocultara a la compañía sus problemas, pero no explica por qué razón Germanwings pudo mantener en activo a un piloto que tenía síntomas de depresión desde mucho antes y que en los últimos tiempos había dejado múltiples rastros de su inestabilidad mental. ¿Nadie, entre sus compañeros y superiores, notó nada? ¿Las revisiones oficiales, no detectaron nada? ¿Y su familia, no intuyó el peligro?
El secreto profesional es sagrado y también el derecho a la intimidad de los pacientes, pero no deja de ser una paradoja que una sociedad tan exigente con la seguridad no tenga mecanismos para captar este tipo de señales y evitar males mayores y daños a terceros. Merece la pena reflexionar sobre ello. La cuestión planea ahora en forma de proceso por “homicidio involuntario” sobre la compañía aérea, pero también sobre el entorno de Lubitz, incluida su familia y los médicos que le atendieron. Lástima que todo eso se haya conocido demasiado tarde.










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