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23 dic 2013

Mejor es morir en la guerra que ver los males de nuestra gente y de los santos.

En recuerdo de aquellos que perteneciendo a la Familia, los tenemos en la Memoria.

ORACIÓN FÚNEBRE
que dijo el
R.P.M.F. RAFAEL DÍAZ
Por el Brigadier Salvador Díaz-Ordóñez

Melissa est non mori in bello, 
quan vidére mala gentis nostroe, et sanctorum.
(Marchaba. 1 Cap. 3, v, 59

Mejor es morir en la guerra,
que ver los males de
nuestra gente y de los santos.

Audtorio ilustre y sabio, nobles y virtuosos Asturianos que con este solemne y fúnebre aparato tratáis de honrar la tan diga como triste y dolorosa memoria de un General benemérito, a quien amaba mi corazón, ¿Es posible que entre tantos elocuentes y sabios oradores capaces de pronunciar un elogio que correspondiese al mérito del ilustre personaje, cuya muerte lloramos, halláis puesto los ojos  en quien no se halla capaz de tributarle otro obsequio que el de sus lágrimas y dolor? ¿Es posible que hayáis puesto los ojos en mi que jamás pronuncié una oración fúnebre; en mi que jamás pronuncié una oración fúnebre; en mi que apenas tuve lugar para escribir atropelladamente y sin orden este desaliñado discurso?  ¡Ah! Plugiese a Dios que hubiérais buscado quien desempeñase a vuestra satisfacción tan delicado asuntó! ¡Plugiera al cielo que predicara las horas de este héroe desgrAciado otro que no lo amase tan tiernamente como yo lo amaba! A lo menos el dolor y la compasión no le impedirían manejar con libertad la pluma; y le permitirían hablar  con más desahogo que lo puedo hacer yo al presente.

Más ya que así se dispuso; ya que yo no me pude negar a una insinuación tan poderosa para mi; ya que mi amor para con nuestro héroe, y mi deseo de complacer a su ilustre viuda; y en fin, ya que mis sentimientos siempre inalterables en la más decidida adhesión a la justa causa, me han puesto en este compromiso, de vuestra prudencia espero, ó sabios e ilustres oyentes, que disimularéis todas las faltas  de una oración que no es posible haya salido como yo deseaba. Vosotros pues, nobles y leales Asturianos, por cuyas venas corre sin mancilla la sangre de vuestros virtuosos progenitores, en cuyo entendimiento brilla la antorcha de la fe; cuyo corazón aún abrigarlos sentimientos de virtud, de honor, de humanidad, que gravó en vosotros la naturaleza, y borró en tantos otros la más impía, hipócrita y feroz de las facciones, venid y colocados al pié de este catafalco, aprender una de las más amargas y dolorosas lecciones que nos ha dado la revolución. La memoria de un héroe cristiano, de un militar valiente, de un noble Asturiano, siempre leal, siempre honrado; constante en las mayores adversidades, generoso en sacrificar en obsequio de la justa causa cuanto tenía y podía tener, siempre fiel a su Dios, a su Religión, a su Soberano; enemigo implacable de la rebelión; juez inflexible para con los rebeldes; acérrimo perseguidor  de una secta enemiga de Dios, enemiga de los Tronos, enemiga del reposo y la tranquilidad de los pueblos; la memoria, repito, de un General tan benemérito, y el triste recuerdo de su desgraciada suerte, nos obliga a entrar en este templo en donde el agradecimiento, y la ternura de la Religión y de la Patria le tributan los más justos  homenajes de su amargo y dolor y las alabanzas debidas a sus virtudes.

No podemos negar que en este pueblo recibió los mayores ultrajes, las más sensibles afrentas y los más atroces tratamientos. Pero Oviedo, esclava entonces de unos monstruos que la oprimían e insultaban , no era esta Oviedo religiosa y verdaderamente libre que hoy desahoga en obsequio de este héroe ilustre los más puros sentimientos de su gratitud, de su ternura, de su amargo dolor, sentimientos que en aquella época tenía represados la más feroz tiranía. Así que, siendo yo hoy el intérprete de tan nobles y generosos sentimientos, deseó contribuir en cuanto pueda á honrar la digna y dulce memoria del que en el día  es el objeto de todo mi dolor. No creo que el afecto que profeso a este generoso Asturiano me cegará tanto que llegue a atribuirle  virtudes que no haya tenido ni a quemar al rededor de este catafalco el incienso de una tan vil, como infructuosa adulación. No por cierto. Este abuso estaba reservado para los secuaces de aquella secta que siendo enemiga de la Religión, se valía de la Religión misma para canonizar los vicios más infames, y para santificar la rebelión y todos los delitos... Pero ahora sólo veo aquí adoradores del Dios verdadero; vasallos fieles a sus Soberanos, almas religiosas  que vienen a honrar el verdadero heroísmo, y a tributar los obsequios más justos a la verdadera virtud. Este mismo fin me propongo

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