Usos y abusos de la historia
Los políticos deforman a menudo la historia para adaptarla a sus propios fines
Hay que evitar buscar los hechos más convenientes para apoyar las ideas de los gobernantes
JULIÁN CASANOVA 11 DIC 2013
La historia es una disciplina compleja y los historiadores un grupo diverso, que toman diferentes caminos y enfoques para aproximarse al material investigado y que pueden interpretar los acontecimientos del pasado, siempre a través de las fuentes disponibles, de forma diferente.
Una cosa, sin embargo, son los análisis y narraciones sobre la historia y otra muy diferente los usos y abusos que se hacen de ella. Las conmemoraciones históricas pagadas por las instituciones políticas suelen ser buenas pruebas de cómo puede utilizarse el pasado para justificar el presente. Los políticos lo hacen a menudo: deforman la historia para adaptarla a sus propios fines. Y lo pueden hacer escogiendo mitos o lugares comunes que explican sus argumentos o distorsionando las pruebas para llegar al fin deseado.
Esa tensión entre la investigación histórica y sus usos políticos ha salido claramente a la luz con toda la polémica sobre el simposio “España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014)”, organizado por el Centro de Historia de Cataluña, dependiente del Departamento de Presidencia de la Generalitat. Pese a lo bonita que puede resultar la celebración, no hay un hilo conductor que una aquel pasado de 1714 con el presente, como si la historia de España de los siglos XVIII, XIX y XX hubiera sido una lucha continua de España contra Cataluña y del “pueblo” catalán contra España para mantener sus libertades.
La historia proporciona abundantes ejemplos de lo contrario y si ampliamos el enfoque a una historia social, y no solo política e institucional, donde los obreros y campesinos, clases trabajadoras en general, se constituyen en el principal sujeto histórico, el objeto de estudio “España contra Cataluña” constituye una clara simplificación. Una historia que deje de concentrarse en las vidas y acciones de los dirigentes y preste atención, por el contrario, a amplios segmentos de la población y a las condiciones bajo las que vivían, que desplace el foco de interés desde las élites a las vidas, actividades y experiencias de la mayoría de la población, proporcionaría resultados distintos. No creo, por ejemplo, que la historia del anarquismo, tan presente en la Cataluña contemporánea, sus conflictos, luchas de clases y violencia, las ejecuciones en Montjuic, la organización de grupos de pistoleros por parte de la patronal, el terrorismo anarquista o el anticlericalismo, pueda interpretarse como una historia de España contra Cataluña.
Las declaraciones interesadas sobre la historia, ampliamente difundidas y manipuladas por medios de comunicación de diferente signo, contribuyen a articular una memoria popular sobre determinados hechos del pasado, hitos de la historia, que tiene poco que ver con el estudio cuidadoso de las pruebas disponibles.
Los historiadores debemos contribuir al debate, a la cultura y a la revisión y reconstrucción del pensamiento político y social. Debemos defender el análisis histórico como una herramienta crítica para sacar a la luz las partes ocultas del pasado, lo que otros no quieren recordar. Y aunque el conocimiento del pasado está limitado por las disputas entre historiadores, por los diferentes puntos de vista, por la tensión entre subjetividad y objetividad, lo que debe siempre evitarse es buscar los hechos más convenientes para apoyar las ideas favoritas de los gobernantes. Algo difícil de evitar cuando todo eso se hace y se organiza desde instituciones públicas orientadas por el poder político de turno, en vez desde congresos científicos independientes de ese poder.
Promover una buena educación sobre la historia parece a muchos irrelevante, pero, mientras tanto, las celebraciones oficiales siguen alimentando relatos míticos, simplificados, para consumo popular, a mayor gloria del poder. Por eso solo generan polémicas y fuertes disputas políticas y mediáticas los congresos de historiadores donde está en juego un relato en el que el pasado se hace presente, aunque solo en las partes que cumplen la función deseada. El resto de los congresos, como sabemos muy bien los historiadores, pasan, afortunadamente, visto lo visto, desapercibidos.
Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza
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