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1 dic 2013

Cuando la mujer que nació a Augusto Pérez murió en sus manos.

Cuando la mujer que nació a Augusto Pérez murió en sus manos

El médico llanerense se especializó en neurocirugía para estudiar la causa de la muerte de su madre - La inquietud de hacer y de aprender

01.12.2013 | 02:49
Marina y José Manuel, padres de Augusto Díaz-Ordóñez, en los años 30.

El neurocirujano Augusto Pérez García (Augusto Díaz-Ordóñez García) recuerda a su madre, Marina, porque su muerte, que tuvo que atender de urgencia y como médico en la residencia Covadonga de Oviedo, cambió su carrera profesional. Marina García fue una gran influencia en la vida de este médico que considera que sigue viva.
El acontecimiento más singular de la vida es nacer. No sucede cuando te han parido sino al hacerte consciente del nacimiento. Antes de cumplir 5 años Augusto Díaz-Ordóñez García oyó a su madre decir:
-Augusto, hijo, tú nunca naciste, te nací yo.
Marina era una mujer consciente, seria, que medía cada palabra. Augusto nunca vio en su madre jugar. A su rigor expresivo añadía un uso muy consciente del lenguaje no verbal.
-Augusto, cuando hables utiliza las manos. Una misma frase no significa lo mismo según cómo uses las manos.
Marina se diferenciaba poco de Dolores, su madre, "Mami" para todos. Cuando Augusto marchó a estudiar a la Universidad, a Madrid, "Mami" -de pie frente a él- le puso su mano derecha en el hombro izquierdo y dijo:
-Lo único que te pido es que no me vengas hablando en "politejo".
Dolores era de 1874 y había visto llegar a Llanera a todos los políticos a dar discursos y no le gustaba que se hablara sin decir nada.
Eran una familia campesina con casería. Casa de dos plantas para los padres, los dos hijos, la abuela y un primo, Paco, que era como un hermano más. Docena y media de vacas, árboles frutales, huerta, maizal y panera en Lugo de Llanera. A Augusto le gustaría ser lughón, celta, adorador del dios de la luz.
Augusto tiene conciencia de que su madre le hablaba de que le había nacido pero ese recuerdo se le diluye. No así el otro gran momento, la muerte, la muerte del otro. Su madre se le murió por una parada cardior-respiratoria a las dos menos cuarto de la tarde del 26 de enero de 1976, en los brazos: ella en el suelo, él de rodillas, metiéndole un tubo en la garganta. Había nacido en 1918 y Augusto nunca calcula qué edad tenía al morir para no entrar en valoraciones de si era joven o vieja. Además, no ha muerto todavía.
El 23 de diciembre había sido operada de un tumor cerebral y estaba ingresada en la Residencia Sanitaria Nuestra Señora de Covadonga, cuarta planta oeste, habitación 36, cama B.
Augusto había ido a verla, como todos los días, desde el Hospital General, donde trabajaba en Medicina Interna. Tenía 27 años, estaba casado desde el 11 de abril de 1971 contra Francisca, zamorana ("siempre me gustaron los retos grandes", decía) y tenían una hija de 2 años. Acababa de terminar el servicio militar y de enterarse de que era cabo segundo fusilero. No se lo habían dicho hasta entonces, no había recibido formación para ello, no le habían preguntado si quería serlo...
Nunca le preguntaban nada. Ni el nombre.
Había sido bautizado como Augusto Díaz-Ordóñez García pero 10 años después su padre -que era hijo natural- se desnaturalizó. Renunció a los apellidos paternos porque se llevaba mal con su progenitor por diferencias políticas. El niño pasó a llamase Augusto Pérez García. (En 2010, su hermana Madeleine querría recuperar el apellido y tras ella, todos, incluido su padre. Después de toda una vida profesional siendo Pérez García pasaría a ser de nuevo Díaz-Ordóñez García).
Tampoco le preguntaron sobre su carrera. Su madre siempre pensó que estudiaría Medicina. Pero no se lo dijo. Era un buen estudiante porque le gustaba el conocimiento.
José Manuel, su padre, autoritario, cariñoso y despreocupado por todo lo que fuera poder económico y representación social, jamás le había permitido estudiar cuando llegaba de clase por las tardes.
-Eso ye una tontería..., vienes cansau, ¡qué coño vas a estudiar! Juega, aséate, cena y acuéstate.
Cada día, a las 5 y media de la mañana, le ponía en pie, le mandaba que estudiase entonces, porque estaba fresco y podía rendir mucho y le imponía que leyese la lección que fuera a dar esa mañana. Ese sistema de estudio se lo habían impuesto a José Manuel su padre y el cura de Villardeveyo, que estaba empeñado en que estudiase latín.
La tarde de junio que llegó con las notas de preuniversitario su madre estaba en el prado, sentada en un sillón trenzado.
-Mamá, aprobé.
-Ah, bien. Llamó tu hermana, que cuándo vas a ir a matricularte.
Así se enteró de que iba a estudiar en Madrid, donde su hermana estaba casada.
-Tu padre dejó dinero en un sobre para que te matricules.
Al día siguiente tomó el autobús de las 8 menos 24 de la mañana del cruce nuevo a la calle San Francisco de Oviedo, para matricularse en la Universidad. Cogió una peseta.
-Cara, Físicas; cruz, Medicina.
Salió cara.
Empezó sus estudios en la Facultad de Ciencias Físicas de la Universidad Complutense de Madrid, aunque su madre, su hermana y su cuñado pensaban que estaba haciendo Medicina. Al cabo de un tiempo, decidió hacer las dos carreras, algo prohibido en el mismo distrito universitario, no en Salamanca, porque estaba la Pontificia. Acabó las dos carreras en Barcelona, aunque dejó una asignatura de Físicas para seguir teniendo prórrogas a la incorporación a la mili y no servir a Franco, algo que consensuó con su padre. La física y las matemáticas organizaron su cabeza de médico de otra manera.
Enero de 1976 fue gris. Su madre no iba bien después de la operación. El día 26, cuando abrió la puerta de la habitación, la encontró en la cama con problemas respiratorios. Llamó a la enfermera, gritó que estaba en parada, se tiró encima de su madre y empezó a hacerle masaje cardiaco.
Murió por hipertensión intracraneal, consecuencia de la hinchazón que produjo la cirugía.
Después de enterrar a su madre Augusto quiso estudiar la hipertensión intracraneal. Entró en el servicio de neurocirugía para aprender lo básico en un mes. En esos treinta días se dio cuenta de que había mucha tarea. Pidió hacer la especialidad de neurocirugía. José Sanchís le dijo que lo pensara. Y lo consideró porque estimaba mucho su opinión, pero se formó durante cinco años en el hospital y la complementó fuera.
Sigue teniendo una buena relación con su madre. En su blog le copió la lauda de Gontrondo Petri: "Oh muerte, sobrado justa, que a nadie sabes perdonar...".

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