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27 oct 2012

Augusto, otro salto de piedra en su vadear el río de su vida.



Hace unos días me dijo que había venido el señor ese que conocía yo. Si, aquel que había venido con su mujer refiriendo de mi... Estaba como ido y, a penas entró, se marchó, como si no saber entrar o no.
Al día siguiente lo entró tras de mi al Café. Me miró y, con lágrimas en los ojos, moviendo la cabeza a uno y otro lado, me dijo: perdona, perdona. Por favor, no me hagas eso. De veras lo siento.
¿Me puedo sentar?. Tengo necesidad de hablar contigo. Hace tiempo que deseo hablar contigo.

No. Tú no existes Augusto. Eres ficción. Eres un personaje creado por tu madre para serle útil. Te creó para comer. Tu madre era una negra, de esas que contratan los escritores para rellenar páginas. Una vez que le pagaron te abandonó a tu suerte.
Solo existes en la ficción de los juzgados, zarandeado por jueces, abogados, esposa e hijos corruptos, humus social. Ahora, les eres un estorbo y te están borrando, matando. La ficción de tú vida, como en toda novela, ha de terminar. Y, o te suicidas o te matan. Y, quemaran tu cuerpo para  que no se pueda rastrear que tus hijos no son tus hijos. Y que tu esposa, también es una negra que ha creado una ficción con su vida que no es marca o separación de la que tú madre creó con tu vida.

Te dije en varias ocasiones que te leyeras Niebla, Abel Sánchez y Del sentimiento trágico de la vida, de Miguel de Unamuno. Bueno, de un padre de ficción.

Mira, toma esta nota bibliográfica de Niebla, donde yo, Augusto Pérez, trato de convertirme en ser real y no de ficción. Si, mi madre no utilizó nunca hizo de negra. Con mi padre José Manuel, escribieron con cincel sobre piedra ígnea, la maravillosa historia de una familia de personas Cognoscentes. ¡Que genes ígneos han manipulado!.

"¡Como, luego existo!. No cabe duda alguna. Edo, ergo sum!

"Pienso, luego soy -se decía Augusto, añadiéndose-:Todo lo que piensa es y todo lo que es piensa. Si, todo lo que es piensa. Soy, luego pienso."
Al pronto no sentía ganas ningunas de cenar, y no más que por hábito y por acceder a los ruegos de sus fieles sirvientes pidió le sirviesen un par de huevos pasados por agua, y nada más, una cosa ligerita. Más a medida que iba comiéndoselos abríasele un extraño apetito, una rabia de comer más y más. Y pidió otros dos huevos, y después un bisté que.
Así,así -le decía Ludivina- coma usted; eso debe de ser debilidad y no más. El  que no come se muere.
Y el que come, también, Liduvina - observó tristemente Augusto.
Sí, pero no de hambre.
¿Y qué más da morirse de hambre que de otra enfermedad cualquiera?
Y luego pensó: "Pero ¡no, no!, yo no puedo morirme; solo se muere el que está vivo, el que existe, y yo no existo, no puedo morirme...soy inmortal! No hay inmortalidad como la de aquello que, cual yo, no ha nacido y no existe. Un ente de ficción es una idea, y una idea es siempre inmortal..."
¡Soy inmortal!, ¡soy inmortal!-exclamó Augusto.

-¡Ay, Domingo -contestó Augusto con voz de fantasma-, no lo puedo remediar; siento un terror loco a acostarme!...
-Pues no se acueste.
-No,no,es preciso; no puedo tenerme en pie".


Augusto, por primera vez te llamo así, porque veo próxima tu muerte. Yo no perdono. Yo no soy tu creador, no soy creador, soy racional. Lucho con espada corta, procurando que mis pasos sean hacia el frente, firmes y mirando a los ojos. Soy lughon. Y, eso, tú no sabes lo que significa. Tu creadora no te ha dotado de esa propiedad, porque no la conocía. Seguro que si la hubiera conocida te hubiera dotado de ella.

En todo caso yo te doto del conocimiento: seguro que vivirás en mi después de muerto. Yo nunca acabaré contigo. Impediré que tus hijos, tu esposa y aquellos que han utilizado, te olviden. Mi padre me dijo que te olvidara, que te matara como lo he hecho con otros personajes de ficción creados en lo que llevo de vida. Le dije, que no lo haría nunca. Y no lo haré yo ni aquellas que de mi vienen.

Bueno, tengo que desayunar. Adiós. Ven otro día y hablaremos con tranquilidad para dar tranquilidad, paz dicen, a tu muerte.

Abrí el texto de D. Vicente Sánchez-Ocaña,  "un día con Unamuno". Os lo recomiendo.

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