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22 jul 2013

Apocalipsis.


Y se me dio una caña semejante a una vara y se me dijo: "Levántate y mide el santuario de Dios y el altar y a los que en él adoran. El atrio exterior del templo déjalo aparte y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles. Y pisotearán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses.

Y encargaré a mis dos testigos que profeticen durante mil doscientos sesenta días, vestidos de tela burda. Estos son los dos olivos y los dos candelabros que están puestos ante el Señor de la tierra.

Si alguno los quiere dañar, sale fuego de la boca de ellos y devora a sus enemigos. Y si alguno quisiera dañarlos, tendrá que morir así. Estos tienen tienen el poder de cerrar el cielo para que no caiga lluvia durante los días durante los días de su ministerio profético, y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre y para herir la tierra con cualquier plaga cuantas veces quieran.

Cuando acaben su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, y los vencerá, y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza  de la gran ciudad que simbólicamente se llama Sodoma y Egipto, donde también su Señor fue crucificado.

Y gentes de los pueblos u tribus y lenguas y naciones contemplan sus cadáveres por tres días y medio, y no permiten colocar sus cuerpos en un sepulcro. Y los habitantes de la tierra se alegran por ello y se regocijan y se enviarán mútilos regalos , porque estos dos profetas atormentaron a los moradores de la tierra. Y después de los tres días y medio un espíritu de vida procedente de Dios penetró en ellos y se pusieron en pié, y un gran temor cayó sobre quienes los contemplaban. Y oyeron una gran voz del cielo que les decía:"subid acá". En aquella hora se produjo un gran terremoto; se derrumbó la décima parte de la ciudad, y murieron por el terremoto siete mil personas; y las demás quedaron aterrados y dieron gloria al Dios del cielo.

El segundo ¡ay! Ya pasó. El tercer ¡ay! Viene enseguida.

Nota.- El hecho de medir es definir qué partes del templo deben quedar intocables, jamás profanadas. Aquellas partes que son reservadas a Dios. El atrio exterior al templo, ha sido entregado a los gentiles.

Sólo el pueblo elegido podrá entrar en el templo medido con la vara y la cuerda que al profeta le entregó Dios. Pueblo, o Familia, Sangre de su Sangre.

Quien ha osado profanar sus cenizas, el recinto sagrado, o templo de Dios, vivirá en la angustia que da la pena del momento que llegue la condena que comienza por sus descendientes, maldichos eternamente. Y, su palabra no la entenderán. No tendrán dolor, sino sufrimiento del único recuerdo: ¡haber nacido para ser vida de envidia y sufrimiento por haberlo sido!

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