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9 jul 2013

Del inconveniente de haber nacido.


El 25 de julio, a las 14 horas, del año 2012  se firmó por forense la muerte de José Manuel, mi padre. Lo ha sido por forense ya que no murió sino que se mató como consecuencia de una agresión, cuyas circunstancias están silenciadas.

Me recuerda la obra de Cioran. No es morir un inconveniente, el inconveniente es haber nacido. 

Padre, has nacido y no podrás morir hasta no saber que has muerto. El inconveniente es haber nacido una familia. No es inconveniente el no haber nacido. Si alguien muere es por no haber nacido. 


Del inconveniente haber nacido, de Cioran, tomo la reflexión que transcribo. 



Tres de la mañana. Percibo este segundo, después este otro; hago el balance de cada minuto.
¿A qué viene todo esto? A que he nacido.
De cierto tipo de vigilias viene la inculpación del nacimiento.
***
«Desde que estoy en el mundo», ese desde me parece cargado de un significado tan espantoso, que se torna insoportable.
***
Hay un conocimiento que quita peso y alcance a lo que uno hace; hasta el extremo él todo carece de fundamento, salvo él mismo. Puro, hasta el extremo, de abominar incluso de la idea de objeto, expresa esa suma sabiduría según la cual es la misma cosa cometer o no cometer un acto, implicando, al mismo tiempo, una satisfacción también extrema: la de poder repetirse en cada momento que nada de cuanto se haga merece la pena, que nada está realzado por ningún signo sustan- cial, que la «realidad» se inscribe en el dominio de la insensatez. Un conocimiento de esa clase merecería ser llamado póstumo, ya que se presenta como si el conocedor estuviera viva y no vivo, y no como si fuera ser y reminiscencia de ser. «Es cosa pasada», dice de todo lo que ejecuta en el instante mismo de la acción que, de esa manera, queda para siempre desprovista de presente.

No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del naci- miento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento.
Nos repugna, es verdad, considerar al nacimiento una calamidad: ¿acaso no nos han inculcado que se trata del supremo bien y que lo peor se sitúa al final, y no al principio, de nuestra carrera? Sin embar- go, el mal, el verdadero mal, está detrás, y no delante de nosotros. Lo que a Cristo se le escapó, Buda lo ha comprendido: «Si tres cosas no existieran en el mundo, oh discípulos, lo Perfecto no aparecería en el mundo...» Y antes que la vejez y que la muerte, sitúa el nacimiento, fuente de todas las desgracias y de todos los desastres.

Se puede soportar cualquier verdad, por muy destructiva que sea, a condición de que sea total, que lleve en sí tanta vitalidad como la esperanza a la que ha sustituido.

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