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11 jul 2013

La luz cegadora de Dios hizo caer del caballo a Pablo

La luz cegadora de Dios hizo caer del caballo a Pablo, el gran enemigo de los cristianos.

Y, hago la lectura que sigue:


Pablo por su condición de ciudadano romano, fue decapitado y degollado: Llegados al sitio en que Pablo iba a ser decapitado, el apóstol se volvió hacía oriente, elevó sus manos al cielo y llorando de emoción oró en su propio idioma y dio gracias a Dios durante un largo rato; luego se despidió de los cristianos que estaban presentes, se arrodilló con ambas rodillas en el suelo, se vendó los ojos con un velo, que caminando hacía el lugar del suplicio, pidió a una mujer llamada Plautila, que le prestase su velo para que el verdugo le tapase los ojos. Colocó su cuello sobre el tajo, e inmediatamente, en esa postura, fue decapitado; mas en el mismo instante en que su cabeza salía despedida del tronco, su boca, con una voz enteramente clara, pronunció esta invocación tantas veces repetida dulcemente por él a lo largo de su vida:“¡Jesucristo¡”.En cuanto el hacha cayó sobre el cuello del mártir, según cuenta una leyenda, de la herida brotó primeramente un abundante chorro de leche que fue a estrellarse contra las ropas del verdugo; luego comenzó a fluir sangre y a impregnarse el ambiente de un olor muy agradable que emanaba del cuerpo del mártir y, mientras tanto, en el aire brilló una luz intensísima.

El verdugo y otros dos soldados se convirtieron a la vista de aquella maravilla.

También es tradición antigua que, en el lugar donde se ejecutó la sentencia, brotaron tres fuentes, que se conservan corrientes hasta el día de hoy. Sobre sus respectivos lugares de martirio se alzaron discretos memoriales en recuerdo de los dos apóstoles, memoriales que, cuando Constantino dio libertad a la Iglesia, mediante el Edicto de Milán en el 313, se convirtieron en sendas basílicas, las cuales han llegado hasta nuestro tiempo, tras sucesivas modificaciones, en los actuales templos del Vaticano y de San Pablo Extramuros. 

Cuando conoció que la hora de su muerte se acercaba, invitó a los suyos a participar en el gozo que esa noticia le produjo, diciéndoles: “Alegraos conmigo y felicitadme”. No sólo soporto con paciencia de las desazones e injusticias que tuvo que padecer a consecuencia de sus predicaciones, sino que las deseaba y las acogía con mayor satisfacción que si lo colmaran de aplausos y honores. Su deseo de morir era más fuerte que el de vivir. Prefirió la pobreza a la opulencia, y el trabajo al descanso. Tendió a la austeridad con vehemencia mayor que la que La muerte del Apóstol Pablo

otros ponen en la persecución de los placeres. Puso más empeño en servir a sus enemigos y en orar por ellos, que otras personas ponen en maldecir a los suyos.

Lo único que le preocupaba y realmente le horrorizaba era la mera idea de que pudiese ofender a Dios; ni alimentó otro deseo que el de agradarle siempre y en todo. No necesito afirmar que le tenían sin cuidado los bienes de la vida presente, e incluso los de la futura.

Mediante un rapto místico, Dios llevó a Pablo al paraíso y lo hizo llegar hasta el tercer cielo; y con razón, porque la vida que este apóstol llevaba en la tierra más se asemejaba a la de los ángeles que a la de los hombres, puesto que, aunque se hallara todavía amarrado a su cuerpo visible, procedía en todo la perfección de las criaturas angélicas; y a pensar de estar sometido
a las limitaciones propias de su naturaleza carnal luchaba contra las dificultades de tal manera
que en nada se mostraba inferior a los espíritus celestiales de más alto rango. En efecto, como si tuviese alas, volaba y recorría el mundo entero enseñando la verdad, despreocupado de las fatigas corporales y de los peligros que le rodeaban; cual si ya viviese en el cielo, despreciaba las cosas terrenas y se dedicaba única, exclusivamente y siempre a los asuntos espirituales, como si morase entre las criaturas incorpóreas del paraíso. Desde que el mundo existe las naciones han tenido un guarda encargado de protegerlas, pero ninguno de ellos ha ejercido su oficio con tanta solicitud como Pablo ejerció el suyo, es decir, el de custodio de todo el orbe. Lo mismo que un padre soporta con inagotable paciencia los arrebatos de un hijo aquejado de frenesí y cuantos más golpes de él recibe más deplora la desgracia que pesa sobre su hijo y mayor es la compasión que siente hacia él, Pablo prodigó exquisitos cuidados y distinguió con su generosidad y piedad a los que más le ultrajaban y maltrataban.

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