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7 sept 2014

La república de la VERDAD


Téngase en cuenta el concepto de VIRTUD del pensamiento griego.

Tras escuchar lo escuchado ayer y ya anotado en este diario, me revuelvo con la nota de este libro, para iniciarse quien aún no lo ha hecho ante tal ignominia de la "casta de indeseables que visten piel de políticos". Me atrevo a decir, no se siga desvirtuando la administración de lo común, o Política, por parte de los idiotas, o administradores de la parte, o inmediato.


LA REPÚBLICA DE LA VIRTUD 
Joaquín Miras Albarrán *

“...l ́essence de la république ou de la démocratie est l ́égalité...”
Robespierre 

DECLARACIÓN DE INTENCIONES
Durante las dos últimas décadas la derecha ha tratado de refutar el discurso historiográfico que data el origen de la democracia contemporánea en la Revolución francesa para poder apoderase también de esta palabra.Para ello ha dado publicidad a los Htrabajos de autores contrarios a la Revolución, desde Burke a las elaboraciones de algunos partidarios de la posmodernidad, cuya intención era la cancelación de todos los relatos revolucionarios. En esta maniobra la obra de Furet desempeñó un papel primordial por su compromiso militante con este objetivo. Este autor volvió a ser relanzado desde Francia, por su eficacia ideológica, durante la celebración del bicentenario de la Revolución, por intervención personalísima del entonces presidente socialdemócrata Mitterand, quien puso en manos de Furet los medios para sortear a la dirección oficial (Vovelle), y convirtió así el bicentenario en una plataforma al servicio de la revisión historiográfica.

Estos intentos se vieron favorecidos por el corsé intelectual impuesto por el movimiento obrero a las investigaciones sobre la Revolución, ya desde la época de la Segunda Internacional, y que fue continuado por el estalinismo.
Esta corriente impuso una interpretación según la cual la Revolución francesa había sido una revolución burguesa, en la que las masas populares habían carecido de capacidad para elaborar un proyecto político propio, o, en los casos documentados de autonomía, habían desempeñado un papel contrario a la “marcha de la historia”.
Con todo, siempre ha existido un proyecto historiográfico y pro revolucionario distinto, que ha puesto de manifiesto el protagonismo de las masas populares, urbanas y rurales, en la historia del siglo XVlll y en la Revolución francesa. Dentro de esa otra corriente, resulta fundamental la obra de A. Mathiez aún hoy en día. Este gran historiador filo revolucionario demostró que la Revolución francesa no había sido una revolución burguesa, sino una revolución democrático popular en la que se había abierto un terrible proceso de lucha de clases entre la burguesía emergente, por una parte y el bloque popular constituido por la sans culotterie y el campesinado, por la otra. Además, en un trabajo ingente, rescató la figura de Robespierre, que había sido infamado y calumniado, y le restituyó ante la historia su talla moral, su capacidad intelectual y su creatividad política revolucionaria. Gracias a Mathiez, y a la escuela de investigadores por él creada, hemos podido conocer la importancia fundamental del papel que desempeñó Robespierre durante todo el proceso revolucionario.
Además, durante la segunda mitad del siglo XX, G. Rudé y E. P. Thompson desarrollaron sendas obras que transformarían la historiografía de izquierdas, y que poseen particular importancia para el asunto que nos ocupa. Tampoco se puede olvidar la aportación historiográfica de G. Lefebvre y A. Soboul, quienes están entre los que se hicieron violencia y adoptaron la interpretación canónica del movimiento obrero, pero descubrieron y estudiaron la “autonomía” del movimiento campesino y sans culotte durante la Revolución. Por último hay que destacar la fundamental importancia de la generación hoy madura de estudiosos sobre la Revolución francesa, entre los que destaca con luz propia Florence Gauthier, y también Françoise Brunel y otros, o de los agudos estudios sobre Robespierre de G. Labica y de H. Guillemin.

El autor de esta ponencia se comprende dentro de esta otra corriente. La ponencia contribuye a establecer que en el transcurso de la Revolución francesa, los de abajo, el demos, a partir de sus capacidades de control sobre la realidad material, de la experiencia de luchas anteriores y de la generada por el acontecer de la propia revolución, se apropian creativamente el legado político clásico y organizan un proyecto político original a la altura de los problemas de su tiempo: la democracia jacobina.

CÓMO PUDO LLEGAR A CONSTITUIRSE ESE PODER DEMOCRÁTICO MASIVO

La mejor respuesta a las infundadas y especiosas revisiones, que presentan la Revolución como resultado de la voluntad de elites intelectuales minoritarias y brutales, es analizar cuáles fueron las condiciones de posibilidad que permitieron que los individuos del “cuarto estado” se constituyeran en movimiento político masivo, estable y micro fundamentado, independiente del “tercer estado”, y optaran por la democracia.

En una primera aproximación, podemos destacar la vincula- ción entre las masas y la intelectualidad, la cual asume verdade- ramente un papel orgánico: elaborar ideas a partir de las expe- riencias de lucha del movimiento de masas y de los interrogan- tes que los acontecimientos suscitaban en la ciudadanía de- mocrática, y proponerlas, en pública deliberación, a la conside- ración del pueblo. En la Francia del siglo XVlll se ha desarrolla- do una original y única apropiación de la Ilustración en defensa de los intereses de los de abajo, al menos desde la tercera gene- ración ilustrada –Mably, Morelli, Rousseau ...-.
Pero, por detrás de todo esto, para que un movimiento pueda llegar a organizarse establemente como tal, y además, para que éste pueda desarrollarse intelectualmente, desde su experiencia, hasta constituirse en una fuerza política o movimiento dotado de proyecto político autónomo, se necesita que exista, como condi- ción de posibilidad de ese movimiento político de masas y en él mismo, el dominio de la realidad material que le concede la capacidad factual, en potencia –dynamis-, de organizar una alternativa de sociedad.

Este es el ámbito ontológicamente primario de la democracia, cuya radicalidad depende de la potencia de aquel movimiento.

LAS CONDICIONES GENÉTICAS: LA ECONOMÍA MORAL DE LA MULTITUD

La sociedad europea que precede a la Revolución era una sociedad fundamentalmente feudal y mayoritariamente agraria. La actividad económica era desarrollada por pequeños productores directos que poseían los saberes técnicos que ordenan la producción, y que se organizaban conforme a sus propias tradiciones en gremios artesanos y en comunidades, tanto rurales como urba- nas. Este mundo gobernaba sus propias culturas materiales mediante un potente entramado societario autoorganizado, desde el que se elaboraban los usos y costumbres que articulaban sus formas de vida y su actividad, y era sometido a exacción por las aristocracias señoriales protegidas por el Estado absolutista.
Estas culturas poseían gran autonomía, y una fuerte dinamicidad y capacidad de evolución. Ni las comunidades organizadas, ni las sociedades de las que dependen, ni las costumbres que las organizan son “Naturales”. Las relaciones mercantiles se encontraban sumamente desarrolladas.

Desde comienzos de siglo XVlll se produjo en Europa un auge de los precios agrarios, en particular, de los cereales. Se elevó también la renta de la tierra. Señores feudales y grandes campesinos, según sus estilos, aumentaron su presión sobre la principal fuente de producción e ingresos: la tierra. A mediados del siglo XVlll se desató en Europa la carrera por el cercado o cierro de tierras, para la apropiación y la explotación particular de las mismas –arriendos u organización de la explotación-. Por primera vez los terrenos comunales se vieron en peligro. En Francia el desarrollo de una nueva realidad económica incluyó a la aristocracia, cuyos señoríos fueron entregados en arriendo –métayage- a grandes campesinos –gros fermier-, los cuales a su vez subarrendaban a los explotadores directos de las tierras.

Esto recrudeció la conflictividad social. En torno a 1740 se puede comenzar a hablar de protocapitalismo.

La nueva situación movilizó a las comunidades rurales y urbanas e hizo que desde sus culturas desarrollasen nuevas estrategias de lucha frente a la novedosa agresión del bloque feudal capitalista contra los derechos, usos, y costumbres de las culturas de los productores.

A esta renovación de las culturas comunitarias, de sus usos y costumbres, de sus formas de reivindicación y lucha, con el fin de adaptarse a la nueva conflictividad desarrollada por los poderosos, que se desarrolla durante el siglo XVlll, se le denomina “Economía Moral de la Multitud”. La economía moral se denomina “de la multitud” y no “campesina”, porque las masas organizadas en lucha contra la nueva agresión proceden tanto de las comunidades ciudadanas como de las comunas rurales, que estaban compuestas a su vez tanto de campesinos como de hombres de los oficios y artes mecánicas .

Las comunidades perdían el dominio de las tierras y bosques comunales, cercadas por campesinos poderosos y señores feudales, así como los usos marginales de las tierras privadas – espigueo, roza...-, y el derecho de imponer a los propietarios privados el cultivo más conveniente para la comunidad, y veían desaparecer de sus mercados los bienes agrícolas de primera necesidad: los víveres, o “existencias” –denrées-, que garantizaban la existencia de los pobres y de los trabajadores: el “secreto de la acumulación originaria del capital”.

El conflicto se desarrolló sobre tres objetivos: la defensa de los bienes comunales, el control público de los derechos de pro- piedad privada y el control público de las relaciones comerciales -controles públicos de las actividades de los particulares-.
Las comunidades defendieron siempre los bienes comunales y trataron de extender el carácter de bien comunal a recursos depredados por la nueva economía y que hasta entonces no habían merecido el interés de las comunidades por parecer inagotables.

Pero la conflictividad social más extendida adquirió un carácter de defensa del consumo, y el objetivo era el control de los comestibles y de sus precios.

Para impedir el monopolio y el acaparamiento de los bienes de primera necesidad por parte de los grandes propieta- rios o por los grandes comerciantes, se defendió el control público sobre la comercialización en el mercado de los bienes de primera necesidad, "subsistencias" o "víveres". Estos, en primer lugar, debían ser vendidos públicamente en el mercado de la comarca. Estaba prohibido realizar la venta a domicilio, de espaldas a la comunidad -publicidad de lo "privado"-. Los productos habían de ser llevados y almacenados en el propio mercado a la vista de los compradores. Se prohibía que el productor acaparase bienes a su conveniencia y no los sacase a la venta si el precio no le convenía. Se daba derecho de prioridad a la venta al por menor sobre la venta al por mayor; la venta a los mayoristas -molineros, etc.- se permitía en los mercados sólo a partir de una determinada hora, tras la venta a los consumidores directos. Los precios estaban controlados y existía la costumbre de fijar al precio un máximun -retengamos la palabra- tasado por la colectividad, sobre todo en períodos de carestía. Se controlaba la salida de los productos o exportación de los mismos fuera de la comarca y se impedía ésta cuando escaseaban.

La forma convencional de lucha de la comunidad, estrictamente normada, fue el “motín de subsistencias”, forma de lucha nueva que corresponde a un tipo de agresión inusitado.

El motín de subsistencias, con la requisa de los artículos de primera necesidad que se distribuían ordenadamente entre la multitud, la cual los pagaba a precio decidido por la misma y que se consideraba "justo", eran prácticas de lucha habituales reglamentadas por las costumbres de la comunidad y a las que ésta recurría para establecer su poder. La comunidad tenía derechos colectivos prioritarios sobre los individuales en lo que hace a los bienes que garantizan la existencia de los individuos.

Estas normas –“costumbres”/ moeurs- eran en gran parte nuevas, pues se habían elaborado como respuesta a agresiones antes impensables.

El poder de esta cultura de control público se comprobó en 1775, en lo que se denominó “La Guerra de las harinas”. Por esas fechas, los fisiócratas alcanzaron los puestos de gobierno y trataron de legislar la plena desregulación del mercado de bienes de primera necesidad para asentar plenamente el capitalismo y acompañaron la legislación de la ley marcial, por primera vez en la historia. La consecuencia fue una explosión social, que desbordó el marco tradicional de la comuna para alcanzar una dimensión nacional y un estadio de protesta de carácter político.
[...]



Realzado por mi, y extraído para motivar que se reflexiones hoy sobre la "perversión" de los llamados "bancos de alimento" que son instrumentos para eludir la subversión del "pueblo", ya degradado a la condición de población o, si se quiere, "desconexión" - léase incomunicación- social.

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