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25 dic 2013

A mi amiga Plácida,

Al Señor ministro de Justicia del Reino de España.

Con sincera petición de reflexión sobre la legislación que sobre el aborto, le pido lea la obra de Vicente Aleixandre "La destrucción o el amor", de la que transcribo, a modo de provocación sincera, lo que sigue. Le hago saber que quizás lo que siento cuando asisto un niño y a su familia, no se pueda llamar sufrimiento, pero lo que apreció en la familia si que es SUFRIMIENTO, si por tal entiendo el sentimiento más aborrecible que una perdona pueda sentir, entendiendo tal como COMPARTIR. Probablemente un Individuo Humano que no se comunica no tenga la propiedad de sufrir. Probablemente, SUFRIR, es un sentimiento de relación entre individuos humanos que se relacionan mediante La PALABRA, mediante El VERBO, o HACER COMÚN. Cuando la "mucarna", o"alianza" entre dos Individuos Humanos se rompe y deja alejarse al precipicio sin fin que es la NO VIDA, es el Estruendo de la palabra el que se deja oír: ¡No te vayas, amor. No te alejes. No me dejes de hablar!.

Y, en el Principio era el Caos. Vino Dios y puso el Orden.

Le pido Señor Ministro que no rompa la PALABRA que mantiene unida y da sentido a la SOCIEDAD DE ESPAÑA.

Es probable que mis palabras, salidas entre sollozos, no sean razonables para Usted. Le invito, con el permiso de la familia, a hablar con el Individuo Humano Nacido y, a hablar con la Familia de la que forma parte, con carácter indisoluble, el Individuo Humano nacido con Malformación y con Lesión Cerebral. Este es mi quehacer, o trabajo, como medio de participación social, que realizo como forma de vivir. Yo vivo en la esquizofrenia de la razón científica, como médico y, en la no razón cristiana, como creyente cristiano católico. Cada día siento flaquear mi flaquear ante tanta tensión contrapuesta.

Señor Ministro, le espero.

Dice Vicente Aleixandre en su "No busques, no",


"Yo te he querido como nunca.
Eras azul como noche que acaba,
eras la impenetrable caparazón del galápago
que se oculta bajo la roca de la amorosa llegada de la luz.
Eras la sombra torpe
que cuaja entre los dedos cuando en tierra dormimos solitarios.
De nada serviría besar tu oscura encrucijada de sangre alterna, donde de pronto el pulso navegaba
y de pronto faltaba como un mar que desprecia a la arena.
La sequedad viviente de unos ojos marchitos,
de los que yo veía a través de las lágrimas,
era una caricia para herir las pupilas,
sin que siquiera el párpado se cerrase en defensa.
Cuán amorosa forma
la del suelo las noches del verano
cuando echado en la tierra se acaricia este mundo que rueda, la sequedad obscura,
la sordera profunda,
la cerrazón a todo,
que transcurre como lo más ajeno a un sollozo.
Tú, pobre hombre que duermes sin notar esa luna trunca
que gemebunda apenas si te roza; tú, que viajas postrero
con la corteza seca que rueda entre tus brazos, no beses el silencio sin falla por donde nunca
a la sangre se espía,
por donde será inútil la busca del calor
que por los labios se bebe
y hace fulgir el cuerpo como con una luz azul si la noche es de plomo.
No, no busques esa gota pequeñita, ese mundo reducido o sangre mínima, esa lágrima que ha latido
y en la que apoyar la mejilla descansa"

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