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22 dic 2013

Sociología de la mentira.

Sociología de la mentira.
Ignacio Mendiola y Juan Miguel Goikoetxea

Ahora que vamos despacio,
vamos a contar mentiras,
vamos a contar mentiras.
Por el mar corren las liebres,
por el monte las sardinas
por el monte las sardinas...
(Canción popular)

Quien cuida los modales pero rechaza la mentira, se asemeja a alguien que, si bien se viste a la moda, no lleva camisa.
(Walter Benjamin)

1.- La mentira invisible: la omisión sociológica de la mentira.

Sobre la mentira pende una intensa mala reputación que la sitúa como una estrategia de comunicación ocultadora y tergiversadora de lo rea -asimilado positivistamente a lo cierto- que nubla la posibilidad del conocimiento acerca de la naturaleza de un acontecimiento, un estado anímico, un sentimiento. Así, desde los anuncios de contactos en los que se reclaman candidatos/as (1) esencialmente sinceros/as, por encima de todo  -“no soporto que me mienta, que no se muestre tal cual es”-, hasta la sanción punitiva al político mentiroso, más frecuente en los sistemas políticos de raigambre anglosajona (2), la mentira se identifica como una suerte de infracción de la, acogiéndonos al concepto jurídico, buena fe constitutiva del vínculo social, mientras que de su revelación, de su descubrimiento esclarecedor al fin, se deriva una reacción que vehícula valores y actitudes purificadoras, cuando no directamente catárticas, que incluyen desde las representaciones de asunción de la responsabilidad y sus consecuencias hasta la narración contextualizadora, de lógica causal, acerca de los motivos del engaño. Frente a la mentira íntima descubierta por la pareja se ofrece como actitud compensatoria y reparadora una mayor dosis de verdad. Ante la reacción generada entre el electorado por el político mentiroso su partido ofrece mayor transparencia.

Imperante la metáfora acerca de la verdad translúcida, en tanto que manifestación esclarecedora de lo real frente a la simulación, la impostura y la falsa apariencia, verdad y mentira se presentan como nociones antitéticas, como conceptos enfrentados y relacionados en términos dicotómicos estrictos: nada puede ser verdad y mentira3 a un mismo tiempo. Son mutuamente excluyentes. Frente a esta falsa dicotomía cabe reivindicar, una vez más la vigencia de Simmel cuando alude a la necesidad de distanciarnos incluso de aquellas personas más íntimas: La mentira no es más que una forma grosera, y en último termino, contradictoria frecuentemente, en que se manifiesta esta necesidad. Si es cierto que a menudo destroza la relación, también lo es que cuando la relación existe, la mentira es un elemento integrante de su estructura. El valor negativo, que en lo ético, tiene la mentira, no debe engañarnos sobre su importancia sociológica, en la conformación de ciertas relaciones concretas (1986). Y, sin embargo, la mentira como error, sea estratégicamente intencionada o lastimosamente autoinfligida, limita conceptualmente con la gestión social del secreto, la ocultación, el silencio y sus respectivas dialécticas constitutivas: la relación continua, y no dicotómica, entre lo que se dice y lo que se silencia, entre lo que se muestra y se oculta, entre lo que se enjuicia certeramente y el (auto)engaño. En definitiva, sobre todo entramado discursivo-relacional los ajustes a través del continuo se suceden, en los que el secreto -adoptando definitivamente la noción simmeliana-, la omisión y la mentira poseen una densidad, una “forma sociológica”, con Simmel, que debe entenderse por encima del valor de sus contenidos en sí, puesto que remiten al núcleo mismo de la arquitectura de la acción comunicativa.


[(1) La sinceridad, en todo caso, parece un valor demandado explícitamente en mayor medida por las mujeres que por los hombres en este contexto.
(2) Si bien en ocasiones se da la paradoja de que algunas mentiras veniales parecen acarrear mayor potencial desestabilizador de la imagen de un político que la valoración de una gestión errónea, por ejemplo]

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