EL ARTE DE AMAR
Ovidio Nasón
Si en la ciudad de Roma alguien no conoce el arte de amar, que lea mis páginas y ame ilustrado por mis versos. El arte impele con las velas y el remo las rápidas naves, el arte conduce a los veloces carros, y el amor se debe regir por el arte. Automedonte era un experto en conducir carros y en el manejo de las flexibles riendas: Tifis fue un gran maestro en gobernar la nave de los argonautas. Venus me ha elegido como maestro de su tierno hijo, y creo que se me llamará el Automedonte del Amor.
El amor es despiadado y a menudo recibí su disgusto, pero es un niño de poca edad, fácil de conducir. Quirón, con su cólera, educó al joven Aquiles, domando su carácter feroz con la dulzura de la música; y él, que tantas veces intimidó a sus compañeros y aterró a los enemigos, dícese que temblaba en presencia de un viejo cargado de años, y ofrecía sumiso al castigo del maestro aquellas manos que habían de ser tan funestas a Héctor. Quirón fue el maestro de Aquiles, yo lo seré del amor; los dos niños terribles y los dos hijos de una diosa. No obstante el toro dobla la cerviz al yugo del arado, y el potro, generoso, tiene que tascar el freno; yo me someteré al amor, aunque me destroce el pecho con sus saetas y sacuda sobre mí sus antorchas encendidas. Cuanto más riguroso me flecha y abrasa con sin par violencia, tanto más brío me infunde el anhelo de vengar mis heridas.
Yo no fingiré, Apolo, que he recibido de ti estas lecciones ni que me las enseñaron los cantos de las aves, ni que se presentó Clío con sus hermanas al apacentar mis rebaños en los valles
de Ascra. La experiencia dicta mis poemas; no despreciéis sus avisos saludables: canto la verdad. ¡Madre del amor, alienta el principio de mi carrera! ¡Lejos de mí, tenues cintas, insignias del pudor, y largos vestidos que cubrís la mitad de los pies! Nos- otros cantamos placeres fáciles, hurtos perdonables, y los versos correrán limpios de toda intención criminal.
Joven soldado que te alistas en esta nueva milicia, esfuérzate lo primero por encontrar el objeto digno de tu predilección; trata en seguida de interesar con tus ruegos a la que te cautiva, y, en tercer lugar, gobiérnate de modo que tu amor viva largo tiempo. Este es mi propósito, éste el espacio por donde ha de volar mi carro, ésta es la meta a la que han de acercarse sus ligeras ruedas.
Pues te hallas libre de todo lazo, aprovecha la ocasión y escoge a la que digas: "Tú sola me places". No esperes que el cielo te la envíe en las alas de Céfiro; esa dicha has de buscarla con tus propios ojos. El cazador sabe muy bien en qué sitio ha de tender las redes a loa ciervos y en qué valle se esconde el feroz jabalí. El que acosa a los pájaros, conoce los árboles en que ponen sus nidos, y el pescador de caña, las aguas abunudantes en peces. Así, tú, que corres tras una mujer para que te profese cariño perdurable, dedícate a frecuentar los lugares en que se reúnen las bellas. No pretendo que en su persecución, des las velas al viento o que recorras lejanas tierras hasta encontrarla; deja que Perseo nos traiga su Andrómeda de la India, tostada por el sol, y que el pastor de Frigia roge a Grecia su Helena; pues Roma te proporcionará tantas mujeres lindas que te obligará a exclamar: "Aquí se hallan reunidas todas las hermosuras del orbe". Cuántas mieses doran las faldas del Gárgaro, cuántos racimos llevan las viñas de Metimno, cuántos peces el mar, cuántas aves los árboles, cuántas estrellas resplandecen en el cielo, tántas jóvenes hermosas pululan en Roma, porque Venus ha fijado su residencia en la ciudad de su hijo Eneas.
Si te cautiva la frescura de las muchachas adolescentes, pronto se ofrecerá a tu vista alguna virgen candorosa; si la prefieres en la flor de la juventud, hallarás mil que te seduzcan con sus gracias, viéndote embarazado en la elección, y si acaso te agrada la edad juiciosa y madura, créeme, encontrarás de éstas un verdadero enjambre. Cuando el sol queme las espaldas del león de Hércules, paséate despacio a la sombra del pórtico de Pompeyo, o por la opulenta fábrica de mármol extranjero que publica la munificencia de una madre añadida a la de su hijo, y no olvides visitar la galería, ornada de antiguas pinturas, que levantó Livia, y por eso lleva su nombre. Allí verás el grupo de las Danaides que osaron matar a los infelices hijos de sus tíos, y a su feroz padre con el acero desnudo. No dejes de asistir a las fies- tas de Adonis, llorado por Venus, ni a las del sábado que celebran los judíos de Siria, ni pases de largo por el templo de Menfis, que se alzó a la ternera vendada con franjas de lino; Isis convierte a muchas en lo que ella fue para Jové.
Hasta el foro, ¿quién lo creerá?, es un cómplice del amor, cuya
llama brota infinitas veces entre las lides clamorosas. En las
cercanías del marmóreo templo consagrado a Venus surge el
raudal de la fuente Appia, con dulcísimo murmullo, y allí mil veces
se dejó prender el jurisconsulto en las amorosas redes, y no
pudo evitar los peligros de que defendía a los demás; allí, con
frecuencia, el orador elocuente pierde el don de la palabra; las
nuevas impresiones le fuerzan a defender su propia causa; y
Venus, desde el templo vecino, se ríe del desdichado que, siendo
patrono poco ha, desea convertirse en cliente; pero donde has
de tender tus lazos sobre todo es en el teatro, lugar muy favo-
rable a la consecución de tus deseos. Allí encontrarás más de
una mujer a quien dedicarte, con quien entretenerte, a quien
puedas tocar y por último poseerla. Como las hormigaa van y
vuelven en largas falanges, cargadas con el grano que les ha de
servir de alimento, y las abejas vuelan a los bosques y prados
olorosos para libar el jugo de las flores y el tomillo, así se pre-
cipitan en nuestros espectáculos nuestras mujeres elegantes en
tal número que suelen dejar indecisa la preferencía. Más que a
ver las obras representadas vienen a ser objeto de la pública
expectación, y el sitio ofrece mil peligros al pudor inocente.
¡Oh, Rómulo, tú que fuiste el primero que alborotó los juegos escénicos con la violencia, cuando el rapto de las Sabinas rego- cijó a tus soldados, que carecían de mujeres! Entonces los toldos no pendían sobre el marmóreo teatro ni enrojecía la escena el líquido azafrán; con el ramaje que brindaba la selva del Palatino; dispuesto sin arte, levantábase el rústico tablado; el pueblo se acomodaba en graderíos hechos de césped y el follaje cubría de cualquier modo las hirsutas cabezas.
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