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17 ago 2013

Sexualidad, Genitalidad y Domesticación, o Dominación.


Confundir sexo con genitalidad, es lo habitual. 

Denominar Amor a la genitalidad, es lo habitual.

La genitalidad, como dominio del malestar individual, ha hecho evolucionar el Ser Individual a Ser Plural, o Poblacional y, este a ser Ser Social, o Plural Jerarquizado.

Recomiendo leer en voz alta, y no sólo como individuo, el trabajo del cual doy su comienzo como estímulo, que no quiero que sea entendido como jerarquizante. Un trabajo con abundante manifestación de haber sido bien cultivado, o dominado por una sexualidad extraordinaria y no por genitalidad. El sembrar este trabajo entiendo que en el tiempo necesario y los cuidados necesarios, dará los frutos necesarios para pasar el Invierno de nuestra Madurez que deseo sea larga para permitir volver a sembrar los frutos de ella tenidos y que permita la reproducción continuada en nuestros hijos. El batir del viento en nuestra sexualidad y genitalidad, hará que veamos las hermosas olas discurrir sobre nuestras mieses. ¡Así sea!.


LA SEXUALIDAD Y EL FUNCIONAMIENTO DE LA DOMINACIÓN PARA ENTENDER EL ORIGEN SOCIAL DEL MALESTAR INDIVIDUAL.

LA REBELIÓN DE EDIPO, II PARTE.

En el 500 aniversario de la muerte de Wilhelm Reich, en la cárcel de Pennsylvania, EEUU.

En su memoria y en la de todas las personas que entregaron sus vidas a la restauración de la verdad y de la justicia.

Casilda Rodrigáñez Bustos 
La Mimosa, verano 2007





La sexualidad y su represión
La implementación moderna del Tabú del Sexo

Desde siempre se había sabido la función que tiene la sexualidad en la vida; se sabía antes de que se llamara ‘sexualidad’; y aún estando explícitamente prohibida, se sabía lo que era ‘el pecado de la carne’. Luego, en el siglo pasado, vino su reconocimiento científico y se le puso un nombre; pero este reconocimiento no prosperó por mucho tiempo, y hoy de él casi no nos queda más que éso, el nombre. La sexualidad ahora está confundida con la genitalidad adulta y se la ha despojado de sus ingredientes esenciales: el deseo y la capacidad orgástica corporal; vivimos más alejad@s que nunca de ella; está más desquiciada y el malestar de la cultura es mayor.

Esta situación se debe a la globalización de las nuevas estrategias de implementación del Tabú del Sexo, que no prohiben la sexualidad sino que la corrompen y la desfiguran, como medio de asegurarse de que no se desarrolle. La prohibición está instalada de modo inconsciente y lo que se impone socialmente como sexualidad en realidad es el subproducto de su represión.

Las técnicas modernas de represión son en general invisibles y no dicen lo que prohiben, porque decirlo es dar indicación de su existencia; hoy lo prohibido se silencia, y así es como deja de existir. El pecado de la carne, que antes era un concepto cercano de la realidad corporal, cuyo significado era familiar y que todo el mundo conocía por experiencia propia, ahora en el colmo de la desconexión y del refoulement (1) está desapareciendo, y la institución del matrimonio está más organizada que nunca (con el divorcio, la pareja de hecho, etc.) para canalizar la energía sexual reprimida. Todo el mundo entiende por sexualidad la genitalidad coital adulta, incluso aunque ésta se practique sin deseo y sin placer, más o menos al servicio de la reproducción -esto es lo de menos- según la ideología más conservadora o más liberal de las personas. Estamos en la era de lo que Juan Merelo-Barberá llamaba ‘tecnosexología’, que funciona con la viagra, con lubricantes vaginales (que se anuncian para mejorar ‘la vida íntima’), con oxitocina sintética, chupetes de plástico, leche industrial, etc., etc. Los cuerpos acorazados, la piel sustituída por el plástico y los fluidos corporales, por productos industriales.
Como han señalado Merelo-Barberá (2) y otros autores, la ganadería y la agricultura del neolítico fueron un aprendizaje que algunos seres humanos aplicaron para dominar a sus propios congéneres. De entrada las técnicas ganaderas de control de la reproduc- ción incluían el conocimiento del arte de la castración sexual como mecanismo de desvitalización y de sumisión (lo que convierte un toro en un buey), así como el arte de obtener animales de unas características determinadas, una vez la hembra sometida y en cautividad. En definitiva, el control cuantitativo y cualitativo de la especie, la dominación.

Comprender por qué la represión de la sexualidad es un mecanismo de desvitalización y una estrategia de dominación, y cómo ocurre en concreto, es el objeto de este libro. He tratado de retomar el concepto de sexualidad como proceso de expansión del placer corporal, entendiendo lo que ya se sabe a ciencia cierta, de que su función principal no es promover la reproducción sino la regulación de los distintos sistemas que forman nuestros cuerpos (molecular, plasmático, celular, tejidos, órganos, sistemas de órganos, etc.), asi como la relación social entre seres humanos. Todo parece indicar que efectivamente, la expansión del placer en el cuerpo está relacionada con el establecimiento del ritmo unísono del funcionamiento sinérgico de todos los sistemas del cuerpo, sin el cual el cuerpo no podría funcionar como un todo. Por eso la sexualidad es la producción vital per se (Reich) y está inmediatamente implicada en la retroalimentación y autorregulación, tanto de cada nivel de organización como del conjunto del organismo; y por eso su represión produce una determinada desvitalización psicosomática, tal y como la evidencia empírica nos indica.

Lo cierto es que las técnicas ganaderas mostraron las posibilidades de dominio que podía ofrecer la represión de la sexualidad humana en general y la femenina en particular; mostró lo que podía ser la clave de un sistema de dominación que, quebrantando la autorregulación, hace posible la usurpación de las producciones, el saqueo, y la esclavitud, no sólo de los animales sino también de los seres humanos.
Podemos entonces entender que el arte de la dominación de alguna manera es, o por lo menos incluye muy especialmente, el arte del control del quebrantamiento de la sexualidad; y que por eso históricamente el establecimiento de la dominación, como se ha señalado desde la antropología, supuso la prohibición social de la sexualidad espontánea, lo que se conoce como el Tabú del Sexo.

Por otra parte, la sexualidad humana (su capacidad orgástica) no tiene parangón con la del resto de los seres vivos, en lo que se refiere a su desarrollo cuantitativo y cualitativo, ni precedentes en la cadena evolutiva. Hay quien piensa que fue la sexualidad, más incluso que el reconocido desarrollo neurológico, la característica principal que promovió la aparición de nuestra especie (3).

Los humanos le pusimos un nombre a la expresión de la sexualidad: amor. El amor es un fenómeno biológico, orgánico y visceral. Aunque no lo sepamos todo sobre la sexualidad, poco a poco se van conociendo alguna de sus implicaciones fisiológicas y psi- cológicas (como las que en las últimas décadas se han encontrado en el campo de la neuroendocrinología) (4), y vamos sabiendo más en términos bioquímicos de qué dependen el ánimo y el desánimo de nuestros cuerpos. La ciencia está confirmando lo que los cuerpos saben sobradamente sin que nadie se lo diga, y es esta verdad de que la función principal y primaria de la sexualidad no es la reproducción, sino la regulación de los sistemas orgánicos.

Aunque algunas religiones solo permitan la sexualidad con fines reproductivos, el deseo de placer brota en el cuerpo a menudo con independencia de ellos, y así es como lo percibimos y lo sentimos.

A propósito de las religiones, es preciso recordar que una de las estrategias de la dominación que ha estado presente desde sus comienzos, fue la de inventar una autoridad sobre-natural que tenía que ser, claro está, invisible y al mismo tiempo investida de un gran Poder, –administrado por sacerdotes y reyes designados por su mandato-, capaz de oponerse a la energía visible, tangible, sensible y, en fin, terráquea, de la madre naturaleza, al que llamaron ‘dios’. Sólo algo así podría convertir el placer en algo malo, e invertir el sentido natural de lo bueno y lo malo.
La autoridad religiosa que propicia la moral contra natura, se consolida y se representa con un dúo compuesto por un dios invisible que establecía la ley y lo que debe ser, y un rey o patriarca visible que le representa en la tierra (dúos como Yavé/Moisés, Marduk/Hammurabi, etc.). Así se estableció la servidumbre voluntaria, para complacer a los dioses, para que no descargaran su ira contra los humildes mortales, etc. etc.

Las religiones fueron dictando las leyes y prohibiendo distintas manifestaciones de la autorregulación espontánea de las gentes. La etimología de la palabra ‘jerarquía’, que quiere decir el archos (el Poder) de lo sagrado, delata este importante aspecto de los orígenes de la dominación, a saber, que la organización jerárquica (en oposición a la sinérgica de la autorregulación) aparece asociada a los rituales y a las religiones.

John Zerzan (5) que ha recopilado diferentes estudios antropológicos de los pueblos cazadores-recolectores contemporáneos, ha rastreado las prácticas rituales y la figura del chamán. Tras citar a Bloch (1977), que había encontrado una correspondencia entre los niveles de ritual y los de jerarquía, y a Woodburn (1968) (6), que veía una conexión entre la ausencia de ritual y la ausencia de roles específicos y de jerarquías, dice: El estudio de Turner de los Ndembu de Africa oriental (1957) revelaba una profusión de estructuras rituales y ceremonias destinadas a revestir los conflictos originados tras la ruptura de la anterior sociedad, más auténtica. Estas ceremonias y estructuras tienen una función de integración política. El ritual es una actividad repetitiva en la que están asegurados, por convenio social, las reacciones y los resultados; transmite el mensaje de que la práctica simbólica proporciona el control... El ritual fomenta el concepto de control o dominación y propicia los roles de liderato (Hitchcock 1982) y las estructuras políticas centralizadas (Lourandos 1985). El monopolio de las instituciones ceremoniales refuerza claramente el concepto de autoridad (Bender 1978) y es probablemente la primera forma de autoridad. (6).

Esto concuerda con la etimología de la palabra ‘jeraquía’ y nos ayuda a comprender los orígenes de la dominación.

Zerzan añade que el ritual es necesario porque la domesticación requiere un firme sometimiento del instinto, la libertad y la sexualidad.... y que deben atarse firmemente las riendas de lo primario y de lo espontáneo.

Cuando se entiende la función básica de la sexualidad en la autorregulación de la vida humana, tanto en lo corporal como en lo social, se entiende también que la prohibición de la sexualidad espontánea (y la organización de sus rituales) fue un requisito para el establecimiento de la dominación.

Para someter y saquear la vida, hace falta lo mismo que para tener bestias de carga: introducir un determinado grado de desvitalización y de desánimo en los seres humanos. La hipótesis de que nuestra civilización se construyó prohibiendo la sexualidad espontánea, aunque se silencie, está antropológicamente probada. La dominación se practicó y se aprendió castrando a los toros, domando caballos, cebando cerdos o cortando las raíces de los árboles para hacer bonsáis: dominando sobre todo lo que vive y se mueve sobre la Tierra, como dice la Biblia, como mandó Javé.

Sin embargo, aunque teóricamente nadie cuestiona que nuestra sociedad descansa en el Tabú del Sexo, distintos campos de las ciencias aplicadas discurren como si dicha paralización contra natura no afectase a la salud y a la integridad psicosomática de las criaturas humanas. Desde Freud (7) incluso se acepta en el plano teórico, la existencia de una sexualidad infantil soterrada; pero luego todas las prácticas que llevan al placer corporal de la infan- cia se siguen suprimiendo y reprimiendo. Las personas adultas, domesticadas para inhibir sistemática e inconscientemente nuestras pulsiones sexuales, transmitimos a las siguientes generaciones, también inconscientemente y sin apenas verbalizarlo, una extraña actitud de rechazo a las pulsiones sexuales que se conoce como pudor, y que está mezclado también con un sentimiento de culpa ante dichas pulsiones; estas actitudes y sentimientos se introducen y se instalan de modo inconsciente en las criaturas, con la presión de la autoridad absoluta que ejercemos sobre ellas . De tal mane- ra que, en general, y salvo escasas excepciones, como la de la cúpula del Poder que guarda los grandes secretos de la humanidad, hoy la reproducción de la inhibición general de la sexualidad se realiza de modo inconsciente.

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