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16 jul 2015

En mal hora mi buen padre, anublaron tu rostro, que temieron de mivenganza si lo viera.

A tanto hijos, a tantos abuelos y a tantos padres que de Asturias sóis en gracia haberos nacido, esta historia que leo os la dedico para que con ella gocéis como yo, en mi lecho,mico placer he hecho. Mas tomarlo como un bien que un desdén por mi hecho a quien este diario hace provecho.

En llames.as podéis acceder a leer obra completa. Buen provecho os deseo.

Apuntes de Llanes


Capítulo II, Libro I 

Rodrigo Álvarez de Asturias y sus descendencias


Dedicatoria

A mis queridos hijos

Después de haber leído no pocas obras históricas y literarias y muchos manuscritos de los archivos oficiales y particulares de esta villa, copiando literalmente párrafos de unos y extractándolos de otros, he llegado a formar el presente libro, que os dedico, titulado–«Apuntes históricos, genealógicos y biográficos de Llanes y sus hombres»– Si en él halláis algo bueno, corresponde á los autores que he copiado, lo demás es mio, porqué quien como yo, no pisó más aulas que la de la escuela pública de primera enseñanza, no puede alcanzar los necesarios conocimientos para escribir una historia, ni el talento ni la erudición que la obra requiere.

Sólo deseo que conozcáis lo que fue Llanes en tiempos pasados y lo que es hoy, me inclinó á este trabajo, que más propiamente debiera titularse entretenimientos de un viejo.

Recibidle, pues,con todo el cariño de vuestro padre,

Manuel


I. Territorio De Aguilar

A grande orgullo y gloria inmortal



III. Hazañas, Casamiento y Familia del Cid

Dice la Crónica, que cuando era todavía un rapaz el Cid D. Rodrigo Díaz de Vivar, cuentan que su padre tuvo una disputa con el Conde de Gormaz o Lozano, y que este dio a don Diego Lainez una bofetada, causándole tal pena semejante afrenta al pobre viejo, que no podía comer, beber ni dormir. Acongojado Rodrigo por la aflicción de su padre y sabedor del motivo que la ocasionaba, un día se acercó a él y le dijo:

– En mal hora mi buen padre, anublaron tu rostro, pues el hijo que Dios te ha dado, se halla dispuesto a vengar tu injuria. No cuides de mi niñez, que si son pocos los años, es mucho el corazón, y en los casos de honra, este vale por todo.

El anciano prorrumpió en lágrimas al oír el razonamiento de su hijo, y abrazándole primero y bendiciéndole después, dióle licencia para que al punto tomase venganza, con lo cual partió el jóven en busca de su enemigo tan presuroso como contento, y cuando llegó a presencia del Conde dijole de este modo:

– Gormaz, yo soy el hijo de Diego Lainez, que viene a pedirte cuenta de la injuria que le hiciste; mala fechoría y poco noble es por cierto herir en el rostro a un pobre viejo, que no puede defenderse; tamaña afrenta solo con sangre se puede lavar, y la tuya o la mía, vive Dios, han de correr con abundancia en el campo.

Observando Rodrigo que el Conde le habia dirigido una mirada de desprecio, tal vez al ver sus pocos años, prosiguió:

– Conozco asaz, Conde Lozano, de donde procede la desdeñosa mirada que me echáis y sé que sois mañero lidiador; pero yo confío venceros en singular combate, no solo por que vengar a un padre es justicia, sino porque el corazón me dice, que la fama ha de cantar en lo venidero, que un niño os dio la muerte.

Tantas y tan grandes fueron las provocativas amenazas de Rodrigo, que el Conde no pudo contener su enojo, y aceptó lleno de ira, el reto que el rapaz le proponía.

Salieron en efecto al campo, se batieron, y Rodrigo, o más diestro o más afortunado, mató al Conde, y viéndole en tierra, bajó del caballo, cortóle la cabeza, y con este presente, marchó satisfecho y lleno de orgullo a casa de su padre. 

Sentado a la mesa se hallaba a la sazón Diego Lainez, sin querer probar los sazonados manjares que delante le ponían; solo meditaba en su afrenta, y llorando y afligido, a tal punto le rindió el pesar, que cayó en profundo sueño; pero aun así mil visiones agitaban su pecho, cuando de repente la puerta de la estancia se abre, y aparece Rodrigo conduciendo de los cabellos la cabeza de su contrario.

–¡Despertad! ¡padre, gritó, comed! que aquí os traigo la yerba que ha de abriros el apetito... enjugad vuestras lágrimas que ya estáis vengado.

El buen viejo abre los ojos azorado, y al contemplar el trofeo de que era portador Rodrigo, fuera de sí de alegría se lanza a su cuello y diole un fuerte abrazo.

–Siéntate a yantar conmigo buen rapaz, le dijo luego, y ocupa en la mesa el lugar que yo ahora ocupo, que quien tal cabeza trae, cabeza de mi casa debe ser.

Algún tiempo después de la escena que acabamos de referir hallándose en León el Rey D. Fernando, se le presentó Jimena Gómez, hija del Conde Gormaz, y echándose a sus pies, cubierto el rostro de lágrimas, le habló en estos términos

–¡Justicia! rey Fernando ¡Justicia! Mirad el luto que arrastro por la muerte de mi padre, a quien cortó la cabeza Ruy Díaz de Vivar; doleos de mi llanto; apiadaos de una infeliz huérfana, pues el rey que no hace justicia no debe de reinar, ni comer pan a manteles, ni cabalgar briosos trotones, ni con la Reina tratar.

Levantóla el Rey con mucha galantería, y sin darse por ofendido por lo que acababa de oír, la contestó:

–Hablad hermosa dama, hablad y decid vos misma el castigo que queréis se imponga al matador de vuestro padre.

–Pido, señor, pues vos lo permitís, que ese caballero me dé la mano de esposo, o de lo contrario que sufra al punto la muerte.

– Estraño castigo a fe mía, dijo el rey; mas os elegí por Juez, y vuestra voluntad será cumplida; entrad en ese aposento y esperad que yo os llame.

En seguida mandó D. Fernando buscar a Rodrigo, y en presencia de toda su corte hízole saber la sentencia.
Inútil es decir que el doncel prefirió tomar por esposa a la noble y bella huérfana a perder la vida.
Oída su resolución, el mismo rey abrió la puerta del cuarto en que Jimena se ocultaba, y cogiéndola de la mano la presentó a su futuro esposo diciendo: 

–Ya que huérfana la dejasteis, os la entrego para que cuidéis de su persona como de cosa propia, y con tal condición os perdono la hazaña de haber muerto uno de mis más leales vasallos.

Celebráronse las bodas con mucha pompa, despues de concido el luto de Jimena, y al volver Rodrigo con su esposa el día de la ceremonia a casa de su madre, pues Diego Lainez había fallecido, poco tiempo después de quedar vengado, poniendo sus manos entre las de la recién casada, dijo:

–Ya que tal cuita os causé, señora, sin querer, y que por ella tengo la dicha de poseeros, juro por Dios y su Santa Madre no entrar con vos en lecho sin haber ganado antes cinco batallas campales.

Ganólas en efecto y la promesa quedó cumplida, viniendo a ser desde entonces terror y espanto de los infieles, quienes le dieron el nombre del Cid, que quiere decir señor.

Era Jimena Gómez o Díaz, como queda dicho, hija de D. Rodrigo Alfonso, Conde de Gormaz o Lozano y de la Infanta doña Jimena su mujer, hija del Rey D. Alfonso el V., asturianos, y hermana de D. Diego Rodríguez, Conde y Gobernador de Asturias el año de 1067, con título de Capitán general; de D. Rodrigo Díaz, que se llamó el asturiano, para diferenciarle de su cuñado D. Rodrigo Díaz el Cid, que se llamó el castellano; de D. Fernando Díaz y de D. Pedro Díaz, de cuya ilustre prosapia, dice Sandoval, descienden los Velascos, los Quiñones, los Jirones, y los Rodríguez de Cisneros.

De las conquistas de reinos, de los hechos memorables y de las batallas ganadas por el Cid, sin haber sido nunca vencido, hablan detalladamente las historias.

Satisfecho el Rey de sus proezas, de tal modo lo tenía constantemente ocupado en la guerra, que doña Jimena se vio obligada a quejarse a D. Fernando, por que no dejaba a su marido un momento de descanso para acudir a los negocios domésticos, y lo hizo en una sentida carta que no podemos menos de extractar aquí; decía de este modo:

«A vos, Señor, el aventurado y magno conquistador, vuestra sierva Jimena os escribe, y perdonad la guisa en que lo hace, pues si mal talante os manifiesta, es porque dismulallo no puede. ¿Por qué, Señor, a un garzón domeñado y falagüeño, lo enseñáis a ser tigre feroz? Ni de noche ni de día le soltáis una vez para mí; si en alguna ocasión me lo dais, tan teñido en sangre viene, que causa espanto mirallo, duérmese en mis brazos, pero la terrible pesadilla le acosa eri la mitad de su sueño, y forcejea y cuida estar lidiando contra moros. Amanece, vase, y quedo sola y desconsolada hasta Dios sabe cuándo. En cinta finco, Señor, en nueve meses estoy entrada; mándadme a mi Rodrigo, y no permitid que se malogren prendas que proceden del cautivador de cinco reyes.»

El Rey, contestó a la carta de Jimena en los términos siguientes:

«A vos me dirijo, la noble doña Jimena, la del envidiado esposo: me decís que por los mis provechos no cuido de los daños que os aquejan, por lo que estáis de mí hartamente querellosa. Yo vos perdono la sandez en fe de galantería y acatamiento debido a dama tan principal. Si yo vos quitara el marido para mis enamoramientos, mal empleada fuera pardiez la ausencia; pero si le confío mis gentes y le mando pelear contra moros, no creo faceros mucho agravio. No le escribiré que vaya a veros, porque en oyendo el atambor, será preciso que os deje, y aumentárase vuestra cuita; pero aumento en esta carta una promesa para vuestro contentamiento: prometo a lo que pariedes buen aguinaldo; si fijo, caballo, espada y dos mil maravedís; si fija, doila en dote cuarenta marcos de plata, y quedo rogando a la Vírgen vos alumbre en los peligros del parto que vos amenaza.»
Dio a luz doña Jimena una niña sin el consuelo de tener a su esposo al lado; pero es fama que el Rey le hizo singulares donativos.

Después tuvo otra hija, y ambas casaron con D. Diego, y don Fernando González, hermanos, Condes de Carrión, y de ilustre sangre, segun Garivay, pero se rompió el matrimonio a poco de haber sido contraído, por la atroz crueldad y la torpeza infame de azotar a sus mujeres, dejándolas desamparadas en un monte, siendo además condenados a perpetua infamia como malos caballeros.

Casaron después aquellas: Dª Cristina, llamada comunmente doña Elvira, con D. Ramón, del cual hubo al Rey D. García Ramírez de Navarra, cuya sangre vino con el reino a entrarse en la casa y corona de los reyes de Castilla como es notorio; y doña María, que también comunmente se llamaba doña Sol, casó con don Pedro, Conde de Barcelona, hijo del Rey D. Pedro de Aragón.

Dedúcese de lo expuesto y de lo que se expondrá, que de las cepas secas de Llanes y de esta provincia de Asturias, han salido ramas que ilustraron todo el reino. 

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