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28 jul 2015

No fue posible La paz aún posible

No es lícita la violencia, física, de gestis ni de palabra.
La violencia de gestos y de palabras que el Presidente del Ejecutivo del Estado del Reino de España que intercambia con el Presidente de la Comunidad Autónona de Cataluña, no es lícita ni tampoco se comprende por parte del Pueblo de España. El Pueblo de España no se merece el desprecio con el que se le está tratando por ambos presidentes. El Pueblo de España está harto de la incompetencia de ambos en la gestión del "procomún".

En este Pueblo acosado por la miseria física e histórica probablemente piense que si las discrepancias entre ellos no saben resolverlas en el Parlamento, debieran decidir apartarse para dejar que otros capaces lo hagan.

Tomo el artículo que sigue para recomendar la lectura del libro "La paz no fue posible, de José María Gil Robles hacienfo memoria del periodo politico de la coalición conservadora ee 1933. Voalición formada por la Confederacion Española de Derechas Autónomas (CEDA, de Gil Robles, El Partido Radical, de Lerroux y otros.

Probablenente la coalición conservadora del Partido Pooular, Convergencia Democrática, Unió Democrática y Ciudadants, sea una solución transitoria, tanto para Cataluña y, para España el Partido Socialista sustituyendo al Partido Popular.

Que el Partido Popular y Convergencia Democrática tengan una salida a su situación de corrupción y que esta la festionen apartados del Poder Político.



Gil Robles y la paz aún posible

Fernando García de Cortázar/Madrid, 11-14



El político salmantino se puso a la cabeza de la derecha católica dispuesta a colaborar con la República



«Ni como ciudadano ni como católico creo que sea lícito emplear la violencia frente al poder constituido; para todo aquello que significara violencia o rebeldía contra un régimen que, por ser hoy de todos los españoles, todos debemos respetar, tendría siempre una voz leal de condenación y de protesta». En agosto de 1931, el jurista José María Gil Robles, nacido en una familia tradicionalista y formado en las propuestas más creativas del catolicismo social, se convertía en caudillo de la derecha católicadispuesta a colaborar con el régimen republicano. Sin haber cumplido aún los treinta y tres años, el abogado salmantino era ya el mejor portavoz e intérprete de Ángel Herrera Oria, líder de laAsociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), cuyas prudentes posiciones políticas se desplegaban diariamente en «El Debate».

Agrupados en Acción Nacional, los católicos españoles respetaban cualquier forma de gobierno que permitiera actuar en defensa de la religión, la familia, el orden, el trabajo y la propiedad, los principios que mantenían vigentes las grandes conquistas de una civilización de veinte siglos. En contra de lo que pudieran pretender los sectores más intransigentes del alfonsismo o del carlismo, Acción Nacional, rebautizada por imperativo de la ley como Acción Popular, fue afirmando la necesidad de adecuar la acción política a la protección de esos valores, incluso aunque la propia Monarquía, a la que se sentían vinculados la mayor parte de los católicos sociales españoles, quedara subordinada a aquellos.

Luchador por la paz

Fue precisamente la enérgica defensa realizada por Gil Robles de la legalidad vigente y de la lucha por revisar la constitución de 1931 desde la propia lógica jurídica del régimen republicano lo que provocó mayores desencuentros en la derecha española, pero lo que también abrió una puerta a la alianza de las clases medias urbanas y rurales, plasmada entre 1933 y 1935 en los acuerdos políticos con el lerrouxismo. Frente a la legislación sectaria de la República, que no solo amenazaba los derechos de los ciudadanos católicos españoles, sino que identificaba torpemente el régimen y la nación con las posiciones de la coalición de azañistas ysocialistas, Gil Robles enarboló, hasta que resultó inútil hacerlo, la posibilidad de la paz.

Exigió Gil Robles que la conciliación entre culturas políticas diferenciadas se pusiera al mayor servicio de España. No reivindicó privilegio alguno. Le bastó con intentar convencer a los enterradores de la Monarquía

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