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2 ago 2014

Carta a mi hermana




Por deseo de mi hermana no anotaré su nombre, por razones que no me ha dado ni que tampoco yo le solicitè,

El suceso en el cual se fundamenta este relato imaginario ha sido considerado por el doctor Darwin y
otros fisiólogos alemanes como no del todo imposible. En modo alguno quisiera que se suponga que otorgo el mínimo grado de credibilidad a semejantes fantasías; sin embargo, al tomarlo como base de una obra fruto de la imaginación, no considero haberme limitado simplemente a enlazar, unos con otros, una serie de terrores de índole sobrenatural. El hecho que hace despertar el interés por la historia está exento de las desventajas de un simple relato de fantasmas o encantamientos. Me vino sugerido por la novedad de las situaciones que desarrolla, y, por muy imposible que parezca como hecho físico, ofrece para la imagina- ción, a la hora de analizar las pasiones humanas, un punto de vista más comprensivo y autorizado que el que puede proporcionar el relato corriente de acontecimientos reales. Así pues, me he esforzado por mantener la veracidad de los elementales principios de la naturaleza humana, a la par que no he sentido escrúpulos a la hora de hacer innovaciones en cuanto a su combinación. La Ilíada, el poema trágico de Grecia; Shakespeare en La tempestad y El sueño de una noche de verano; y sobre todo Milton en El paraíso perdido se ajustan a esta regla. Así pues, el más humilde novelista que intente proporcionar o recibir algún deleite con sus esfuerzos puede, sin presunción, emplear en su narrativa una licencia, o, mejor dicho, una regla, de cuya adopción tantas exquisitas combinaciones de sentimientos humanos han dado como fruto los mejores ejemplos de poesía.
La circunstancia en la cual se basa mi relato me fue sugerida en una conversación trivial. Lo comencé en parte como diversión y en parte como pretexto para ejercitar cualquier recurso de mi mente que aún tuviera intacto. A medida que avanzaba la obra, otros motivos se fueron añadiendo a éstos. En modo alguno me siento indiferente ante cómo puedan afectar al lector los principios morales que existan en los sentimientos o caracteres que contiene la obra. Sin embargo, mi principal preocupación en este punto se ha centrado en la eliminación de los efectos enervantes de las novelas de hoy en día, y en exponer la bondad del amor familiar, así como la excelencia de la virtud universal. Las opiniones que lógicamente surgen del carácter y situación del héroe en modo alguno deben considerarse siempre como convicciones mías; ni se debe extraer de las páginas que siguen conclusión alguna que prejuicie ninguna doctrina filosófica del tipo que fuera.
Es además de gran interés para la autora el hecho de que esta historia se comenzara en la majestuosa región donde se desarrolla la obra principalmente, y rodeada de personas cuya ausencia no cesa de lamentar. Pasé el verano de 1816 en los alrededores de Ginebra. La temporada era fría y lluviosa, y por las noches nos agrupábamos en torno a la chimenea. Ocasionalmente nos divertíamos con historias alemanas de fantasmas, que casualmente caían en nuestras manos. Aquellas narraciones despertaron en nosotros un deseo juguetón de emularlos. Otros dos amigos (cualquier relato de la pluma de uno de ellos resultaría bastante más grato para el lector que nada de lo que yo jamás pueda aspirar a crear) y o nos comprometimos a escribir un cuento cada uno, basado en algún acontecimiento sobrenatural.
Sin embargo, el tiempo de repente mejoró, y mis dos amigos partieron de viaje hacia los Alpes donde ol- vidaron, en aquellos magníficos parajes, cualquier recuerdo de sus espectrales visiones. El relato que sigue es el único que se termino.

CARTA 1
A la señora SAVILLE, Inglaterra
San Petersburgo, 11 de diciembre de 17...

Te alegrarás de saber que ningún percance ha acompañado el comienzo de la empresa que tú contemplabas con tan malos presagios. Llegué aquí ayer, y mi primera obligación es tranquilizar a mi querida hermana sobre mi bienestar y comunicarle mi creciente confianza en el éxito de mi empresa.
Me encuentro ya muy al norte de Londres, y andando por las calles de Petersburgo noto en las mejillas una fría brisa norteña que azuza mis nervios y me llena de alegría. ¿Entiendes este sentimiento? Esta brisa, que viene de aquellas regiones hacia las que yo me dirijo, me anticipa sus climas helados. Animado por este viento prometedor, mis esperanzas se hacen más fervientes y reales. Intento en vano convencerme de que el Polo es la morada del hielo y la desolación. Sigo imaginándomelo como la región de la hermosura y el deleite. Allí, Margaret, se ve siempre el sol, su amplio círculo rozando justo el horizonte y difundiendo un perpetuo resplandor. Allí pues con tu permiso, hermana mía, concederé un margen de confíanza a anteriores navegantes, allí, no existen ni la nieve ni el hielo y navegando por un mar sereno se puede arribar a una tierra que supera, en maravillas y hermosura, cualquier región descubierta hasta el momento en el
mundo habitado. Puede que sus productos y paisaje no tengan precedente, como sin duda sucede con los fenómenos de los cuerpos celestes de esas soledades inexploradas. ¿Hay algo que pueda sorprender en un país donde la luz es eterna? Puede que allí encuentre la maravillosa fuerza que mueve la brújula; podría incluso llegar a comprobar mil observaciones celestes que requieren sólo este viaje para deshacer para siempre sus aparentes contradicciones. Saciaré mi ardiente curiosidad viendo una parte del mundo jamás hasta ahora visitada y pisaré una tierra donde nunca antes ha dejado su huella el hombre. Estos son mis señuelos, y son suficientes para vencer todo temor al peligro o a la muerte e inducirme a emprender este laborioso viaje con el placer que siente un niño cuando se embarca en un bote con sus compañeros de vacaciones para explorar su río natal. Pero, suponiendo que todas estas conjeturas fueran falsas, no puedes negar el inestimable bien que podré transmitir a toda la humanidad, hasta su última generación, al descubrir, cerca del Polo, una ruta hacia aquellos países a los que actualmente se tarda muchos meses en llegar; o al desvelar el secreto del imán, para lo cual, caso de que esto sea posible, sólo se necesita de una empresa como la mía.
Estos pensamientos han disipado la agitación con la que empecé mi carta y siento arder mi corazón con un entusiasmo que me transporta; nada hay que tranquilice tanto la mente como un propósito claro, una meta en la cual el alma pueda fiar su aliento intelectual. Esta expedición ha sido el sueño predilecto de mis años jóvenes. Apasionadamente he leído los relatos de los diversos viajes que se han hecho con el propósito de llegar al Océano Pacífico Norte a través de los mares que rodean el Polo. Quizá recuerdes que la totalidad de la biblioteca de nuestro buen tío Thomas se reducía a una historia de todos los viajes realizados con fines exploradores. Mi educación estuvo un poco descuidada, pero fui un lector empedernido. Estudiaba estos volúmenes día y noche y, al familiarizarme con ellos, aumentaba el pesar que sentí cuando, de niño, supe que la última voluntad de mi padre en su lecho de muerte prohibía a mi tío que me permitiera seguir la vida de marino.
Aquellas visiones se desvanecieron cuando entré en contacto por primera vez con aquellos poetas cuyos versos llenaron mi alma y la elevaron al cielo. Me convertí en poeta también y viví durante un año en un paraíso de mi propia creación; me imaginé que yo también podría obtener un lugar allí donde se veneran los nombres de Homero y Shakespeare. Tú estás bien al corriente de mi fracaso y de cuán amargo fue para mí este desengaño. Pero justo entonces heredé la fortuna de mi primo, y, mis pensamientos retornaron a su antiguo cauce.
Han pasado seis años desde que decidí llevar a cabo la presente empresa. Incluso ahora puedo recordar el momento preciso en el que decidí dedicarme a esta gran labor. Empecé por acostumbrar mi cuerpo a la privación. Acompañé a los balleneros en varias expediciones al mar del Norte y voluntariamente sufrí frío, hambre, sed y sueño. A menudo trabajé más durante el día que cualquier marinero, mientras dedicaba las noches al estudio de las matemáticas, la teoría de la Medicina y aquellas ramas de las ciencias físicas que pensé serían de mayor utilidad práctica para un aventurero del mar. En dos ocasiones me enrolé como segundo de a bordo en un ballenero de Groenlandia y ambas veces salí con éxito. Debo reconocer que me sentí orgulloso cuando el capitán me ofreció el puesto de piloto en el barco y me pidió reiteradamente que me quedara ya que tanto apreciaba mis servicios.
Y ahora, querida Margaret, ¿no merezco llevar a cabo alguna gran empresa? Podía haber pasado mi vida rodeado de lujo y comodidad, pero he preferido la gloria a cualquiera de los placeres que me pudiera proporcionar la riqueza. ¡Si tan sólo una voz, alentadora me respondiera afirmativamente! Mi valor y mi resolución son firmes, pero mis esperanzas fluctúan y mi ánimo se deprime con frecuencia. Estoy a punto de emprender un largo y difícil viaje, cuyas vicisitudes exigirán de mí todo mi valor. Se me pide no sólo que levante el ánimo de otros, sino que conserve mi entereza cuando ellos flaqueen.
Esta es la época más favorable para viajar por Rusia. Vuelan sobre la nieve en sus trineos; el movimiento es agradable y, a mi modo de ver, mucho más cómodo que el de los coches de caballos ingleses. El frío no es extremado, si vas envuelto en pieles, atuendo que yo ya he adoptado. Hay una gran diferencia entre andar por la cubierta y permanecer sentado, inmóvil durante horas, sin hacer el ejercicio que impediría que la sangre se te hiele materialmente en las venas. ¡No tengo la intención de perder la vida en la ruta entre San Petersburgo y Arkángel.
Partiré hacia esta última ciudad dentro de dos o tres semanas, y pienso fletar allí un barco, cosa que me será fácil si le pago el seguro al dueño; también contrataré cuantos marineros considere precisos de entre los que están acostumbrados a ir en balleneros. No pienso navegar hasta el mes de Junio; y en cuanto a mi regreso, querida hermana, ¿cómo responder a esta pregunta? Si tengo éxito, pasarán muchos, muchos meses, incluso años, antes de que tú y yo nos volvamos a encontrar. Si fracaso, me verás o muy pronto, o nunca.
Hasta la vista, mi querida y excelente Margaret. Que el cielo te envíe todas las bendiciones y a mí me proteja para que pueda atestiguarte una y otra vez mi gratitud por todo tu amor y tu bondad.

Tu afectuoso hermano,
Augusto


Mary W. Shelley
Frankenstein
VOLUMEN I
Prólogo

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