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20 jul 2012

El día de Asturias, la bibliotecaria y el libro.

El día de Asturias, la bibliotecaria y el Libro.

Era un día frío, lluvioso y gris. Hacia las seis de la tarde. Esperaba el autobús que diariamente me recogía para volver a casa tras estar todo el día en el Instituto Alfonso II. Estaba en cuarto curso de Bachiller.

Estaba allí, en la plaza Porlier, en la escalera que daba entrada a la Biblioteca. El calor que de ella salía me invitó a entrar. Lo hice. Caminé entre estanterías donde los libros ordenados llenaban el vacío de mis ojos perplejos.

Un dedo tocó mi hombro derecho a la vez que una voz dulce y definida halagó mis oídos, ¿Qué libro buscas?.

Sorprendido miré tornando mis ojos hacia atrás y arriba. Me encontré con una mujer joven  y de expresión amable.

Respondí autómata: éste. Señalé el más cercano de mi dedo índice derecho.  Aquella mujer me respondió, ¿seguro?. Sí, respondí firme. No me dio tiempo a pensar porqué se  posorprendía aquella mujer.

Bueno cógelo y toma asiento allí, me señaló con un movimiento suave de la cabeza mientras el pelo le caía cubriendo su cara; aquella que le conocía. 

Así hice. Al lado de un señor con camisa de cuadros rojos sobre fondo blanco que con la mano izquierda tomaba su barbilla, a la vez que pasaba hoja de una revista grande, llena de fotografías.

Abrí el libro, por donde fué, sin quererlo ya que no sabia qué libro era aquel. Le mostré interés por no decirle que yo estaba allí para arroparme con el calor que me tomó por el cuello mientras me resguardaba en el quicio de la puertona.

Al hojearlo comprendí la sorpresa de aquella mujer. Todo eran fórmulas matemáticas y figuras geométricas. Sentí la curiosidad de conocer el título y, por ello que dí marcha atrás para leer la primera página; sabía que los libros comenzaban con el título en la primera página y que éste se refería al contenido.

Llegué fácil a la primera página y, probablemente por temor, leí  abajo Isaac Newton. Me sonaba de haberlo referido al profesor Don León Garzón, de Física. Esta familiaridad me invitó a subir mis ojos, arrastrándolos hacia las alturas de la página. Allá, hacia el medio de la misma, leí, con letras "más grandes": Tratado de Óptica.

Miré haci atrás y allí estaba aquella mujer,  dispuesta a ayudarme en todo. Volví mis ojos al libro y, mientras tosía a modo de disculpa, abrí el libro y comencé a leer. En poco tiempo, el interés por lo que leía creció en mi. Saqué la libreta de apuntes y comencé a tomar notas.

Se me fué el tiempo, perdí el autobús. Fuí a casa de Paco, llamé a casa, aguanté las voces, cené y me fuí a la cama. Desperté pronto y, mientras Paco dormía apretando los puños, para dormir más decía,  yo encendí la luz de la mesita y retomé los apuntes que había tomado.

Hoy, aquel libro que me llenó de sorpresas, ocupa un lugar primero en mi mesilla de noche.

Siempre me digo la suerte que he tenido por sentir frío y encontrar a la mujer de aquella Biblioteca.

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